rostro mañana 3, de Javier Marías
700 páginas. Me las he leído todas. Sumadas las 500 y 600 de las partes 1 y 2, tenemos que le he soportado a Marías 1800 páginas. ¿Y ni siquiera me va a invitar a un café en el Palace? Pues parece que no.
Ah, Javier Marías, que encrucijada de juicios, qué punto caliente literario, qué rinconcito donde sacar dagas y trapichear con prestigios; qué nombre ya paquidérmico; qué empuñadura de la espada del bando, tu bando, mi bando, ese bando y aún ese otro bando, facción, capillita.
La hostia. Digo Javier Marías y tengo a todo el mundo en mi cabeza diciéndome que sí, que no, que mierda, que genio, que traducido del inglés, que siempre lo mismo, que aburrido, que brillante, que original, que señorito.
Que tal.
El caso. Yo he leído todo Tu rostro mañana, desde la página uno a la página 1800 y eso, para empezar, es algo que no has hecho ni tú, ni tú, ni (me apuesto el alma) ni uno solo de los críticos que han reseñado la obra. Porque para leerse entero este tercer volumen hay que tener algo más que la necesidad de hacer una reseña (que bien puede hacerse, y más en el caso de Marías, con leer apenas las primeras páginas): lo que hay que tener es un verdadero interés literario por lo que se escribe, cosa que, claro, no asiste a los críticos, ni a los escritores. Yo diría que eso sólo me asiste a mí.
Tu rostro mañana, para que nos centremos, va de un tipo que ejerce de espía o similar. La cosa es muy (demasiado) poética: Jacobo, el prota, tiene la capacidad de observar un rostro y entender a su través si el hombre que es ese rostro va a matar, a traicionar, a reciclar correctamente la basura o mentir a su jefe, oh, estoy malito, me voy de cañas. Y ya.
Eso da igual. A partir de este prota narrador, Javier Marías nos reflexiona sobre temas importantes. Guerras, mayormente. La civil ibérica, la mundial 2ª y algunos terrorismos.
No hay trama, no hay mecanismo, sólo Javi dándole a la tecla.
En las dos primeras partes pasaron cosas, pero no recuerdo realmente, a la hora de enfrentar la 3, de dónde venimos. Me quedó el relato de una humillación situada en la Guerra Civil, las ideas sobre el bottox, una agresión en un cuarto de baño, carteles de careless talk... cosas así. Y sobre todo, esa prosa ya mítica y ridícula, según quién juzgue, de poner una palabra y un espejo, y luego otro espejo y otra palabra, y especular con lo especular hasta que el párrafo dice todo y nada, y marea, y suelta cierta honestidad.
Hay que decir; debo decir, que claramente yo soy fan de Marías: si no no me leo 1800 páginas. Pero también hay que decir que yo soy muy fan de mi amiga Rosa, la quiero y todo eso, pero mi cariño por mi amiga no me impide decir que es una zorra, que viste fatal, que le gusta mucho el dinero o que preferiría que no fuera del PP. ¿Nos entendemos? Lo intento otra vez párrafo abajo.
Vamos, que Javier Marías, como Enrique Vila-Matas, como tantos, no son autores que uno pueda leer sin ellos en mente. Sólo amicalmente (literatura amical: quieres en tu vida a esos autores; luego ya vemos si sus libros te gustan más o menos) puede leerse a Marías, a Vila-Matas. Yo a veces estoy cabreado con don Enrique y sus libros no los soporto. Luego me reconcilio y me lo paso bien con sus paranoias.
Así, en Tu rostro mañana 3 he tenido como nunca la sensación, no de leer una novela sobre unos personajes, sino de leer una novela sobre cómo el autor, Javier Marías, hace una novela. De ahí que, finalmente, me haya gustado.
