Hoy voy a escribir sobre Aminatu Haidar y la causa saharaui. Espera, no te vayas de este artículo.
Una de las armas más eficaces con que cuentan los poderes represivos es la volatilidad de la atención de la gente.
Al verdugo, sobre todo si su víctima es pequeña, le basta con aguantar el escándalo de las primeras denuncias.
Al poco, los gritos de los heridos nos suenan repetidos, y la causa en cuestión, sobre la que enseguida nos parece que ya sabemos todo, empieza a resultarnos aburridísima.
Y en ese embotamiento de la conciencia pública se crecen los criminales. La víctima se invisibiliza mientras el verdugo persevera.
Eso es lo que está sucediendo con los saharauis. Hace ya 33 años que los españoles les traicionamos y que Marruecos les machaca impunemente, mientras los demás miramos para otro lado.
Los refugiados, más de 200.000, llevan un tercio de siglo viviendo en la extrema penuria de los campamentos, y a la vez los saharauis que residen en el Sáhara padecen una represión brutal y recalcitrante de la que Aminatu es un ejemplo.
Nacida en 1967, a los 21 años participó en una manifestación pidiendo el referéndum de autodeterminación que la ONU reclama, y a consecuencia de ello fue desaparecida, es decir, fue internada sin cargos ni juicio durante tres años y siete meses en las prisiones secretas marroquíes, en donde además la torturaron (cientos de saharauis han sido secuestrados del mismo modo).
En 2005, tras un juicio de pacotilla, fue encarcelada de nuevo. Salió a los siete meses y fotos de su rostro machacado dieron la vuelta al mundo.
Ahora Aminatu hace una huelga de hambre por un asunto de pasaportes que quizá te parezca confuso. En realidad sólo intenta reclamar tu atención sobre el drama saharaui con lo poco que tiene, que es su propia vida.
No te confundas, pero, sobre todo, no te vayas.