6 feb 2010
Las Islas temblaron anoche.
Las Islas temblaron anoche.
Anoche hubo un temblor que no es el 1º, entre las Islas de Tenerife y Gran Canaria, en Gran Canaria se noto en Galdar y Agaete, muy cerca de la otra isla.
Y quizás yo estaba muy cansada anoche pero juraria que senti algo, no lo puedo asegurar porque dicen que no, hasta el Instituto de Tenerife sobre seimos se pronuncia.
Hace tiempo que en medio en el mar hay temblores que repercuten a Tenerife y Gran Canaria, unos dicen que es un volcan oculto entre las Islas, otros que es una Isla emergente.
Los nuevos resultados resaltan que durante el Holoceno se produjeron tres grupos de actividad volcánica 'separados por cuatro periodos de inactividad'.
Investigadores españoles y franceses han determinado la edad, la distribución, el volumen y la geoquímica de los volcanes de la isla de Gran Canaria durante el Holoceno, desde hace 11.000 años, para establecer un mapa de peligrosidad volcánica de la isla. El estudio demuestra que el área de mayor actividad volcánica es una de las zonas más pobladas del noreste de la isla, que en el periodo analizado ha sufrido 24 erupciones.
La isla de Gran Canaria es la tercera en extensión (casi 1.600 km²), la tercera en altitud (1.949 metros Pozo de las Nieves) y la segunda en población (829.597 habitantes, INE, a 1 enero de 2008) del archipiélago canario. Gran Canaria se encuentra a 28º latitud Norte y 15º 35' longitud Oeste. Tiene una forma circular con un macizo montañoso en el centro.
Ell geólogo Telesforo Bravo, nos dió clase de una asignatura que escojimos porque él era el que la impartia. Mientras estudiamos su asignatura ocurrió un hecho notable" y no exento de una leyenda que daba miedo.
Se decía por aquel entonces, en Los Realejos, (nosrte de Tenerife) existían unas cuevas, y que por la noche se oían rugidos como de un Dragón, se mezclaba la fantasía con lo cierto.
Ibamos de noche y es cierto lo oimos, y al dia siguiente igual. Le preguntamos a Don Telesforo, pero él nos contó que eran unos gases que emanaban desde dentro de esas cuevas, y listo.
Pues a los 15 dias el Tenegüóa de la Palma explotó.
Nos querían hacer un favor para que no nos preocuramos, aupimos que unos dias antes D. Telesforo y su equipo había salido para La Isla de la Palma que es donde se encuentra ese volcán.
Nunca se hicieron eco de que los rugidos tenían que ver con el Volcán, que casualidad.
Pero la gente no tenía miedo, cierto es que nuestro tipo de vulnalogía no de explosión como el Vesubio y la lava se desliza despacio. Muchos fueron en barco a ver el espectáculo, yo tuve la enorme suerte de verlo desde el Aire.
Porque lo curioso de todo esto es que lo veíamos como un espectáculo, y sin miedo, ya ven nos daba más miedo pensar en un Dragón.
Todo el resto del curso estudiamos al Teneguía y nunca le agradeceré bastante que nos hicieran tantos trabajos equipos sobre ese Volcán y Sobre el Teide que era lo que en la programación ibamos a estudiar....pero se adelantó el de La Palma.
Veremos que pasa con los temblores creo que fueron de 4ª , y quizás pensemos que es el mismo animal dando zancadas de una Isla a Otra.
Traiciones de la memoria
Traiciones de la memoria
Hay algo muy especial en la escritura de Héctor Abad Faciolince que convierte todo lo que trata en algo interesante, en un texto que uno no se puede saltar, con lee siempre con el placer de saber que está disfrutando de un momento especial de la lectura.
Donde Abad consiguió ese estado de gracia que ahora ya parece poseerle fue en su libro memorable El olvido que seremos (Seix Barral), sobre el asesinato de su padre, en Medellín, víctima del terror de ultraderecha que azota Colombia y la sigue amedrentando.
Ese libro era una reconstrucción magnífica, conmovedora, del instante en que el padre de Héctor cae bajo las balas; el hijo se acerca al suceso con el temor tembloroso que alimenta el pudor, y alcanza alturas narrativas que sólo puede marcar un poeta.
El título respondía a un verso supuestamente de Jorge Luis Borges que el padre llevaba en el bolsillo de la chaqueta cuando fue acribillado. El olvido que seremos. Alguien explicó en diversos artículos y otras intervenciones que el poema no era de Borges, sino apócrifo; yo recuerdo que estaba en La Gomera, hace dos años, cuando supe de la polémica por el propio Héctor, que estaba verdaderamente atribulado porque en algún momento pensó que, en efecto, le había atribuido al poeta argentino algo que no era suyo.
