Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

15 nov 2009

Tantas Venecias

MARUJA TORRES PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Tantas Venecias


Es temprano, escribo en la cama de mi habitación del hotelito, bien abrigada. Al otro lado de la ventana, el Gran Canal aparece hinchado, aunque no tanto como anoche. Acque alte, anoche, simultáneas a una especie de diluvio. Las terrazas en donde había comido los días anteriores desaparecieron a causa de la súbita irrupción del Adriático en la laguna. Todo distinto. Otra Venecia.

Maruja Torres


“Lo mejor de la ciudad es su vida normal. La lluvia nos libra de turistas”
Cuatro jornadas aquí, y tantas Venecias. La primera, con sol, y un mar de turistas coloreando las arterias de la ciudad, curioseando puestos de souvenirs que son también como canales de lo kitsch, máscaras con pretensiones a lo Cirque du Soleil visto en un trance de LSD, reproducciones enanas de la Pietà de Miguel Ángel junto a bustos cabezones de Juan Pablo II y mucho, muchísimo falso cristal de Murano fabricado en las oscuras bodegas de Extremo Oriente, gondoleros y papás noeles metidos en bolas de cristal, caballos danzantes, etcétera.
Terrazas bajo el sol, pescado, precios por las nubes, amabilidad mercantil. Belleza abrumadora de los palazzi, el sonrojo de otoño en los árboles. Palomas como cerdos en todas partes. Gaviotas posándose en las cabezas de las estatuas.

Perderse entre callejuelas ajenas al tráfico visitante, descubrir los campi menos atormentados por el turismo.

Al tercer día: lluvia, elegancia gris. Hasta la espectacular explanada de San Marcos vio atemperarse su impresionante gigantismo. La lluvia fue arreciando, también el frío, y me empujó a un café en donde consumí un chocolate caliente. Este carburante me ayudó a llegar a Campo Santo Stefano, en donde fui víctima de una especie de mal de Stendhal, pero en bien.
En la gran superficie limpia y pura bajo la lluvia, los preciosos volúmenes de palacios e iglesias, el divino quiosco repleto, todavía, de diarios de papel... Allí comprendí lo que me ocurría: hacía tres días que no había padecido un solo coche, un solo atasco de tráfico, un solo bocinazo. Terapia fantástica. ¿Resistiré regresar al caos circulatorio de Beirut, agravado por la instalación masiva de semáforos que a todos desconciertan? No lo sé.

La lluvia fue a más y a más. Al salir más tarde de la estación de Santa Lucía, después de haber despedido a una amiga de Roma con la que me encontré aquí, aquello ya era el Apocalipsis a chorros, y el Gran Canal se subía a los laterales. El vaporetto me depositó en Ca' D'Oro. Por primera vez, los 50 peldaños hasta la recepción del hotel me parecieron una gran idea. El agua empezaba a lamer el portal.

Más adelante, en un restaurante vecino, los camareros se ofrecieron a llevarnos al hotel a caballito. Mi amiga -otra, que también vive habitualmente en Roma- aceptó. Yo pensé en Beirut sin desagües, en las calles inundadas dos palmos, en las cortinas de agua que destruían paraguas. Me arremangué los pantalones y me sentí feliz. "Se le van a arruinar las botas, es agua salada". "Mejor -dije-. Un buen baño de pies". Esta mañana, mis botas relucían, preciosas. Beirut es una gran escuela para los inconvenientes.

Y aquí estamos, apenas turistas, venecianos por todas partes. Aunque cada vez quedan menos. Se marchan al ritmo de uno por día. Un marcador digital, instalado en el escaparate de una farmacia, va señalando la cifra de los que quedan. Hace un par de días, 59 mil y pico. En el centro de la plaza, subido en su monumento, Carlo Goldoni sonríe, irónico.

Tampoco hoy salen las góndolas. Se anuncian aguas altas para esta noche. Alessandra, la única mujer gondolera -cuenta y no acaba de lo que la putea el gremio macho-, dice que conducir una de estas embarcaciones es muy difícil y peligroso, sobre todo en los cruces de callejuelas. Alessandra sostiene que las autoridades estimulan la defección de lugareños, porque quieren convertir la ciudad de la laguna en un parque temático, cobrar entrada, controlarla por completo.

