Una estampa devastadora. Edificios, hoteles, embajadas y hasta el palacio presidencial de Puerto Príncipe se han derrumbado. "Es una situación muy caótica, con escombros de las viviendas por todas partes. Hay una capa de polvo que cubre toda la capital. Podemos oír a la gente pidiendo ayuda desde todos los rincones. Se están produciendo réplicas y la gente está muy nerviosa", asegura Kristie van de Wetering, trabajadora de Oxfam Internacional, desde el lugar de la tragedia.
Un catastrófico terremoto siembra la destrucción en Haití
La muerte y la destrucción es visible a cada paso por las calles de Puerto Príncipe. -
Los testigos hablan de una situación dramática por culpa de uno de los peores terremotos en la historia de Haití. Los daños se dejan ver en todos los edificios de la capital haitiana, desde supermercados y hoteles hasta instituciones, catedrales y hospitales. Ninguno se ha librado.
"En medio de gritos y llantos, la gente está pasando la noche al raso", ha relatado el jefe de la Delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Haití, Ricardo Conti, a primera hora de hoy. "La gente está tratando de consolarse los unos a los otros. Lo que se escucha por las calles son las oraciones de agradecimiento de los que han sobrevivido", ha añadido.
A las 16.53 (22.53 hora española) un fuerte temblor desató el pánico entre la población. Era un seísmo de magnitud 7,3 en la escala Ritcher. "Todo el mundo temblaba, era como un baile, la gente salía de los vehículos, corría y gritaba", ha explicado un testigo a la agencia Efe, quien ha dicho que "la carretera se abrió por la mitad" ante sus ojos.
Parecía el infierno, sin luz, el pleno caos. "La ciudad está toda a oscuras. Hay miles de personas sentadas en las calles", ha contado a la agencia Reuters Rachmani Domersant, un jefe de operaciones de la ONG Food for the Poor (Comida para los pobres). "La gente corría, lloraba y
13 ene 2010
LA REALIDAD
La realidad
La realidad es eso; a veces creemos que la realidad son las nubes, los ríos pacíficos, el don apacible de la naturaleza fabricando su buque de espumas y de sueños, el cine, el arte, lo que acabamos de soñar. Y la realidad es, en cambio, ese mazazo que ahora cae sobre Haití; las catástrofes caen primero, o más duramente, sobre aquellos territorios que ya fueron azotados por la pobreza y por la miseria; y ahí sigue ese talismán negro, hundiendo más y más la esperanza de los pueblos entristecidos por el infortunio, por el ronquido inclemente de la tierra que no obedece ni a la razón ni a la esperanza. Creemos que la realidad es lo que se inventa, y de pronto llega un manotazo así y se hunde el mundo para aquellos cuyo universo era una choza que ya estaba en los escombros.
Juan Cruz
12 ene 2010
Las tiendas desaparecidas
Las tiendas desaparecidas
ARTURO PÉREZ-REVERTE
Cada vez que doy un paseo veo más tiendas cerradas. Algunas, las de toda la vida, habían sobrevivido a guerras y conmociones diversas.
Eran parte del paisaje. De pronto, el escaparate vacío, el rótulo desapercido de la fachada, me dejan aturdido, como ocurre con las muerte súbitas o las desgracias inesperadas.
Es una sensación de pérdida irreparable, aunque sólo haya echado vistazos al escaparate, sin entrar nunca.
Otras de esas tiendas son negocios recientes: comercios abiertos hace un par de años, e incluso pocos meses; primero, los trabajos que precedían a la apertura, y después la inauguración, todo flamante, dueños y dependientes a la expectativa, esperanzados.
Ahora paso por delante y advierto que los cristales están cubiertos y la puerta cerrada. Y me estremezco contagiado de la desilusión, la derrota que trasmite ese triste cristal pegado al cristal con las palabras se alquila o se traspasa.
En lo que va de año, la relación es como de una lista de bajas depués de un combate sangriento.
Entre las que conozco hay una parafarmacia, dos tiendas de complementos, una de música clásica, una estupenda tienda de vinos, una ferretería, una tienda de historietas, tres de regalos, dos de muebles, cuatro anticuarios, una librería, dos buenas panaderías, una galería de arte, una sombrerería, una mercería e innumerables tiendas de ropa. También -ésa fue un golpe duro, por lo simbólico- una juguetería grande y bien surtida.