Como Abad Faciolince tiene un enorme aprecio por la fidelidad de los datos y de la narrativa que trabaja desde que es un chico se dedicó a buscar y recorrió medio mundo para hacer una pesquisa universal acerca del origen del poema, hasta que halló la verdad verdadera: era de Borges, éste lo pensó, lo dictó, lo corrigió.
El destino del poema es difícil de hallar, como una novela de misterio que se desenvuelve como un caramelo raro, y aquí está, el objeto mismo, en una edición que ha hecho ahora Alfaguara y que acabo de comprar en Cartagena de Indias. Anoche acabé el libro, conmovido otra vez por la historia primitiva, el asesinato del padre, y por la capacidad que ha tenido Héctor para convertir su paciencia y su escritura en los instrumentos de su arte. El libro se llama Traiciones de la memoria y a mi me gustaría recomendarlo.
Juan Cruz
Hay algo muy especial en la escritura de Héctor Abad Faciolince que convierte todo lo que trata en algo interesante, en un texto que uno no se puede saltar, con lee siempre con el placer de saber que está disfrutando de un momento especial de la lectura.
Donde Abad consiguió ese estado de gracia que ahora ya parece poseerle fue en su libro memorable El olvido que seremos (Seix Barral), sobre el asesinato de su padre, en Medellín, víctima del terror de ultraderecha que azota Colombia y la sigue amedrentando.
Ese libro era una reconstrucción magnífica, conmovedora, del instante en que el padre de Héctor cae bajo las balas; el hijo se acerca al suceso con el temor tembloroso que alimenta el pudor, y alcanza alturas narrativas que sólo puede marcar un poeta.
El título respondía a un verso supuestamente de Jorge Luis Borges que el padre llevaba en el bolsillo de la chaqueta cuando fue acribillado. El olvido que seremos. Alguien explicó en diversos artículos y otras intervenciones que el poema no era de Borges, sino apócrifo; yo recuerdo que estaba en La Gomera, hace dos años, cuando supe de la polémica por el propio Héctor, que estaba verdaderamente atribulado porque en algún momento pensó que, en efecto, le había atribuido al poeta argentino algo que no era suyo.
Como Abad Faciolince tiene un enorme aprecio por la fidelidad de los datos y de la narrativa que trabaja desde que es un chico se dedicó a buscar y recorrió medio mundo para hacer una pesquisa universal acerca del origen del poema, hasta que halló la verdad verdadera: era de Borges, éste lo pensó, lo dictó, lo corrigió.
El destino del poema es difícil de hallar, como una novela de misterio que se desenvuelve como un caramelo raro, y aquí está, el objeto mismo, en una edición que ha hecho ahora Alfaguara y que acabo de comprar en Cartagena de Indias. Anoche acabé el libro, conmovido otra vez por la historia primitiva, el asesinato del padre, y por la capacidad que ha tenido Héctor para convertir su paciencia y su escritura en los instrumentos de su arte. El libro se llama Traiciones de la memoria y a mi me gustaría recomendarlo.
Juan Cruz
Hadas
Jugando sin parar,
ríe Lilia con el rocío del juglar.
Cantando y bailando,
hacia Gump ha de llegar.
Las hadas la han escuchado
bostezando se levantan,
con el trajinar del día
cansadas han de estar.
¡Qué importa!
Ellas dispuestas a bailar están.
Los duendes han escapado,
su oro escondido estará,
¡No se lo vayan a robar!
Quizás se unan…
Quizás no…
¡Lo pensarán!
La luna sonriente se alista,
se viste de seda,
caricias de plata dará.
¡Hoy es día de fiesta!
Luz no faltará.
La flauta dulce se extiende,
el aroma tutú se irradia,
¡Hasta las flores llegaron ya!
Lilia apresura su paso
la fiesta empezando va.
Yahaira Valverde
1 feb 2010
'Dans les oeufs'
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 24 de Enero de 2010
Como se veía venir –consideren lo de se veía como bordería facilona–, la moda de los restaurantes donde se come a oscuras ha sido saludada con alborozo en España. Faltaría más.
En la vanguardia de Occidente. Y háganse cargo del flash: completamente a oscuras, camareros ciegos que te llevan de la mano y sirven platos que no puedes ver, todo a base de tacto, gusto, oído y olfato. Con mucho contacto físico, se añade como incentivo.
Hasta para hacer pipí te lleva de la mano un ciego o ciega –no me pillarás esta vez, Bibiana–. Y oigan. De clientes no sé cómo andan esos locales; igual hay bofetadas para meterse dentro.
No me extrañaría en absoluto. Los elogios mediáticos son, desde luego, rutilantes. En las páginas de Cultura, por supuesto. Dónde, si no.