Pero lo mejor de Venecia es su vida normal. Las lluvias nos han librado de japoneses y otros turistas de aluvión y de paso rápido. Y surgen las Venecias que merecen ser salvadas. No las que se hunden -esto no se hundirá nunca, es un ejemplo de construcción imbatible-, sino las que son explotadas, vendidas, corrompidas por las aberraciones estéticas del turismo masivo.

Hoy pienso ir a tomarme un dry Martini al Harry's Bar. Pero antes me compraré unas botas de goma.

13 nov 2009

LA PÓSTUMA INQUIETUD DE JANE BOWLES

Hay una casa estrecha en la casbah. Tan poca cosa, que pasaría desapercibida. Sus techos son bajos y las escaleras angostas.
Esta sembrada de alfombras y envuelta en aromas de kif. Los haces de luz entran por pequeños ventanucos sembrando de sombras y magia cada estancia. Fue la cueva de un escritor y el solaz de su mujer y sus amantes. Quedo aprisionada y cerrada, perdida en el tiempo, con la llave en manos de una desaparecida maga que dicen vaga en el desierto. Cuentan que a los protagonistas de esta historia de la casbah tangerina les separo la magia. O quizá, cualquier artificio literario.

Llegué con Paul Bowles hace unos años hasta la puerta de esta casa. Cuando nos acercamos a la entrada oímos un murmullo, voces femeninas de tonos altos que caían desde la azotea. La casa parecía revivir, levantando ante nosotros una presencia turbadora. Esté donde esté enterrada, lo cierto es que el espíritu de Jane Bowles sigue en el escenario de sus fiestas y sus tribulaciones, en Tánger. Fue una mujer inquieta, autora de obras inquietantes. Siempre se mantuvo en el territorio de la duda y recurrió como arma de salvación a su gran capacidad de sorprender. Desde su misterio, Jane Bowles sigue provocando sobresaltos y conmociones. Ahora se ha removido en su tumba de Málaga, como si una vez mas tratase de levantar su sonora voz de soprano para reclamar atención.

Jane corría peligro de ser enterrada una vez mas. La reforzada fama literaria de su marido Paul Bowles proyectaba una zona de sombra sobre su obra, que empezaba a ser muy difícil de encontrar en librerías o almacenes editoriales. Hace apenas dos años, el Voice Literary Suplement (VLS) de Nueva York lanzaba la alarma con este titulo “La misteriosa desaparición de Jane Bowles”.
La empresa encargada de remodelar y exhumar cadáveres del cementerio de San Miguel de Málaga, donde Jane está enterrada, ha puesto los detalles del guión para hacer bueno el titulo. Hemos estado a punto de perder sus huesos. Y también sus letras. El conflicto de derechos surgido entre las editoriales Ecco y Farrar Straus hizo tener que la autora de “En la casa de verano”, “Placeres sencillos” y “Dos señoras muy serias” quedara enterrada literariamente.

La obra de Jane Auer, su nombre de soltera, apenas ocupa quinientas páginas. Mas que costarle, le dolía escribir. Sus personajes van descargandose de las capas que cubren su personalidad y su memoria para confrontar los temores mas hondos, las ausencias del cariño, las culpabilidades emocionales, la cautividad de la infancia...

Aquella “cabeza de gardenia”, como la describió Capote, hizo de su vida plena literatura, y utilizó la escritura para indagar en los pasajes mas sombríos de su vida. Emilio Sanz de Soto, compañero y amigo de aventuras por aquel Tánger, comenta que “Jenny era una especie de fuegos artificiales continuos, que en cierta forma malgastó parte de su genialidad. Bueno, la malgasto, pero los que eramos amigos suyos la recibimos”.

Lo que nos queda para poder descubrir, desde la literatura, quien fue Jane Bowles está en “La mano de mi hermana en la mia” (My sister´s hand in mine). Este es el título de sus obras completas, que tras el clamor y la duda editorial, han visto la luz arropadas por el prólogo original de la edición firmado hace treinta años por Truman Capote. Uno de sus mejores amigos y defensores de su obra- “a la que no falta calidad, sino cantidad ”-Capote recuerda que vio tres veces “In the summer house”, estrenada en 1964 en Nueva York, considerando que la obra teatral rezuma “un sabor nuevo, el de una bebida refrescantemente amarga.
Las mismas cualidades que me atrajeron de su primera novela “Two serious ladies”. Pero el texto preferido por Capote es ”Camp Catarat”, un relato que considera como “el mas representativo de su trabajo, un ejemplo perfecto de su controlada conmiseración: una apocalíptica historia cómica que tiene en su corazón, y como corazón, una puntillosa comprensión de la excentricidad y el aislamiento humano. Solo esta historia- concluye Capote -obliga a que tengamos a Jane Bowles en gran estima”. Curiosamente, “Camp Catarat” es una producción del año mas singular en la vida de Jane, 1948. Es cuando se traslada a vivir a Tánger, conoce a su influyente amante marroquí Cherifa y es el año en el que Paul Bowles completa “El cielo protector”.

