"Lo único que queda por hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido, como si otro (o mejor otros, un amo para cada acto) le pagara a uno para hacerlas y uno se limitara a cumplir en la mejor forma posible, despreocupado del resultado final de lo que hace. Una cosa y otra y otra cosa, ajenas, sin que importe que salga bien o mal, sin que importe qué quieren decir."
Algo que me molesta mucho de Onetti (y perdonar que me enquiste en este autor, pero lo estoy leyendo) es que, el tío, escribe en plural. Debería ponerlo entre exclamaciones: ¡Escribe en plural!
Es uno de esos que describe un mundo en el que ya todo ha sido repetido, una y otra vez, o peor, el plural es un rebufo (o estertor, más bien) literario de una prosa caducada, de una retórica pseudolírica; "Curiosidades y atenciones", "fajas y presiones", "comidas y copas"…
Respecto a lo de no bajarse de la cama en sus últimos años me parece el resultado de un carácter marcado, y acentuado, por lo que comúnmente, y clínicamente, se llama depresión.
El desinterés por todo, la abulia, el encierro en sí mismo, etc… El etcétera también es un síntoma. El síndrome del etcétera. El reiterado uso de etcéteras.
Fue Onetti el primer hikkikomori. O al menos el primer hikkikomori uruguayo. Ya sabéis que un hikkikomori es un japonés (más o menos joven) que no sale de casa, y a poder ser, de su cuarto. En Japón hay muchos. Se pasan la vida leyendo mangas y navegando por internet y enfrascados en videojuegos, que es lo que haría la cucaracha Samsa si hubiera vivido en una época más entretenida.
Es bastante desmitificadora, la verdad, la estampa de un Onetti tumbado en cama y con los codos pelados de incorporarse para beber o hablar, y en camiseta de tiras, con esa barba de pelos gordos y separados y tristes, pelos descosidos, y aspecto de no haberse duchado en días o semanas.
Los ojos de besugo. Es un poco absurdo lo de escaparse de una dictadura, exiliarse, para meterse en cama. Sea como sea, más mal que bien a veces, el caso es que para ser un desganado escribió bastante, lo que implica que tan desganado e indiferente no debió ser en realidad.
Cada generación hace una lectura distinta de los mismos autores.
Cada generación descubre a otro autor en el autor ya leído, y quizá admirado, por las generaciones anteriores. Por ahora veo que en su peor prosa, y a veces en la supuesta mejor, la más lírica (lo mejor y lo peor casi siempre de la mano), el lenguaje supone una barrera de fealdad (una mueca rancia) entre lo que narra y el lector.
Yo encuentro otras cosas en Onetti, algo casi más relacionado con la imaginación y la conjugación de distintos planos ficción en una misma novela, en un mismo narrador.
No sé, una libertad, en cierta medida, relacionada con la sinceridad, o con la espontaneidad del momento al escribir. Insisto en que me recuerda también a Baroja, que hacía sus novelas un poco como Onetti, según iban saliéndole al paso los personajes, paisajes, tramas.
Quizá sea esa despreocupación citada antes la que de alguna manera nos recuerda que la literatura es extraña. La literatura sólo aparece cuando alguien le gana la espalda al defensa.
Y por cierto; qué difícil es encontrar algo que valga la pena en la literatura en castellano de la segunda mitad del Veinte.
Bueno, está Borges, que escribió el español de hoy, pero Borges es una isla, y a su alrededor sólo veo océano. Y aún así tiene uno la impresión de que la tal isla es un poco de mentira, como una calle de Venecia montada en un estudio de cine.