Me gustaba entrar en ella, recobrando la vieja sensación que, quienes fuimos niños cuando no había televisión, ni videoconsola, ni nos habíamos vuelto todos -críos incluidos- completamente cibergilipollas, conservamos del tiempo en que una juguetería con sus muñecas, trenes, soldados, escopetas, cocinitas, caballos de cartón, disfraces de torero y juegos reunidos Geyper, era el lugar más fascinante del mundo.
Ahora hablamos de crisis cada día. Hasta los putos políticos y las putas políticas -que no es lo mismo que políticas putas, ahórrenme las putas cartas lo hacen con la misma impavidez con que antes afirmaban lo contrario.
En todo caso, una cosa es manejar estadísticas; y otra, pisar la calle y haber conocido esas tiendas una por una, recordando los rostros de propietarios y dependientes, su desasosiego en los últimos tiempos, la esperanza, menor cada día, de que alguien se parase ante el escaparate, se animara y entrase a comprar, sabiendo que de ese acto dependían el bienestar, el futuro, la familia.
Haber presenciado tanta angustia diaria, la ausencia de clientes, el miedo a que tál o cúal crédito no llegara, o a no tener con qué pagarlo.
El saberse condenados y sin esperanza mientras, en las tiendas desiertas que con tanta ilusión abrieron, languidecían su trabajo y sus ahorros. Morían tantos sueños.
Eso es lo peor, a mi juicio. Lo imperdonable. Todas esas ilusiones deshechas, trituradas por políticos golfos y sindicalistas sobornados que todavía hablan de clase empresarial como si todos los empresarios españoles tuvieran yate en Cerdeña y cuenta en las islas Caimán.
Ignorando las ilusiones deshechas de tanta gente con ideas y fuerza, que arriegó, peleó para salir adelante, y se vio arrastrada sin remedio por la tragedia económica de los últimos tiempos y también por la irresponsabilidad criminal de quienes tuvieron la obligación de prevenirlo y no quisieron, y ahora tienen el deber de solucionarlo, pero ni pueden ni saben.
De esa gentuza encantada consigo misma que no sólo carece de eficacia y voluntad, sino que sigue impasible como don Tancredo, procurando ni parpadear ante los cuernos del toro que corretea llevándose a todo cristo por delante. Un Gobierno cínico, demagogo, embustero hasta el disparate.
Una oposición cutre, patética, tan corrupta y culpable de enjuagues ladrilleros que trajeron estos fangos, que resulta difícil imaginar que unas simples urnas cambien las cosas.
Sentenciándonos, entre unos y otros, a ser un país sin tejido industrial ni empresarial, sin clase media, condenado al dinero negro, al subsidio laboral con trabajo paralelo encubierto y a la economía clandestina.
Con mucho Berlusconi en el horizonte. Un rebaño analfabeto, sumiso, de albañiles, putas y camareros, donde los únicos que de verdad van a estar a gusto, sinvergüenzas aparte, serán los jubilados guiris, los mafiosos nacionales e importados, y los hooligans de viaje y tres noches de hotel, borrachera y vómito incluidos, por veinticinco euros.
Para entonces, los responsables del desastre se habrán retirado confortablemente al cobijo de sus partidos, de sus varios sueldos oficiales, de sus pingües jubilaciones por los servicios prestados a sí mismos. A dar conferencias a Nueva York sobre cómo nos reventaron a todos, dejando el paisaje lleno de tiendas cerradas y de vidas con el rótulo se traspasa.
Así que malditos sean su sangre y todos sus muertos. En otros tiempos, al menos tenías la esperanza de verlos colgados de una farola.
ARTURO PÉREZ-REVERTE
Cada vez que doy un paseo veo más tiendas cerradas. Algunas, las de toda la vida, habían sobrevivido a guerras y conmociones diversas.
Eran parte del paisaje. De pronto, el escaparate vacío, el rótulo desapercido de la fachada, me dejan aturdido, como ocurre con las muerte súbitas o las desgracias inesperadas.
Es una sensación de pérdida irreparable, aunque sólo haya echado vistazos al escaparate, sin entrar nunca.
Otras de esas tiendas son negocios recientes: comercios abiertos hace un par de años, e incluso pocos meses; primero, los trabajos que precedían a la apertura, y después la inauguración, todo flamante, dueños y dependientes a la expectativa, esperanzados.
