Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 may 2010

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Suso Mariátegui

Suso Mariátegui
Murió Suso Mariátegui, cantante de ópera, profesor, autor de obras sobre su oficio, entusiasta de la belleza, como aquel Cortázar que escribía en París, en medio de la soledad y la esperanza, la Rayuela que le hizo imprescindible. La noticia me agarró, precisamente, escribiendo de esa actitud entusiasta de Cortázar, y cuando acabé de hacerlo nuestro amigo Fernando Delgado me dio a través del teléfono esta noticia tremenda tan inesperada. Le conocí hace más de cuarenta años en el Colegio Mayor San Fernando de Tenerife, donde alternaba tareas de dirección de esa residencia estudiantil con sus estudios en el Conservatorio; la última vez que le vi fue cerca de su casa en Las Palmas, donde nació.
Hacía sol, la tarde invitaba a mirar el mar, a charlar de la belleza de la vida, o del silencio, ante ese océano que a él le llenaba de vida, y de esperanza de vivir con otros la maravilla de amar el arte. Hoy escribe en EL PAÍS Juan Ángel Vela del Campo una hermosa evocación de este amigo al que ahora despedimos; siempre había, ante él, la sensación de que la vida iba a ser infinita, que siempre habría tiempo para reír y para cantar y para pasear y para viajar; él tenía y esparcía esa sensación de eternidad en su voz y en su risa, que le caracterizaba.
En medio de las amarguras que nos esperaban a todos, Suso era la esperanza y la alegría, la certeza de que jamás en la vida, como el personaje de Hemingway, nunca estaría triste una mañana. Y ahora aquí estamos, señalando su muerte como la peor pared de este universo que siempre está levantando paredes en las que se observa la desesperación inesperada de los rasguños. Nos dejó una enorme alegría, la que regaló, pero eso no puede impedir ahora la evidencia de esta tremenda nostalgia por la interrupción abrupta de una vida que fue generosa, divertidísima, y tan feliz.

IO SONO L'AMORE




"Todo cambiará para siempre". Ya desde su eslogan, la película italiana Io sono l'amore está apuntando a su raíz, El gatopardo, y más concretamente al adaptador cinematográfico de la obra de Giovanni Tomassi di Lampedusa: Luchino Visconti. El mítico "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie" sufre aquí una mutación radical, descorazonadora, acorde con unos nuevos tiempos en los que el desenfreno que atenta contra el estatus social, político, económico y afectivo de una familia de la alta burguesía milanesa ya no tiene vuelta atrás. El acabose. Luca Guadagnino, del que solo conocíamos su pobre adaptación de la exitosa novela Melissa P, ha compuesto una película soberbia, sorprendente, con la mirada fija en la obra de Visconti: en El gatopardo, pero también en Senso, en La caída de los dioses, en Confidencias, incluso a la primigenia Ossessione. De todas ellas tiene algo Io sono l'amore. Y sin embargo su película no puede ser más moderna, más arriesgada.

IO SONO L'AMORE
Dirección: Luca Guadagnino. Intérpretes: Tilda Swinton, Flavio Parenti, Edoardo Gabbriellini, Alba Rohrwacher.

Género: drama. Italia, 2009.

Duración: 120 minutos.


Una de las hijas se ha enamorado de una mujer; el abuelo se jubila ninguneando a su primogénito a favor de su nieto; la globalización, escenificada en la frase "el capital es la democracia", está a unos pasos de provocar la venta de la empresa textil de la familia protagonista, la madre da rienda suelta a la pasión con un adulterio... Los síntomas de derrumbe se escenifican a través de numerosos símbolos clásicos, que van marcando la narración: la mujer que se interroga delante del espejo, la carretera ondulada que introduce en el abismo, la nieve que mantiene a los protagonistas en la mansión-cárcel, la lluvia como plaga, el campo como paraíso, la iglesia como lugar de confesión... Mientras, formalmente, Guadagnino se hace presente con numerosos recursos: quietud, calma y planos generales en los interiores familiares; montaje cortante, primerísimos planos, deleite en los cuerpos en las escenas de pasión; diálogos en off con los que se evita mostrar la acción, elipsis de imagen, pero no de texto, atonalidad musical en la banda sonora de John Adams...

Desde luego, se parte de Visconti, pero se llega a lugares muy distintos. El último minuto de película, rabioso, vehemente, arriesgadísimo, sin palabras, solo con recursos fílmicos, es la mejor muestra. Guadagnino, de 39 años, con Io sono l'amore. Matteo Garrone, 40 años, con Gomorra; Paolo Sorrentino, 40 años, con Il divo. El gran cine italiano puede estar de vuelta.