Leo y digo, jeje, aquí está Javier Marías metiéndose con Jorge Herralde (Garralde, página 276: “carecía enteramente de escrúpulos”); jeje, aquí está Javier Marías soltando sus paranoias urbanísticas sobre Madrid (“El adefesio era la Almudena”; página 377); caramba, aquí está Javier Marías describiendo un polvo (“Un condón”, pensé, “no puedo atreverme a intentarlo sin llevar un condón puesto”, página 149); aquí está el Javier Marías clasista, aquí el señorito, aquí el devoto de su padre; aquí su intento de hacer dialogar a los personajes con naturalidad (“No dispongo de todo el puto día para memeces de trastornado”, página 477). Y así todo.
El final me gusta mucho. El final final. Lo demás, a partir de la llegada a Madrid del prota, es aburridillo, demasiado caprichoso.
En fin. 1800 páginas te leí, no te leo más. Para mí ya no escribas, que ni un café en el Palace ni un apadrinamiento que has dado. Aunque, esta cita, te la agradezco. Es bella.
Por qué se enfrentaron y para qué tanto esfuerzo, para qué guerrearon en lugar de mirar y de quedarse quietos, por qué no supieron verse o seguirse viendo, y a qué tanto sueño y aquel rasguño, mi dolor, mi palabra, tu fiebre, y tantas las dudas, y tal tormento.
11 may 2010
Algo mucho peor
Algo mucho peor
Refiere Arturo Pérez Reverte (interesante columnista) su cita no galante con Javier Marías (novelista excepcional) una pasada noche en Madrid. La referencia aparece dentro de un artículo dedicado a los mendigos y a lo dura que es la vida de los que tenemos que soportar a los mendigos. Así, Arturo Pérez Reverte no refiere si él y Javier Marías cenaron o sólo bebieron, o ambas cosas, ni qué restaurantes o pubs visitaron. Hablarían, esto no lo refiere Arturo Pérez Reverte, de sus cosas: Núñez de Vaca, los premios literarios, Umbral. Hablarían, no lo refiere, de España vértebra a vértebra, el poder, las ruedas catalinas del alma, mujeres, Sothebys. Arturo Pérez Reverte, no lo refiere, fumaría o no fumaría un puro, Javier Marías, no lo refiere, degustaría o no degustaría un whisky, ambos sonreirían en más de un momento, consultarían la hora en el brillo de sus relojes, espantarían el polvo de su trajes con elegante ademán, se ofrecerían para pagar la cuenta y alguno, en efecto, no lo refiere, la pagaría.
Sí refiere Arturo Pérez Reverte, en su artículo, la nauseabunda presencia en Madrid de los mendigos. Habla de varios de ellos, los cataloga y hasta propone un justo modo de empleo de la caridad en función del mérito de los inopes. Comenta que a las rumanas en los semáforos casi tiene uno que atropellarlas. Etc.
En definitiva, confirma lo que todos pensamos, todos sin excepción, que a los mendigos habría que fusilarlos. Son feos, no visten bien, dan pena y molestan como insectos. También se les podría lapidar o acuchillar, el aniquilamiento es facultativo. No discutamos.
Y sí refiere, el académico Pérez Reverte, con gran generosidad para los curiosos, el paseo final por las calles oscuras de Madrid que él y el no académico Javier Marías emprendieron en un momento dado.
Ahí van, miradlos, dos hombres hechos, cumplidos, aureoleados, satisfechos. Dos triunfadores, dos ejemplos latiendo en este escalón de la Historia. Famosos, con no poco dinero y muchas medallas aún que imponer a sus biografías.
Y sí refiere, Pérez Reverte, el encuentro malhadado de dos mundos: ellos, va dicho: los triunfadores, y los otros: va dicho: la hez. Un mendigo, de entre las sombras, refiere Pérez Reverte, les salió al encuentro, les pidió dinero, interrumpiendo quizá una frase (interrumpiendo seguro una frase) muy larga y bella de Javier Marías.