Ahora paso por delante y advierto que los cristales están cubiertos y la puerta cerrada. Y me estremezco contagiado de la desilusión, la derrota que trasmite ese triste cristal pegado al cristal con las palabras se alquila o se traspasa.
En lo que va de año, la relación es como de una lista de bajas depués de un combate sangriento.
Entre las que conozco hay una parafarmacia, dos tiendas de complementos, una de música clásica, una estupenda tienda de vinos, una ferretería, una tienda de historietas, tres de regalos, dos de muebles, cuatro anticuarios, una librería, dos buenas panaderías, una galería de arte, una sombrerería, una mercería e innumerables tiendas de ropa. También -ésa fue un golpe duro, por lo simbólico- una juguetería grande y bien surtida.
Me gustaba entrar en ella, recobrando la vieja sensación que, quienes fuimos niños cuando no había televisión, ni videoconsola, ni nos habíamos vuelto todos -críos incluidos- completamente cibergilipollas, conservamos del tiempo en que una juguetería con sus muñecas, trenes, soldados, escopetas, cocinitas, caballos de cartón, disfraces de torero y juegos reunidos Geyper, era el lugar más fascinante del mundo.
Ahora hablamos de crisis cada día. Hasta los putos políticos y las putas políticas -que no es lo mismo que políticas putas, ahórrenme las putas cartas lo hacen con la misma impavidez con que antes afirmaban lo contrario.
En todo caso, una cosa es manejar estadísticas; y otra, pisar la calle y haber conocido esas tiendas una por una, recordando los rostros de propietarios y dependientes, su desasosiego en los últimos tiempos, la esperanza, menor cada día, de que alguien se parase ante el escaparate, se animara y entrase a comprar, sabiendo que de ese acto dependían el bienestar, el futuro, la familia.
Haber presenciado tanta angustia diaria, la ausencia de clientes, el miedo a que tál o cúal crédito no llegara, o a no tener con qué pagarlo.
El saberse condenados y sin esperanza mientras, en las tiendas desiertas que con tanta ilusión abrieron, languidecían su trabajo y sus ahorros. Morían tantos sueños.
Eso es lo peor, a mi juicio. Lo imperdonable. Todas esas ilusiones deshechas, trituradas por políticos golfos y sindicalistas sobornados que todavía hablan de clase empresarial como si todos los empresarios españoles tuvieran yate en Cerdeña y cuenta en las islas Caimán.
Ignorando las ilusiones deshechas de tanta gente con ideas y fuerza, que arriegó, peleó para salir adelante, y se vio arrastrada sin remedio por la tragedia económica de los últimos tiempos y también por la irresponsabilidad criminal de quienes tuvieron la obligación de prevenirlo y no quisieron, y ahora tienen el deber de solucionarlo, pero ni pueden ni saben.
De esa gentuza encantada consigo misma que no sólo carece de eficacia y voluntad, sino que sigue impasible como don Tancredo, procurando ni parpadear ante los cuernos del toro que corretea llevándose a todo cristo por delante. Un Gobierno cínico, demagogo, embustero hasta el disparate.
Una oposición cutre, patética, tan corrupta y culpable de enjuagues ladrilleros que trajeron estos fangos, que resulta difícil imaginar que unas simples urnas cambien las cosas.
Sentenciándonos, entre unos y otros, a ser un país sin tejido industrial ni empresarial, sin clase media, condenado al dinero negro, al subsidio laboral con trabajo paralelo encubierto y a la economía clandestina.
Con mucho Berlusconi en el horizonte. Un rebaño analfabeto, sumiso, de albañiles, putas y camareros, donde los únicos que de verdad van a estar a gusto, sinvergüenzas aparte, serán los jubilados guiris, los mafiosos nacionales e importados, y los hooligans de viaje y tres noches de hotel, borrachera y vómito incluidos, por veinticinco euros.
Para entonces, los responsables del desastre se habrán retirado confortablemente al cobijo de sus partidos, de sus varios sueldos oficiales, de sus pingües jubilaciones por los servicios prestados a sí mismos. A dar conferencias a Nueva York sobre cómo nos reventaron a todos, dejando el paisaje lleno de tiendas cerradas y de vidas con el rótulo se traspasa.
Así que malditos sean su sangre y todos sus muertos. En otros tiempos, al menos tenías la esperanza de verlos colgados de una farola.