A fin de cuentas, comer donde Ferrán Adriá equivale a leer tres páginas del Quijote, por lo menos. O cuatro. Dicen. Como los desfiles de moda y el mus. Y las tres en raya. Todo a Cultura.
Con foto del restaurante entre el museo Thyssen y la última novela de Saramago. Y lo de zampar a oscuras, además, encima de venir avalado por franquicia con precedentes en París, Londres y Moscú –Dans le Noir, capten el astuto juego de palabras–, tiene ese puntito a medio camino entre museo de Diseño de Zúrich y corrección política que lleva a algunos al límite del orgasmo múltiple. Ahí va una de las reseñas, cuyo recorte atesoro: «La necesidad de experimentar nuevas emociones y el afán de descubrimiento no están reñidos con la conciencia social y la sensibilidad hacia las discapacidades». Con dos cojones.
Iría, lo juro. De no estar un poco mayor para estas cosas –«La experiencia no es apta para quien no ama el contacto físico, ya que el tacto es el sentido estrella de la noche»–, les aseguro a ustedes que caería a cenar allí, sólo por ver cómo se las arregla uno cuando, en la oscuridad, dice: «Camarero, hágame el favor. Necesito miccionar», y el de la ONCE llega, te palpa, te coge de la mano y te conduce a través de la noche procelosa hasta el lugar, supongo que también dans le noir, donde puedes aliviar la vejiga.
He visto una foto publicitaria en alguna parte, y es que de verdad dan ganas de abalanzarte al sitio: los clientes apoyados unos en otros y el camarero delante, como bailando la conga.
Todo elegante y solidario que te rilas, a base de mucho tacto y contacto físico, como debe ser.
Desplegando tu conciencia social y sensibilidad solidaria camino del baño, en alegre camaradería con otros clientes que en ese momento sientan ganas de lo mismo. Guiados todos por camareros invidentes pero expertos, que cual Virgilios abnegados te guíen por la selva oscura de la vida, al fondo a la derecha. Orientándote el chorro una vez allí, supongo. Con paciente esmero.
Lo mejor de todo esto es que me ha dado un par de ideas. Estoy por llamar a mi amigo Félix Colomo –el que me pidió autorización para abrir en el Madrid de los Austrias su Taberna del Capitán Alatriste– y decirle que debería ampliar sus negocios gastronómicos con nuevas fórmulas para forrarse.
O para forrarse más, si cabe. Una de ellas podría ser una franquicia de restaurantes que desde ahora mismo le propongo. Sin manos, sería el nombre. Y la gracia del asunto consistiría en que ningún cliente podría usar las manos para comer.
Ni de coña. Al entrar se le atarían a la espalda y degustaría las delicias locales sin cubiertos ni nada, agachándose directamente con la boca sobre el plato.
Slurp, slurp. Eso haría que el tacto, el gusto y el olfato fuesen protagonistas indiscutibles del asunto. Además, para realzar la conciencia social y la sensibilidad sensible, todos los camareros serían mancos, y servirían los platos sosteniéndolos entre los dientes. Para extremar el concepto, no habría servilletas, y los clientes se limpiarían los morros unos a otros con sonoros lengüetazos. Eso daría lugar a una enriquecedora interacción emocional, que como su propio nombre indica, sería mutua.
Tengo otras ideas igual de gilipollas. O más. Algunas podrían triunfar a tope en esta Europa tonta del ciruelo; donde, como dice mi vecino de página Carlos Herrera, si llega un imbécil más, nos caeremos al agua. Por ejemplo: un restaurante llamado Dans les Couilles, aunque una versión más pedestre –Dans les Oeufs– tendría más garra en España.
El toque maestro consistiría en cobrar doscientos euros por cubierto exclusivo para fanáticos del megapijodiseño, soplapollas en general y políticos con Mastercard o Visa Oro del partido. Los políticos, sobre todo, acudirían en enjambres, como suelen.
Dans les Oeufs ofrecería emociones y sensibilidad social a mantas.
Todo el rato, camareros cuidadosamente seleccionados entre los más robustos y robustas –chúpate ésa también, Bibiana– de los parados que frecuentan comedores de caridad o hurgan por la noche en cubos de basura y contenedores de supermercados, estarían dándoles patadas en los huevos.
Como se veía venir –consideren lo de se veía como bordería facilona–, la moda de los restaurantes donde se come a oscuras ha sido saludada con alborozo en España. Faltaría más.
En la vanguardia de Occidente. Y háganse cargo del flash: completamente a oscuras, camareros ciegos que te llevan de la mano y sirven platos que no puedes ver, todo a base de tacto, gusto, oído y olfato. Con mucho contacto físico, se añade como incentivo.
