8 abr 2010
Nana de una Isla
Pedro García Cabrera
Nana de una Isla
Ella había nacido para el mar.
Las curvas de su espalda,
desde muy pequeñita,
tenían cumpleaños de olas.
Se despertaba
con rumores de playa en los costados,
con sus cabellos de alga en las arenas
y el pez de la sonrisa
nadándole los labios.
Crecíase hacia adentro,
hacia sus libertades submarinas,
que tomaban el sol abriéndole los ojos
en tirones de sueños y resacas.
Por la noche soñaba con sirenas.
Un día se fue al mar:
iba llorando soledades.
Una lágrima fue su salvavidas.
De ella tomó volcán, intimidad y contorno.
Y se quedó flotando entre las aguas.
Ahora es una isla que llaman Tenerife.
(Vuelta a la isla, 1968)
5 abr 2010
El 11 de abril
día antes de que Semprún publicara este artículo en ‘Le Monde’, acudió al programa de la televisión pública ‘Vous aurez le dernier mot !’, presentado por Franz-Olivier Giesbert, uno de los mejores espacios junto con ‘Ce soir ou jamais’, emitido en la segunda cadena de la pública.
Dijo cosas interesantes sobre la cuestión de la novela histórica: aunque prefirió no meterse en la polémica Lanzmann-Haenel (“esas cosas no me interesan”, o algo así, terció), sí dijo que la ficción puede llegar a donde la mera enumeración no podrá jamás.
No es ficción la historia de la niña Dora Bruder, aunque lo cuenta como novela Patrick Modiano.
Es una mezcla magnífica, horripilante y emocionante, me acordé de Modiano cuando Semprún habló de eso. Además, a raíz de la presentación de una película-superproducción acerca de la redada antijudía de julio del 42, hizo una mención a Catherine Herszberg.
Sería conveniente recordar, cuando los católicos o los propios judíos utilizan la figura del Holocausto para justificar algunas cuestiones oscuras, o cuando los antiisraelíes proclaman que en Palestina los israelíes hacen lo mismo, que eso que ocurrió hace 60 años apenas tuvo precedentes y no ha tenido, salvo en Camboya en parte y en Ruanda en su totalidad, “indignos” sucesores. Buchenwald o “el infierno de Bergen-Belsen”, como dijo Simone Veil al ingresar hace nada en la Academia y convertirse en “inmortal”, en su caso nunca mejor dicho. Los campos son todos diferentes unos de otros. Hubo campos de concentración y campos de exterminio, dos cosas distintas, que es el mensaje principal de ‘Shoa’, de Lanzmann, y de ‘El infierno de Treblinka’ de V. Grossman, por un lado’, y de ‘Si esto es un hombre’, de P. Levi, por otro.
Pero la dimensión industrial de recolección de la “materia prima”, su transporte y transformación final mediante “cadena de montaje” a gas, para su incineración inmediata, una vez que no había donde meter los cuerpos, por mucho que se escavaran enormes fosas, fue única. Veil, con esa delicadeza y elegancia que siempre le han caracterizado, apenas dijo nada de eso, sólo al principio del discurso, cuando se emocionó: http://www.academie-francaise.fr/immortels/discours_reception/veil.html
El Cantalamessa, o Cantamañanas del otro día, utilizó el símil, y a Veil le hicieron lo mismo cuando la ley del aborto.
Cuando leí a Semprún el mes pasado (su artículo, porque, además, ha escrito un libro, que es a lo que originalmente fue al programa de Giesbert, a hablar de su libro, como decía el otro…), su lenguaje me llevó a pensar que está muriéndose, por como lo dijo.
Puede que en diez años, con 96 a sus espaldas, aún esté vivo. Si no es así, habríamos perdido, rodeados como estamos de pigmeos políticos y sociales, a un gigante.
Él fue ministro; Veil, también. ¿Y saben ustedes con quién compartió mesa de consejo de ministros en el Elíseo de Giscard la señora Veil, que hubo de volver prácticamente sola a Francia? Con Maurice Papon, nada más y nada menos, que del Burdeos ocupado, compañero de “andanzas” con el Barbie de Lyon, hasta su etapa de prefecto cuando la matanza del Sena, dejó un rastro “inolvidable”.
También estaba en esa categoría un amigo íntimo de M. Mitterrand, al que el presidente siempre guardó su afecto, lo que provocó un escándalo mayúsculo en los 90, para la indignación de todos, empezando por un despechado (y expulsado de su gobierno) Jospin.
Semprún y Veil son memoria histórica, la memoria difícil de digerir y difícil de judicializar, en palabras de Todorov, quien dedica dos capítulos a la violación de los derechos humanos y al ajuste y desajuste de cuentas con las dictaduras en su ultimísimo libro.
La Historia se ha dejado a muchos por el camino, como en Ucrania, donde el padre Dubois –todavía quedan almas puras en la Iglesia– rescata del horror del olvido a miles de víctimas exterminadas por alemanes y colaboracionistas locales y luego ignorados por los rusos. Levi, el superviviente, Il supérstite de su poema, habló de otro niño en la liberación del 45.