Ambos doctos, acaudalados, principales caballeros, cervantinos pero con pasta, rechazaron al infecto, poco menos que deyectable, mendigo, con todos los métodos a su alcance, pero el mendigo, atraído venenosamente por el brillo de dos señores, no se iba, perseveraba en su demanda de limosna, se arrastraba.
Entre los métodos de disuasión empleados, no lo refiere Pérez Reverte, no estuvo incluido, imagino, la lectura de una página de Javier Marías, lectura que si bien no es seguro que ahuyentara al despreciable desharrapado, sin duda lo inmovilizaría convenientemente.
En la distancia, el mendigo, tras desistir de sus rogaciones, tras dar por sentado que esos dos caballeros y prebostes del saber, uno académico y el otro casi, no aflojarían, en la distancia, lejos, muy lejos, porque quien no tiene dinero, es sabido (Pérez Reverte no lo refiere), tampoco tiene valor, coraje ni dignidad, por eso desde un punto alejado, el mendigo, esa cobaya viscosa, insultó a los dos Hombres de aquesta manera: “!Maricones!”
Pérez Reverte sí refiere, se lo agradecemos: qué momento para el anecdotario, sí refiere, la respuesta de Javier Marías (excepcional novelista): la respuesta fue darle un euro (166,38 pesetas) al mendigo, y decir: “Por perspicaz.” Oh, eyaculación, qué ironía inglesa pasada por colegio de pago, qué prueba, si hacía falta, de talento literario y dominio, en corto, del idioma. “Te doy un euro (166,38 pesetas) por la hilaridad que nos ha provocado ser vistos como homosexuales cuando somos, amén de caballeros, dos solteros cuya vida heterosexual a buen seguro solicitarían muchos al nacer.”
El mendigo, no lo refiere Pérez Reverte, se alejó con su euro: si alguien le da otro ya tiene para un café. Perro, musaraña, ratoncillo que roes tu fracaso, desde aquí me sumo y supero la diatriba de Pérez Reverte y te deseo, de corazón, que te mueras, que dejes de importunar a los Grandes de Esta España Nuestra con tus míseros requerimientos paganos, y que aprendas, si aún vives, si aún respiras, alimaña, que don Arturo Pérez Reverte y don Javier Marías no son maricones, no son homosexuales, no son gays, no son bujarrones, no son, en fin, amantes de su carne en un espejo. Son algo mucho peor: son novelistas.
Refiere Arturo Pérez Reverte (interesante columnista) su cita no galante con Javier Marías (novelista excepcional) una pasada noche en Madrid. La referencia aparece dentro de un artículo dedicado a los mendigos y a lo dura que es la vida de los que tenemos que soportar a los mendigos. Así, Arturo Pérez Reverte no refiere si él y Javier Marías cenaron o sólo bebieron, o ambas cosas, ni qué restaurantes o pubs visitaron. Hablarían, esto no lo refiere Arturo Pérez Reverte, de sus cosas: Núñez de Vaca, los premios literarios, Umbral. Hablarían, no lo refiere, de España vértebra a vértebra, el poder, las ruedas catalinas del alma, mujeres, Sothebys. Arturo Pérez Reverte, no lo refiere, fumaría o no fumaría un puro, Javier Marías, no lo refiere, degustaría o no degustaría un whisky, ambos sonreirían en más de un momento, consultarían la hora en el brillo de sus relojes, espantarían el polvo de su trajes con elegante ademán, se ofrecerían para pagar la cuenta y alguno, en efecto, no lo refiere, la pagaría.
Sí refiere Arturo Pérez Reverte, en su artículo, la nauseabunda presencia en Madrid de los mendigos. Habla de varios de ellos, los cataloga y hasta propone un justo modo de empleo de la caridad en función del mérito de los inopes. Comenta que a las rumanas en los semáforos casi tiene uno que atropellarlas. Etc.
