Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 dic 2009

El lenguaje mudo

'El lenguaje mudo' es un reportaje del suplemento 'Babelia' del 12 de diciembre de 2009

Piensa esto: piensa que lo primero que supo acerca de los libros fue, allá en la infancia, que así como había baños para niñas y baños para niños, había libros para niñas -Mujercitas- y libros para niños -Colmillo blanco, El faro del fin del mundo- que eran, precisamente, los libros que ella leía y que despertaban, en los adultos, una mirada de caritativa sospecha, como si leer libros sobre fareros y hombres en tierras de lobos pudiera convertirla, a ella, en farero, en hombre, en lobo. Piensa eso la mujer en el vagón del metro mientras intenta ocultar la portada del libro que lleva sobre la falda. El libro es de una autora respetable -Melissa Bank- pero tiene un título sospechoso -Manual de caza y pesca para chicas- y la mujer no quiere que nadie crea que ella es lo que ese título podría sugerir: una mujer en busca de marido siguiendo, para eso, las indicaciones de un tomo de autoayuda. En la infancia, piensa, era más fácil: había libros para niños y libros para niñas, y el que leía mucho podía parecer un poco raro, pero la lectura no era -además de un placer- especulación, carnet de club: señal de pertenencia.


ujer se pregunta en qué momento los libros se transforman en banderas: en declaraciones de principios


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Todo lector es dueño de un lenguaje encriptado que delínea las fronteras de su reino. En ocasiones ese lenguaje es fácil de entender y las fronteras del reino casi obvias: no es lo mismo decir Paulo Coelho que Mario Levrero; Sidney Sheldon que John Banville; La fortaleza digital que Yo el supremo; Isabel Allende que Grace Paley. Pero en ocasiones el lenguaje se pone muy sutil y entonces tampoco es lo mismo decir El palacio de la luna, de Paul Auster, que El libro de las ilusiones, de Paul Auster; ni decir Coetzee que Sándor Márai; ni decir Salinger y Bukowsky que DeLillo y Pynchon; ni decir Pedro Páramo que Cien años de soledad.

La mujer del vagón tiene su propio lenguaje encriptado, pero se pregunta si será o no un prejuicio pensar que no hay excepciones a la regla que dice que nada bueno puede esperarse de quien responda "Juan Salvador Gaviota" a la pregunta "¿Cuál es tu libro favorito?".

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Alguien parece interesante. De pronto dice "¿Leíste El Código Da Vinci?".

Alguien parece interesante. De pronto dice: "Estoy descubriendo a un autor buenísimo. Se llama Paul Auster. ¿Lo conocés?".

Alguien se asombra: "¿Hermann Broch? ¿No será Brecht?".

Alguien tiene una enorme biblioteca de libros fabulosos y se nota, enormemente, que jamás ha tocado uno solo de todos esos libros fabulosos.

Alguien, en medio de una reunión banal, siente, de pronto, necesidad de declamar no soy de aquí, no pertenezco, y contrabandea nombres como Georges Perec, Stefan Zweig, Yasunari Kawabata, y tuerce la boca con desprecio cuando alguien dice "Murakami".

Alguien deja sobre la mesa de la sala, simulando una pila casual, una novela de Bolaño, un comic de Art Spiegelman, dos ejemplares del New Yorker, un libro de fotos de Diane Arbus.

Alguien responde, a la pregunta por su libro favorito, "El cazador oculto". Alguien piensa que es una respuesta obvia: un típico título de principiante.

Alguien responde, a la pregunta por su libro favorito, "El país de las sombras largas", y alguien piensa "Ada o el ardor", pero no dice nada, y sonríe, y siente que está bien: que no le importa.

Alguien entierra, tapia, esconde sus libros para salvarlos de la perdición: del fuego.

La mujer, ahora, se pregunta en qué momento los libros se transforman en banderas: en declaraciones de principios.

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Libros, instrucciones de uso: declarar en público que no se ha leído el Ulises y mucho menos En busca del tiempo perdido (eso, que era antes inconfesable, ahora se lleva mucho porque habla a las claras de alguien que ha leído tanto que puede declamar esa ignorancia sin ser tildado de bestia).
No decir nunca nada malo sobre La conjura de los necios, de John Kennedy Toole (la misma regla es válida para cualquier título de Hunter Thompson, si se está en compañía de periodistas jóvenes). Evitar las siguientes discusiones, por peligrosas, con parejas queridas o amigos entrañables: a favor o en contra de American Psycho, de Breat Easton Ellis; a favor o en contra de Las partículas elementales, de Michel Houellebecq; a favor o en contra de Las Correcciones, de Jonathan Franzen; a favor o en contra de Las benévolas, de Jonathan Littell.
Mencionar, en cualquier reunión, al menos una vez a Berger, a Sebald, a Pessoa. Decir, cuando se tenga ocasión, que Sándor Márai es aburrido. Decir, con la vista perdida en el fondo de un vaso, que Truman Capote era manipulador. Decir, con un suspiro, que las novelas de Cortázar envejecieron mal, pero que en cambio, ah, sus cuentos.