No fueron americanos, sino soviéticos, los que abrieron las puertas del infierno de Auschwitz. Allí estaba “Hurbinek, el hijo de la muerte, de tres años”. Termino con esta frase del mismo Levi, en ‘Los ahogados y los salvados’: “Nosotros, los supervivientes, no somos los auténticos testigos, sino una minoría anómala, aquellos que, por habernos desviado un momento, o por nuestras cualidades, o por nuestra suerte, no llamamos a la puerta.
Quienes sí lo hicieron y vieron a Gorgon no han vuelto para contárnoslo, o volvieron sin palabras”.
Feliz Día de Pascua.
Gaspard
Dijo cosas interesantes sobre la cuestión de la novela histórica: aunque prefirió no meterse en la polémica Lanzmann-Haenel (“esas cosas no me interesan”, o algo así, terció), sí dijo que la ficción puede llegar a donde la mera enumeración no podrá jamás.
No es ficción la historia de la niña Dora Bruder, aunque lo cuenta como novela Patrick Modiano.
Es una mezcla magnífica, horripilante y emocionante, me acordé de Modiano cuando Semprún habló de eso. Además, a raíz de la presentación de una película-superproducción acerca de la redada antijudía de julio del 42, hizo una mención a Catherine Herszberg.
Sería conveniente recordar, cuando los católicos o los propios judíos utilizan la figura del Holocausto para justificar algunas cuestiones oscuras, o cuando los antiisraelíes proclaman que en Palestina los israelíes hacen lo mismo, que eso que ocurrió hace 60 años apenas tuvo precedentes y no ha tenido, salvo en Camboya en parte y en Ruanda en su totalidad, “indignos” sucesores. Buchenwald o “el infierno de Bergen-Belsen”, como dijo Simone Veil al ingresar hace nada en la Academia y convertirse en “inmortal”, en su caso nunca mejor dicho. Los campos son todos diferentes unos de otros. Hubo campos de concentración y campos de exterminio, dos cosas distintas, que es el mensaje principal de ‘Shoa’, de Lanzmann, y de ‘El infierno de Treblinka’ de V. Grossman, por un lado’, y de ‘Si esto es un hombre’, de P. Levi, por otro.
Pero la dimensión industrial de recolección de la “materia prima”, su transporte y transformación final mediante “cadena de montaje” a gas, para su incineración inmediata, una vez que no había donde meter los cuerpos, por mucho que se escavaran enormes fosas, fue única. Veil, con esa delicadeza y elegancia que siempre le han caracterizado, apenas dijo nada de eso, sólo al principio del discurso, cuando se emocionó: http://www.academie-francaise.fr/immortels/discours_reception/veil.html
El Cantalamessa, o Cantamañanas del otro día, utilizó el símil, y a Veil le hicieron lo mismo cuando la ley del aborto.
Cuando leí a Semprún el mes pasado (su artículo, porque, además, ha escrito un libro, que es a lo que originalmente fue al programa de Giesbert, a hablar de su libro, como decía el otro…), su lenguaje me llevó a pensar que está muriéndose, por como lo dijo.
Puede que en diez años, con 96 a sus espaldas, aún esté vivo. Si no es así, habríamos perdido, rodeados como estamos de pigmeos políticos y sociales, a un gigante.
Él fue ministro; Veil, también. ¿Y saben ustedes con quién compartió mesa de consejo de ministros en el Elíseo de Giscard la señora Veil, que hubo de volver prácticamente sola a Francia? Con Maurice Papon, nada más y nada menos, que del Burdeos ocupado, compañero de “andanzas” con el Barbie de Lyon, hasta su etapa de prefecto cuando la matanza del Sena, dejó un rastro “inolvidable”.
También estaba en esa categoría un amigo íntimo de M. Mitterrand, al que el presidente siempre guardó su afecto, lo que provocó un escándalo mayúsculo en los 90, para la indignación de todos, empezando por un despechado (y expulsado de su gobierno) Jospin.
Semprún y Veil son memoria histórica, la memoria difícil de digerir y difícil de judicializar, en palabras de Todorov, quien dedica dos capítulos a la violación de los derechos humanos y al ajuste y desajuste de cuentas con las dictaduras en su ultimísimo libro.
La Historia se ha dejado a muchos por el camino, como en Ucrania, donde el padre Dubois –todavía quedan almas puras en la Iglesia– rescata del horror del olvido a miles de víctimas exterminadas por alemanes y colaboracionistas locales y luego ignorados por los rusos. Levi, el superviviente, Il supérstite de su poema, habló de otro niño en la liberación del 45.
No fueron americanos, sino soviéticos, los que abrieron las puertas del infierno de Auschwitz. Allí estaba “Hurbinek, el hijo de la muerte, de tres años”. Termino con esta frase del mismo Levi, en ‘Los ahogados y los salvados’: “Nosotros, los supervivientes, no somos los auténticos testigos, sino una minoría anómala, aquellos que, por habernos desviado un momento, o por nuestras cualidades, o por nuestra suerte, no llamamos a la puerta.
Quienes sí lo hicieron y vieron a Gorgon no han vuelto para contárnoslo, o volvieron sin palabras”.
Feliz Día de Pascua.
Gaspard
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