21 ene 2010
Cuántas veces sabiendo
Cuántas veces sabiendo
que eras tú, yo caía
en tu misma sonrisa,
mar abierta, mar plana,
estival, pez, sacando
tus palabras conmigo!
¡Qué nadar! Tú no sabes
que ese mar tan arriba
es ya cielo, y que el aire
me sostiene tan líquido,
tan cristal, que yo en él
por tus ojos tan verdes
afilado me pierdo.
¡Qué nadar! Algas, vivas
indecisas miradas.
¡Agua mía, si helada,
aguzándome siempre!
¿No te clavo? ¿No sientes
que un trayecto, una herida
-¡qué lanzada!- en tu pecho,
agua verde, te dejo?
Con justeza te hiendo,
agua suya, y palpitas,
en tu pecho, mar grande,
en tu carne clavado.
Sin sangrar. Las espumas
te resbalan, qué piel,
qué agonía, y me guardas
en tu inmenso destino,
oh pasión, oh mar cárdeno.
Surto. Cesa tu aliento,
desfalleces, mar último,
y te olvidas de todo
para ser, sólo estar.
¡Y qué muerto! Tu verde
tan profundo, reposa
hasta el lento horizonte,
que te cierra parado.
En la orilla te miro,
oh cadáver, mar mío,
y te peso despacio
en tu carne, y mis labios
alzo fríos y secos.
que eras tú, yo caía
en tu misma sonrisa,
mar abierta, mar plana,
estival, pez, sacando
tus palabras conmigo!
¡Qué nadar! Tú no sabes
que ese mar tan arriba
es ya cielo, y que el aire
me sostiene tan líquido,
tan cristal, que yo en él
por tus ojos tan verdes
afilado me pierdo.
¡Qué nadar! Algas, vivas
indecisas miradas.
¡Agua mía, si helada,
aguzándome siempre!
¿No te clavo? ¿No sientes
que un trayecto, una herida
-¡qué lanzada!- en tu pecho,
agua verde, te dejo?
Con justeza te hiendo,
agua suya, y palpitas,
en tu pecho, mar grande,
en tu carne clavado.
Sin sangrar. Las espumas
te resbalan, qué piel,
qué agonía, y me guardas
en tu inmenso destino,
oh pasión, oh mar cárdeno.
Surto. Cesa tu aliento,
desfalleces, mar último,
y te olvidas de todo
para ser, sólo estar.
¡Y qué muerto! Tu verde
tan profundo, reposa
hasta el lento horizonte,
que te cierra parado.
En la orilla te miro,
oh cadáver, mar mío,
y te peso despacio
en tu carne, y mis labios
alzo fríos y secos.
LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ MEJÍAS -Federico García Lorca
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)