La mujer se pregunta por qué todos los fotógrafos argentinos parecen haber leído Zen en el arte del tiro con arco, del alemán Eugen Herrigel; todos los arquitectos chilenos a Rimbaud; todos los músicos latinos a Castaneda. Se pregunta de dónde vienen, en qué momento se aprenden esas reglas.

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Sea como fuere, esto sucede una y otra y otra vez: la felicidad infantil de sumergirse en una conversación inesperada con un completo desconocido para descubrirse, horas después -y bajo toneladas hipercalóricas de "¿Leíste a tal?" "¡Si! ¿Y leíste a tal?" "¡Sí! Y leíste a tal?"- pensando que ese, sí, es el comienzo de una gran amistad.

Y, sea como fuere, esto sucede, una y otra y otra vez: la felicidad íntima de coincidir en Lorrie Moore, en Julio Ramón Ribeyro, en Rohinton Mistry, en Scott Fitzgerald, en los siete pilares y en toda su sabiduría y entender -una y otra y otra vez- que todos esos libros no son una lista arbitraria de amores y rechazos, una demostración de habilidades, la insidiosa bruma de un prejuicio, sino la contraseña que permite reconocer a otro habitante de una patria terca en la que, de todos modos, nunca ha vivido mucha gente. Y quizás, piensa la mujer, por eso importa. Porque los libros son una forma de decir no me confundan. Esta soy yo. En estas cosas creo. Esta es mi patria.

Pepe Junco La Placita del Barrio

LA PLACITA DEL BARRIO

Un niño en la placita de su barrio que no existía
mas que en su pensamiento cristalino y fecundo
como el vientre de una mujer enraizada en la raíz de un árbol
milenario que se arraiga con una fuerza descomunal
en lo más sagrado de la tierra, donde la tierra es tierra
y no cercado o surco o sobreviviente del holocausto
oculta en una maceta de algodón que una viejecita
riega con copos de nieve cuando es invierno o no
y entonces le dibuja flores desconocidas pero hermosas
como aquella muchacha que sorprendí en un rincón de la escuela
llorando amargamente porque no sabía escribir aunque era bella
y los maestros le sacudían el alma avergonzándola
y la mandaban a repetir trescientas veces no sé escribir
en lugar de comprarle un lápiz con la punta afilada
y de la mano llevarla por el jardín de la palaba amor,
dulzura, u otras palabras sagradas que no sabían enseñarle.
El niño en la placita de su barrio que no existía
inventaba juguetes con los que fabricaba un corazón
que después se guardaba en el bolsillo descosido
de sus pantalones para llevárselo a su madre
arrodillada siempre en los pisos ajenos,
sacando brillo con un afán desmesurado
como si pensara que ya había bastante suciedad
y hubiera emprendido una campaña a favor de la higiene
hasta que el niño llegaba con su corazón en el bolsillo
y de la mano se iban a la casita del barrio donde no existía
plaza para que los niños jugaran ni escuela
para que los maestros enseñaran a escribir
palabras tiernas a la hermosa muchacha que lloraba
desconsolada en un rincón porque no tenía lápiz
con el que dibujar la maceta que la vieja regaba
con copos de nieve cuando era invierno o no.

BEBO VALDEZ Y EL CIGALA

Dijo un sabio alguna vez que se tarda un minuto en decir hola y toda una vida en decir adiós

Dijo un sabio alguna vez que se tarda un minuto en decir hola y toda una vida en decir adiós... porque despedidas de las fáciles no existen. Decir adiós implica casi siempre el final de alguna cosa, pero también el principio de otra nueva. Para despedir este 2009 algunos usaremos, por ejemplo, la cuenta atrás, aquella que el cineasta Fritz Lang utilizó en sus películas y que después se incorporó a los lanzamientos espaciales reales. Diremos adiós a 365 días llenos de vivencias personales y recuerdos, buenos y malos pero, sobre todo, diremos adiós al Año Internacional de la Astronomía.

Las colisiones: vida o muerte de los planetas
¿Hay planetas alrededor de todas las estrellas?

