Dijo un sabio alguna vez que se tarda un minuto en decir hola y toda una vida en decir adiós... porque despedidas de las fáciles no existen. Decir adiós implica casi siempre el final de alguna cosa, pero también el principio de otra nueva. Para despedir este 2009 algunos usaremos, por ejemplo, la cuenta atrás, aquella que el cineasta Fritz Lang utilizó en sus películas y que después se incorporó a los lanzamientos espaciales reales. Diremos adiós a 365 días llenos de vivencias personales y recuerdos, buenos y malos pero, sobre todo, diremos adiós al Año Internacional de la Astronomía.
Las colisiones: vida o muerte de los planetas
¿Hay planetas alrededor de todas las estrellas?
'Desde una estrella enana'
Si algo podemos obtener del simple hecho de mirar al cielo es, sin duda, una gran lección de humildad
Despediremos doce meses dedicados a homenajear a Galileo Galilei, el astrónomo que por primera vez apuntó al cielo con un telescopio y acabó enamorándose de la Luna y de su imperfecta orografía. El astrónomo que nunca llegó a saber que, además de verse, el universo también se oye. Y es que la música existía ya en el cosmos primigenio en forma de vibraciones acústicas: sintonías cósmicas que quedaron grabadas en la radiación de fondo, a la espera de que los científicos simplemente agudizasen el oído.
Diremos adiós a Galileo y al Año Internacional de la Astronomía, sí, y lo haremos con música, y a poder ser, cantando. Hijo de compositor y buen conocedor de la armonía musical, quizá el propio Galileo hubiese elegido también despedir este año -su año- cantando al son de su laúd. Porque quién mejor que él para entender que el cosmos es y sigue siendo una gran fuente de inspiración, no sólo para los astrónomos, sino también para los propios músicos.
Los límites entre astronomía y música
Y es que para Galileo y sus coetáneos los límites entre astronomía y música no estaban tan definidos como lo están hoy. Por eso quizá no les hubiera extrañado ver a un músico grabar e interpretar algunos de sus temas bajo la cúpula de uno de nuestros grandes telescopios actuales, tal como ha hecho en el Observatorio de Calar Alto Antonio Arias, compositor e intérprete granadino.
Hoy proclaman los científicos / con alborozo de antiguos poetas / en los días del tótem y la esfera: / somos hijos de una estrella. Así reza una de las letras de Multiverso, el disco que Arias presentará en el concierto astronómico que tendrá lugar en Granada dentro del acto de despedida del Año de la Astronomía este 12 de diciembre. El músico canta al cosmos y a su creación, a la luz, a las estrellas nacientes, a los cometas, al cielo, a la química del universo y también al amor como elemento presente en este caos: Porque cruza el amor con brillo de cometa / hoy celebro este cielo de mirarte y saber / lo infinito tan cerca, lo imposible tan cierto.
El mismo universo que ha inspirado las letras de Multiverso es el que ha contribuido a la gestación de grandes canciones que quedarán para el recuerdo de todos. Las palabras vuelan como lluvia sin fin / dentro de una taza de papel / y se escabullen. A través del universo (Across the Universe).* Es la canción del mismo título que John Lennon escribió para los Beatles y que la NASA transmitió al espacio exterior en 2008 con motivo de su 50 aniversario en dirección a la estrella Polaris, a 431 años luz de la Tierra.
Una lección de humildad
Los ejemplos son muchos, ya que el cosmos inspira, sugiere y evoca. Si algo podemos obtener del simple hecho de mirar al cielo es, sin duda, una gran lección de humildad. Estoy flotando de un modo muy peculiar / y las estrellas lucen hoy de forma diferente / ... / El planeta Tierra es azul y no hay nada que yo pueda hacer; así decía el Mayor Tom, el astronauta perdido en el espacio y protagonista de Space Oddity (Singularidad Espacial), escrita por el cantante y compositor británico David Bowie. Y qué decir de Pink Floyd y su mítico The Dark Side of the Moon (El lado oscuro de la Luna), considerado el mejor disco de esta banda y uno de los más vendidos del mundo, que incluye temas como Eclipse, compuesto por Roger Waters y famoso por su frase final: En la Luna no hay lado oscuro / en realidad toda la Luna es oscura...