La vida disipada de la extrovertida Jane le iría restando fuerzas e imaginación para el trabajo. La sombra protectora de Paul la aprisionó en lugar de darle alas literarias. Sumado a sus miedos de infancia y al creciente uso del alcohol, Jane terminaría dislocada.
“Todo en ella se convertía en duda y la duda engendraba angustia”, comenta Emilio Sanz de Soto al recordar una anécdota reveladora de la personalidad de Jane en el preludio de su internamiento psiquiátrico: Iba yo a la Librairie des Colonnes y me encuentro a Jenny descompuesta. "Pero ¿que te pasa Jenny?". "Emilio, un horror. Creo que he perdido la llave. Paul está de viaje, yo no puedo entrar en mi casa, no se que hacer.
Pero la solución o no al problema esta aquí, aquí...en este bolso tan lleno de problemas”. Le dije "Jenny, ¿por que no abres el bolso?". "No puedo, yo no puedo". Entonces le invite a que pasara al Café Claridge, nos pusimos en una mesa del fondo, abrí el bolso y salió todo: lentejas, muchas lentejas; un pájaro muerto, un espejo roto y la llave. Jenny cogió la llave entusiasmada y me dijo: “Pero mira todos estos problemas que tengo que resolver. Tengo que enterrar este pájaro, tirar al mar este maldito espejo roto porque trae mala pata, y estas lentejas que se me escapan por todos lados..." "Bueno, eso se puede arreglar". Efectivamente, llamé al camarero, metimos las lentejas en un saquito, cogimos un taxi, fuimos al puerto, tiramos el espejo roto al mar y, al lado de su casa, en un terreno baldío que había, hice un boquetito y enterramos al gorrión muerto. Y cuando la despedí en la puerta de su casa, ya con la llave para abrir, lloraba de emoción diciendome: "Me has salvado Emilio, tu me has salvado". Esa era Jenny Bowles, sentencia Sanz de Soto.

Rastreé hace unos años, para el rodaje del documental sobre la vida de los Bowles, “Mapas de agua y arena”, el último itinerario vital de Jane. En Málaga, el psiquiátrico original de la Clínica de los Angeles ha sido prácticamente destruido y en el cementerio de San Miguel costó encontrar la parcela F del numero 453 donde Jane reposa desde el 5 de mayo de 1973 sin lapida ni identificación personal alguna. La empresa que remodelaba el cementerio me aseguró que sus restos pasarían al pabellón de personajes ilustres de la ciudad, aunque han estado a punto de dejarla sin tierra alguna para el uútimo suspiro.

Su final fue traumático, duro, agobiante. En el historial clínico se habla de una psicosis maniaco-depresiva y de la aplicación, en los años 67 y 68, de hasta veintitrés electroshoks. Conocí en el nuevo psiquiátrico malagueño a Sor Mercedes, una monja navarra de fina y curtida piel, que cuidó en sus últimos días a Jane. Recuerda sus esfuerzos por mantenerse activa hasta el final, escribiendo y leyendo, cuando no estaba atormentada por sus obsesiones.”Hablaba de que le habían dado un brebaje, una mora en el desierto, lo repetía continuamente”.

Victima de un abandono creciente por parte de sus amigos y de su cerebro, Jane no conseguiría completar su obra definitiva. Frente al titulo de una de las novelas de Paul “Por encima del mundo” (Up above the world), ella estaba decidida a titular su autobiografía novelada como “En el mundo” (Out in the world).
Simples títulos para revelar la opuesta visión de la vida de los dos miembros de la pareja. Su biógrafa Millicent Dillon ha utilizado precisamente ese titulo al publicar una selección de cartas de Jane, entre las que se incluyen algunos fragmentos del texto inacabado e inédito. La póstuma inquietud de Jane Bowles bajo las tierras de Málaga aparece como el último grito desesperado para reclamar una vez mas atención sobre su singular travesía en el mundo.