'Desde una estrella enana'

Si algo podemos obtener del simple hecho de mirar al cielo es, sin duda, una gran lección de humildad
Despediremos doce meses dedicados a homenajear a Galileo Galilei, el astrónomo que por primera vez apuntó al cielo con un telescopio y acabó enamorándose de la Luna y de su imperfecta orografía. El astrónomo que nunca llegó a saber que, además de verse, el universo también se oye. Y es que la música existía ya en el cosmos primigenio en forma de vibraciones acústicas: sintonías cósmicas que quedaron grabadas en la radiación de fondo, a la espera de que los científicos simplemente agudizasen el oído.

Diremos adiós a Galileo y al Año Internacional de la Astronomía, sí, y lo haremos con música, y a poder ser, cantando. Hijo de compositor y buen conocedor de la armonía musical, quizá el propio Galileo hubiese elegido también despedir este año -su año- cantando al son de su laúd. Porque quién mejor que él para entender que el cosmos es y sigue siendo una gran fuente de inspiración, no sólo para los astrónomos, sino también para los propios músicos.

Los límites entre astronomía y música

Y es que para Galileo y sus coetáneos los límites entre astronomía y música no estaban tan definidos como lo están hoy. Por eso quizá no les hubiera extrañado ver a un músico grabar e interpretar algunos de sus temas bajo la cúpula de uno de nuestros grandes telescopios actuales, tal como ha hecho en el Observatorio de Calar Alto Antonio Arias, compositor e intérprete granadino.

Hoy proclaman los científicos / con alborozo de antiguos poetas / en los días del tótem y la esfera: / somos hijos de una estrella. Así reza una de las letras de Multiverso, el disco que Arias presentará en el concierto astronómico que tendrá lugar en Granada dentro del acto de despedida del Año de la Astronomía este 12 de diciembre. El músico canta al cosmos y a su creación, a la luz, a las estrellas nacientes, a los cometas, al cielo, a la química del universo y también al amor como elemento presente en este caos: Porque cruza el amor con brillo de cometa / hoy celebro este cielo de mirarte y saber / lo infinito tan cerca, lo imposible tan cierto.

El mismo universo que ha inspirado las letras de Multiverso es el que ha contribuido a la gestación de grandes canciones que quedarán para el recuerdo de todos. Las palabras vuelan como lluvia sin fin / dentro de una taza de papel / y se escabullen. A través del universo (Across the Universe).* Es la canción del mismo título que John Lennon escribió para los Beatles y que la NASA transmitió al espacio exterior en 2008 con motivo de su 50 aniversario en dirección a la estrella Polaris, a 431 años luz de la Tierra.

Una lección de humildad

Los ejemplos son muchos, ya que el cosmos inspira, sugiere y evoca. Si algo podemos obtener del simple hecho de mirar al cielo es, sin duda, una gran lección de humildad. Estoy flotando de un modo muy peculiar / y las estrellas lucen hoy de forma diferente / ... / El planeta Tierra es azul y no hay nada que yo pueda hacer; así decía el Mayor Tom, el astronauta perdido en el espacio y protagonista de Space Oddity (Singularidad Espacial), escrita por el cantante y compositor británico David Bowie. Y qué decir de Pink Floyd y su mítico The Dark Side of the Moon (El lado oscuro de la Luna), considerado el mejor disco de esta banda y uno de los más vendidos del mundo, que incluye temas como Eclipse, compuesto por Roger Waters y famoso por su frase final: En la Luna no hay lado oscuro / en realidad toda la Luna es oscura...

Son canciones con historia y para la historia, que forman parte de nuestra cultura popular y que tienen como temática y como inspiración el cielo y la astronomía. Son canciones -muchas de ellas- que escucharemos interpretadas por el granadino Antonio Arias y por otros músicos de conocidas formaciones como Los Planetas o Lori Meyers, que vendrán a arropar al compositor granadino y a despedir el Año Internacional de la Astronomía. Nos acompañará también Robert Wilson, premio Nobel de Física y descubridor del fondo cósmico de microondas, donde quedó impresa la llamada música del universo.

Cantaremos para despedir a Galileo; cantaremos para despedir su año y, sobre todo, cantaremos para despedirnos de toda la astronomía que ha impregnado cada uno de estos doce meses que han pasado, casi, como un suspiro. Así que: tres... dos...uno... ¡Que empiece el espectáculo!

* Traducción libre realizada a partir de las letras originales. María Teresa Bermúdez Villaescusa es responsable de comunicación del Año Internacional de la Astronomía. Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)