El periodista veloz
El periodista veloz
Una de las cosas que agradezco a este oficio es que me haya enseñado que lo que le sucede a un periodista no es noticia, siempre que él mismo no haya sido víctima de lo que los periodistas consideran noticia.
Los periodistas o el público. Ahora bien, la norma no dice nada de lo que le suceda a otro periodista. Y en este caso celebro con mucha alegría el nombramiento de un colega, Santiago González, para dirigir Televisión Española.
En primer lugar, porque es un gran profesional de este oficio; empezó a ejercerlo cuando era un crío, y ha pasado, sobre todo en la radio, por todos los estadios o estamentos, hasta llegar a dirigir la Radiotelevisión Canaria y luego Radio Nacional de España.
En ambos lugares, sus labores directivas tuvieron en cuenta aquel aprendizaje, y siempre se ha comportado Santiago como un compañero de sus equipos, ajeno a los modos agrandados de aquellos que llegan y olvidan la naturaleza de sus orígenes o de la educación profesional que fueron adquiriendo.
Llega a Televisión Española en un momento crucial del medio y de ese medio; ya la televisión comercial, la analógica, es decir, la que siempre estuvo en casa, es otra cosa, porque además pronto va a ser inexistente. Y la televisión que nos queda será otra, ya lo está siendo. Además, TVE, la cadena que pasa a dirigir Santiago, es otra casi enteramente desde el 1 de enero, porque una televisión sin publicidad abriga riesgos o posibilidades que no son los que hubo.
Para ese reto llega Santiago (que viene de un sitio donde nunca hubo publicidad, Radio Nacional) a la principal cadena española, a la estatal. Le deseo la suerte que se merece y que, por otra parte, le ha hecho justicia a lo largo de su carrera. Un compañero, y paisano, de los dos, Santiago Díaz, le llamaba el otro día en La Opinión de Tenerfie "el periodista veloz". Atento y audaz, capaz de achicar una montaña para que no le venzan las dificultades, este orotavense joven todavía, y a veces más joven que su edad, llega a un estadio importante de su carrera, y los que le vimos crecer y correr en nuestra tierra común tenemos que animarle a celebrarlo, a sacar del cargo que ahora tiene la experiencia que le haga aún más veloz y mejor periodista.
JUan Cruz
Una de las cosas que agradezco a este oficio es que me haya enseñado que lo que le sucede a un periodista no es noticia, siempre que él mismo no haya sido víctima de lo que los periodistas consideran noticia.
Los periodistas o el público. Ahora bien, la norma no dice nada de lo que le suceda a otro periodista. Y en este caso celebro con mucha alegría el nombramiento de un colega, Santiago González, para dirigir Televisión Española.
En primer lugar, porque es un gran profesional de este oficio; empezó a ejercerlo cuando era un crío, y ha pasado, sobre todo en la radio, por todos los estadios o estamentos, hasta llegar a dirigir la Radiotelevisión Canaria y luego Radio Nacional de España.
En ambos lugares, sus labores directivas tuvieron en cuenta aquel aprendizaje, y siempre se ha comportado Santiago como un compañero de sus equipos, ajeno a los modos agrandados de aquellos que llegan y olvidan la naturaleza de sus orígenes o de la educación profesional que fueron adquiriendo.
Llega a Televisión Española en un momento crucial del medio y de ese medio; ya la televisión comercial, la analógica, es decir, la que siempre estuvo en casa, es otra cosa, porque además pronto va a ser inexistente. Y la televisión que nos queda será otra, ya lo está siendo. Además, TVE, la cadena que pasa a dirigir Santiago, es otra casi enteramente desde el 1 de enero, porque una televisión sin publicidad abriga riesgos o posibilidades que no son los que hubo.
Para ese reto llega Santiago (que viene de un sitio donde nunca hubo publicidad, Radio Nacional) a la principal cadena española, a la estatal. Le deseo la suerte que se merece y que, por otra parte, le ha hecho justicia a lo largo de su carrera. Un compañero, y paisano, de los dos, Santiago Díaz, le llamaba el otro día en La Opinión de Tenerfie "el periodista veloz". Atento y audaz, capaz de achicar una montaña para que no le venzan las dificultades, este orotavense joven todavía, y a veces más joven que su edad, llega a un estadio importante de su carrera, y los que le vimos crecer y correr en nuestra tierra común tenemos que animarle a celebrarlo, a sacar del cargo que ahora tiene la experiencia que le haga aún más veloz y mejor periodista.
JUan Cruz
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