Biografía
Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, noviembre de 1951) se dedica en exclusiva a la literatura, tras vivir 21 años (1973-1994) como reportero de prensa, radio y televisión, cubriendo informativamente los conflictos internacionales en ese periodo. Trabajó doce años como reportero en el diario Pueblo, y nueve en los servicios informativos de Televisión Española (TVE), como especialista en conflictos armados.

Como reportero, Arturo Pérez-Reverte ha cubierto, entre otros conflictos, la guerra de Chipre, diversas fases de la guerra del Líbano, la guerra de Eritrea, la campaña de 1975 en el Sahara, la guerra del Sahara, la guerra de las Malvinas, la guerra de El Salvador, la guerra de Nicaragua, la guerra del Chad, la crisis de Libia, las guerrillas del Sudán, la guerra de Mozambique, la guerra de Angola, el golpe de estado de Túnez, etc. Los últimos conflictos que ha vivido son: la revolución de Rumania (1989-90), la guerra de Mozambique (1990), la crisis y guerra del Golfo (1990-91), la guerra de Croacia (1991) y la guerra de Bosnia (1992-93-94).

Desde 1991 y, de forma continua, escribe una página de opinión en XLSemanal, suplemento del grupo Correo que se distribuye simultáneamente en 25 diarios españoles, y que se ha convertido en una de las secciones más leídas de la prensa española, superando los 4.500.000 de lectores.

El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988), La tabla de Flandes (1990), El club Dumas (1993), La sombra del águila (1993), Territorio comanche (1994), Un asunto de honor (Cachito) (1995), Obra Breve (1995), La piel del tambor (1995), Patente de corso (1998), La carta esférica (2000), Con ánimo de ofender (2001), La Reina del Sur (2002), No me cogeréis vivo (2005) y El pintor de batallas (2006) son títulos que siguen presentes en los estantes de éxitos de las librerías, y consolidan una espectacular carrera literaria más allá de nuestras fronteras, donde ha recibido importantes galardones literarios y se ha traducido a 34 idiomas. Arturo Pérez-Reverte, que en Cabo Trafalgar (2004) ofrece su particular visión del combate naval más famoso de la historia, y en Un día de cólera (2007) devuelve a la vida a los protagonistas de la jornada que cambió el destino de una nación, tiene uno de los catálogos vivos más destacados de la literatura actual.

A finales de 1996 aparece la colección Las aventuras del capitán Alatriste, que desde su lanzamiento se convierte en una de las series literarias de mayor éxito. Por ahora consta de los siguientes títulos, que han alcanzado cifras de ventas sin parangón en la edición española: El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998) y El oro del rey (2000), El caballero del jubón amarillo (2003) y Corsarios de Levante (2006). Hacía mucho tiempo que en el panorama novelístico no aparecía un personaje, como Diego Alatriste, que los lectores hicieran suyo y cuya continuidad reclaman. Un personaje como Sherlock Holmes, Marlowe, o como Hércules Poirot.

Alatriste encarna a un capitán español de los tercios de Flandes -de hecho no es capitán, pero qué más da-. Una figura humana, con sus grandes virtudes y sus grandes defectos, perfectamente trazada, minuciosamente situada en su tiempo -siglo XVII- y su geografía, rodeada de amigos que han hecho historia, partícipe de las más principales hazañas de su época. Un personaje para siempre.

Arturo Pérez-Reverte ingresó en la Real Academia Española el 12 de junio de 2003, leyendo un discurso titulado El habla de un bravo del siglo XVII.

El cazapiratas sin complejos

El cazapiratas sin complejos


ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 8 de Noviembre de 2009



Me dicen los amigos hay que ver, Reverte, con esto del paisaje que tenemos y la que está cayendo, salimos a cabreo semanal con blasfemias en arameo, y hace tiempo que no cuentas ninguna de esas peripecias de la historia de España que dejabas caer por esta página, de marinos, conquistadores, aventureros y gente así, políticamente incorrecta, que a veces consuelan y hacen descansar de tanta basura parlamentaria y municipal, y tanta cagada de rata en el arroz. Y como los amigos siempre tienen razón, o casi, y es verdad que hace tiempo no toco esa tecla, hoy vamos a ello. De todas formas, para no perder el pulso de la actualidad actual, quisiera recordar a un personaje que practicó la alianza de civilizaciones a su manera. Ya me dirán ustedes si viene a cuento, o no.