Son canciones con historia y para la historia, que forman parte de nuestra cultura popular y que tienen como temática y como inspiración el cielo y la astronomía. Son canciones -muchas de ellas- que escucharemos interpretadas por el granadino Antonio Arias y por otros músicos de conocidas formaciones como Los Planetas o Lori Meyers, que vendrán a arropar al compositor granadino y a despedir el Año Internacional de la Astronomía. Nos acompañará también Robert Wilson, premio Nobel de Física y descubridor del fondo cósmico de microondas, donde quedó impresa la llamada música del universo.
Cantaremos para despedir a Galileo; cantaremos para despedir su año y, sobre todo, cantaremos para despedirnos de toda la astronomía que ha impregnado cada uno de estos doce meses que han pasado, casi, como un suspiro. Así que: tres... dos...uno... ¡Que empiece el espectáculo!
* Traducción libre realizada a partir de las letras originales. María Teresa Bermúdez Villaescusa es responsable de comunicación del Año Internacional de la Astronomía. Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)
11 dic 2009
9 dic 2009
No sé si me gusta más levantarme a tu lado al alba
Mormeneo se sentó ante el ordenador, contempló la desnuda higuera y el nogal. La noche se había quedado nítida, como si fuera el día después del Apocalipis o la primera luz cenicienta tras el naufragio. No quiso buscar la gigantesca luna oculta entre las nubes. Le agrada esa sensación irreal de cuento…
Escribió:
No sé si me gusta más levantarme a tu lado al alba
o dormir abrazado a ti. Sentir cómo lates,
cómo te arrugas sobre ti misma
como quien busca el acoplamiento perfecto de las almas.
Percibo entonces, antes de que se desaten las tentaciones,
el calor de tu espalda y tus nalgas, el torrente
de la melena y su olor a melocotón o a mora.
Quedo un instante así, inmóvil como un barco que siente,
tembloroso como la luz de la sinrazón,
me quedo como si fuera un pájaro abatido
que parpadea y sueña el mejor de todos los vuelos.
A veces te duermes. Y ronroneas. Y musitas palabras
intraducibles, frases completas que me cuentas como
si estuvieras presa en la alucinación del olvido.
Estoy feliz así. En ese instante, cuando el mundo
se desmaya, le pido a la carne que no se altere,
que apacigue sus ardores, que no enturbie la noche
de gemidos y de risas y de batallas de sudor,
y me digo a mí mismo que, algunas veces, el mejor sonido
es el del silencio, el de la respiración de dos que se aman
y escuchan la música del corazón sin saber si despertarán.
**Alberto Calvo me había pedido que escribiera a la manera de Pedro Salinas. No me ha salido, pero es que Mormeneo, narrador, poeta y fotógrafo es así. Su nombre completo es casi todo un poema: Manuel Martín Mormeneo.
El placer del sexo:
Libros. Jean-Manuel Traimond, especialista en guías eróticas, publica ‘69 historias de deseo. Un museo del imaginario erótico’ (Electa. Barcelona, 2009), donde recoge y analiza cuadros y esculturas sobre los temas fundamentales de la sexualidad y la pasión
El placer del sexo:
arte y lascivia de
un museo ideal
El sexo mueve el mundo. Podría escribirse una formidable historia de la humanidad desde la perspectiva del deseo. No es eso exactamente lo que ha hecho Jean-Manuel Traimond, sino concebir ‘un museo del imaginario erótico’ en el espléndido libro ‘69 historias del deseo’ (Electa), que propone una viaje por el desarrollo de la sexualidad. La odisea se prolonga desde el siglo VI a. de C., cuando una vasija representaba pasajes explícitos de sexo oral y anal entre hombres, hasta nuestros días en que la escultora Louise Bourgeois –insólita Premio Aragón-Goya- paseaba, en 1982, un enorme falo de metal con sus testículos ante la cámara de Robert Mapplethorpe.