En definitiva, confirma lo que todos pensamos, todos sin excepción, que a los mendigos habría que fusilarlos. Son feos, no visten bien, dan pena y molestan como insectos. También se les podría lapidar o acuchillar, el aniquilamiento es facultativo. No discutamos.
Y sí refiere, el académico Pérez Reverte, con gran generosidad para los curiosos, el paseo final por las calles oscuras de Madrid que él y el no académico Javier Marías emprendieron en un momento dado.
Ahí van, miradlos, dos hombres hechos, cumplidos, aureoleados, satisfechos. Dos triunfadores, dos ejemplos latiendo en este escalón de la Historia. Famosos, con no poco dinero y muchas medallas aún que imponer a sus biografías.
Y sí refiere, Pérez Reverte, el encuentro malhadado de dos mundos: ellos, va dicho: los triunfadores, y los otros: va dicho: la hez. Un mendigo, de entre las sombras, refiere Pérez Reverte, les salió al encuentro, les pidió dinero, interrumpiendo quizá una frase (interrumpiendo seguro una frase) muy larga y bella de Javier Marías.
Ambos doctos, acaudalados, principales caballeros, cervantinos pero con pasta, rechazaron al infecto, poco menos que deyectable, mendigo, con todos los métodos a su alcance, pero el mendigo, atraído venenosamente por el brillo de dos señores, no se iba, perseveraba en su demanda de limosna, se arrastraba.
Entre los métodos de disuasión empleados, no lo refiere Pérez Reverte, no estuvo incluido, imagino, la lectura de una página de Javier Marías, lectura que si bien no es seguro que ahuyentara al despreciable desharrapado, sin duda lo inmovilizaría convenientemente.
En la distancia, el mendigo, tras desistir de sus rogaciones, tras dar por sentado que esos dos caballeros y prebostes del saber, uno académico y el otro casi, no aflojarían, en la distancia, lejos, muy lejos, porque quien no tiene dinero, es sabido (Pérez Reverte no lo refiere), tampoco tiene valor, coraje ni dignidad, por eso desde un punto alejado, el mendigo, esa cobaya viscosa, insultó a los dos Hombres de aquesta manera: “!Maricones!”
Pérez Reverte sí refiere, se lo agradecemos: qué momento para el anecdotario, sí refiere, la respuesta de Javier Marías (excepcional novelista): la respuesta fue darle un euro (166,38 pesetas) al mendigo, y decir: “Por perspicaz.” Oh, eyaculación, qué ironía inglesa pasada por colegio de pago, qué prueba, si hacía falta, de talento literario y dominio, en corto, del idioma. “Te doy un euro (166,38 pesetas) por la hilaridad que nos ha provocado ser vistos como homosexuales cuando somos, amén de caballeros, dos solteros cuya vida heterosexual a buen seguro solicitarían muchos al nacer.”
El mendigo, no lo refiere Pérez Reverte, se alejó con su euro: si alguien le da otro ya tiene para un café. Perro, musaraña, ratoncillo que roes tu fracaso, desde aquí me sumo y supero la diatriba de Pérez Reverte y te deseo, de corazón, que te mueras, que dejes de importunar a los Grandes de Esta España Nuestra con tus míseros requerimientos paganos, y que aprendas, si aún vives, si aún respiras, alimaña, que don Arturo Pérez Reverte y don Javier Marías no son maricones, no son homosexuales, no son gays, no son bujarrones, no son, en fin, amantes de su carne en un espejo. Son algo mucho peor: son novelistas.
Un Poco de Algo
Iglesia de San Millán de Segovia.
ALBORADAS
En San Millán
a misa de alba
tocando están.
Escuchad, señora,
los campaniles del alba,
los faisanes de la aurora.
Mal dice el negro atavío,
negro manto y negra toca
con el carmín de esa boca.
Nunca se viera
de misa, tan de mañana,
viudita más casadera
ANTONIO MACHADO
cada mirada
elige su paisaje
y lo interroga
(Mario Benedetti. Haiku 61
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