Hasta para hacer pipí te lleva de la mano un ciego o ciega –no me pillarás esta vez, Bibiana–. Y oigan. De clientes no sé cómo andan esos locales; igual hay bofetadas para meterse dentro.
No me extrañaría en absoluto. Los elogios mediáticos son, desde luego, rutilantes. En las páginas de Cultura, por supuesto. Dónde, si no.
A fin de cuentas, comer donde Ferrán Adriá equivale a leer tres páginas del Quijote, por lo menos. O cuatro. Dicen. Como los desfiles de moda y el mus. Y las tres en raya. Todo a Cultura.
Con foto del restaurante entre el museo Thyssen y la última novela de Saramago. Y lo de zampar a oscuras, además, encima de venir avalado por franquicia con precedentes en París, Londres y Moscú –Dans le Noir, capten el astuto juego de palabras–, tiene ese puntito a medio camino entre museo de Diseño de Zúrich y corrección política que lleva a algunos al límite del orgasmo múltiple. Ahí va una de las reseñas, cuyo recorte atesoro: «La necesidad de experimentar nuevas emociones y el afán de descubrimiento no están reñidos con la conciencia social y la sensibilidad hacia las discapacidades». Con dos cojones.
Iría, lo juro. De no estar un poco mayor para estas cosas –«La experiencia no es apta para quien no ama el contacto físico, ya que el tacto es el sentido estrella de la noche»–, les aseguro a ustedes que caería a cenar allí, sólo por ver cómo se las arregla uno cuando, en la oscuridad, dice: «Camarero, hágame el favor. Necesito miccionar», y el de la ONCE llega, te palpa, te coge de la mano y te conduce a través de la noche procelosa hasta el lugar, supongo que también dans le noir, donde puedes aliviar la vejiga.
He visto una foto publicitaria en alguna parte, y es que de verdad dan ganas de abalanzarte al sitio: los clientes apoyados unos en otros y el camarero delante, como bailando la conga.
Todo elegante y solidario que te rilas, a base de mucho tacto y contacto físico, como debe ser.
Desplegando tu conciencia social y sensibilidad solidaria camino del baño, en alegre camaradería con otros clientes que en ese momento sientan ganas de lo mismo. Guiados todos por camareros invidentes pero expertos, que cual Virgilios abnegados te guíen por la selva oscura de la vida, al fondo a la derecha. Orientándote el chorro una vez allí, supongo. Con paciente esmero.
Lo mejor de todo esto es que me ha dado un par de ideas. Estoy por llamar a mi amigo Félix Colomo –el que me pidió autorización para abrir en el Madrid de los Austrias su Taberna del Capitán Alatriste– y decirle que debería ampliar sus negocios gastronómicos con nuevas fórmulas para forrarse.
O para forrarse más, si cabe. Una de ellas podría ser una franquicia de restaurantes que desde ahora mismo le propongo. Sin manos, sería el nombre. Y la gracia del asunto consistiría en que ningún cliente podría usar las manos para comer.
Ni de coña. Al entrar se le atarían a la espalda y degustaría las delicias locales sin cubiertos ni nada, agachándose directamente con la boca sobre el plato.
Slurp, slurp. Eso haría que el tacto, el gusto y el olfato fuesen protagonistas indiscutibles del asunto. Además, para realzar la conciencia social y la sensibilidad sensible, todos los camareros serían mancos, y servirían los platos sosteniéndolos entre los dientes. Para extremar el concepto, no habría servilletas, y los clientes se limpiarían los morros unos a otros con sonoros lengüetazos. Eso daría lugar a una enriquecedora interacción emocional, que como su propio nombre indica, sería mutua.
Tengo otras ideas igual de gilipollas. O más. Algunas podrían triunfar a tope en esta Europa tonta del ciruelo; donde, como dice mi vecino de página Carlos Herrera, si llega un imbécil más, nos caeremos al agua. Por ejemplo: un restaurante llamado Dans les Couilles, aunque una versión más pedestre –Dans les Oeufs– tendría más garra en España.
El toque maestro consistiría en cobrar doscientos euros por cubierto exclusivo para fanáticos del megapijodiseño, soplapollas en general y políticos con Mastercard o Visa Oro del partido. Los políticos, sobre todo, acudirían en enjambres, como suelen.
Dans les Oeufs ofrecería emociones y sensibilidad social a mantas.
Todo el rato, camareros cuidadosamente seleccionados entre los más robustos y robustas –chúpate ésa también, Bibiana– de los parados que frecuentan comedores de caridad o hurgan por la noche en cubos de basura y contenedores de supermercados, estarían dándoles patadas en los huevos.
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