Traimond, autor de una ‘Guía erótica del Louvre y del Museo de Orsay’, dice: “La Antigüedad representaba el placer sin mala conciencia, pero también estableció la separación entre cuerpo y espíritu, materia e idea. Exacerbada por el cristianismo, dicha separación hizo que todo el peso de la vergüenza recayera sobre el deseo”. Y agrega que “atacado, ahogado, asediado por el pudor, el deseo occidental resurge una y otra vez oculto tras tantos y tan variados disfraces”.
Quizá por ello, los pintores, los artistas en general, han visto estimulada su imaginación y han emprendido una suerte de “guerra de guerrillas contra el triste pudor”. Una constatación clara del libro es que “al eterno retorno de las obsesiones masculinas se corresponde la escasez de las muestras de afecto femenino” y, por extensión, de ausencia de mujeres pintoras. Se recuerda el paradójico caso de Georgia O’Keefe, una voluptuosa artista que pintó flores como vulvas abiertas, como explícitas metáforas o alegorías del sexo femenino, y siempre dijo que ella no hacía pintura erótica.
Dentro de esas 69 piezas están todos los asuntos del amor y del deseo. Desde ese inicial canto griego a la homosexualidad y al destape de Afrodita, cuyos senos se alzan más allá del velo, también existen imágenes de las hetairas (las prostitutas de lujo) o una escena, en Pompeya, de otro mito: el de Príapo, al que le habían dedicado varias capillas, frecuentadas por hombres que tenían alguna enfermedad en el pene. Traimond escribe: “En cuanto a las mujeres, ya fueran profesionales o simples ‘amateurs’ (…), colgaban del gran falo tantas guirnaldas como amantes habían tenido en el transcurso de la noche”. El libro aborda algunos casos de zoofilia, como la cópula entre Pan y una cabra, la sutil relación de ‘Leda y el cisne’ (1598) recreada con absoluta maestría por Rubens o un ‘cunnilingus’ de ‘La bruja y el dragón’ (1515) de Hans Baldung Grien. El Bosco mostró en ‘El Jardín de las Delicias’ (1510) la homosexualidad, la masturbación e incluso una imagen más extraña: la de mujer que anda a gatas, semidesnuda, y por atrás avanza una pértiga que lleva una esponja en la punta.
“Cuanto más nos resistimos a la carne, más se esfuerza en reaparecer” escribe Traimond a propósito de la pieza de Tiziano ‘La Magdalena penitente’ (1530), que mezcla la vergüenza del pecado carnal y la exuberancia del ardor en forma de un envolvente cabello de fuego. El cuadro ‘La piel’ (1638) de Rubens insiste en el elogio de la beldad y del hedonismo, igual que dos piezas de Fragonard: ‘Las curiosas’ (1767-1771), una elipsis de la figura del mirón (exaltado en ‘Una ojeada a través de la cerradura’ de Anton Felser, de 1895, que sería casi el positivo o el reverso de la anterior) y ‘Los afortunados azares del columpio’ (1767), que es un canto al pie como apéndice sexual. Dice Traimond: “Hay mujeres que llegan al orgasmo pasándose el aspirador por las plantas de los pies”.
No podía faltar el lienzo que sublima y normaliza como ningún otro la vagina: ‘El origen del mundo’ (1866) de Courbet. No podían faltar una flor de O’Keefe, ni las mujeres pelirrojas de Klimt ni esa sucesión de damas que tientan a Ulises o a distintos dioses y hombres, como el caso de las sabinas, raptadas y violadas por los romanos y pintadas por David. Rembrandt realizó un elocuente grabado de la felicidad conyugal en el tálamo en ‘La cama a la francesa’ (1646). “¿Hay que decir algo que la sonrisa de la esposa penetrada no diga ya?”, se pregunta Traimond. Leonor Fini se acercó a la homosexualidad femenina. El perverso y agudo Franz von Stuck es autor de ‘El balancín’ (1898), sobre la masturbación de mujeres con un tronco, y de ‘El pecado’ (1895). Felicien Rops es el autor de ‘Pornokrates’ (1878), acerca “del poder de la puta” que pasea a un cerdo. Aubrey Beardsley aborda la fuerza de la erección en ‘Los embajadores lacedemonios’ (1896).
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