Se llamaba Antonio Barceló, Toni para los amigos. Como de costumbre, si hubiera sido francés, inglés o de cualquier otra parte, habría películas y novelazas con su biografía. Pero tuvo el infortunio de ser mallorquín, o sea, español. Con perdón. Que es una desgracia histórica como otra cualquiera. El caso es que ese fulano es uno de mis marinos tragafuegos favoritos. Tengo su retrato enmarcado en mi casa, junto al de su colega de oficio Jorge Juan, y en el Museo Naval de Madrid hay un cuadro ante el que siempre me quito un sombrero imaginario: D. Antonio Barceló con su jabeque correo rinde a dos galeotas argelinas. Hijo de un marino comerciante y corsario, embarcó siendo niño en los barcos de su padre. La primera fama la consiguió con sólo 19 años, en 1736, cuando ya navegaba como patrón del jabeque correo de Palma a Barcelona, y empezó a darse candela con los piratas norteafricanos que infestaban el Mediterráneo occidental. En aquellos tiempos, como no había telediarios donde hacer demagogia, a los piratas se les aplicaba directamente el artículo 14. Y Toni Barceló, que conocía el percal y no estaba para maneras de oenegé, lo aplicaba como nadie. El ministro Moratinos y la ministra Chacón habrían hecho pocas ruedas de prensa con él. Prueba de ello es que, pese a ser marino mercante y no de la Real Armada –allí sólo podían ser oficiales y jefes los chicos de buena familia–, fue ascendiendo en ésta, con los años, de alférez de fragata a teniente general, a lo largo de una vida marinera bronca, azarosa y acuchilladora. Dicho de otra forma, a puros huevos.

Lástima, insisto, de película que, como tantas otras, en este país de cantamañanas nunca hicimos. Ni haremos. Barceló libró combates y abordajes de punta a punta del Mediterráneo. Combatió a los piratas y corsarios, e hizo él mismo la guerra de corso con resultados espectaculares. Sin complejos. Su ascenso a teniente de navío lo consiguió por la captura al arma blanca de un jabeque argelino, que le costó dos heridas. Sólo entre 1762 y 1769 echó a pique 19 barcos piratas y corsarios norteafricanos, hizo 1.600 prisioneros y liberó a más de un millar de cautivos cristianos. Y menos de diez años después, sus jabeques, navegando pegados a tierra y jugándosela en las playas, impidieron que la expedición española contra Argel terminara en un desastre. Eran tiempos poco favorables a la lírica, y lo de las fuerzas armadas españolas humanitarias marca Acme se la traía a Barceló, como a todos, bastante floja. Argelia era la Somalia de entonces, más o menos, y a los atuneros de entonces los protegió a su manera: en 1783 fue con una escuadra a Argel, disparó 7.000 cañonazos contra la ciudad e incendió 400 casas. Sin despeinarse.

También he dicho que era español, y eso tiene su pago de peaje. La envidia y la mala fe lo acompañaron toda su vida. Sus colegas de la Real Armada no podían verlo ni en pintura, y andaban locos por que se la pegara. No tuvo, como es natural, amigos entre sus pares. Ayudaba a eso su persona y carácter, poco inclinado a tocar cascabeles. Era hombre rudo y de escasa educación ­­–sólo sabía escribir su nombre–, brusco de modales, sordo como una tapia por el ruido de los cañones. Tampoco era guapo, pues la cicatriz de un sablazo le cruzaba el careto de lado a lado. Gajes del oficio. Pero sus tripulaciones lo adoraban, peleaban por él como fieras y lo acompañaban, literalmente, a la misma boca del infierno. Ganó honores y botines, rindió a enemigos, asombró al mismo rey, y mandó barcos y escuadras hasta los 75 años. Se retiró al fin a Mallorca, donde murió entre el respeto de todos. Fue uno de los poquísimos casos en que España no se comportó como ingrata madrastra, y agradeció los servicios prestados. Su fama fue tanta que en sus tiempos corrió en coplas una décima famosa, a él dedicada, que concluía: «Va como debe ir vestido / fía poco en el hablar / mas si llega a pelear / siempre será lo que ha sido».

Imaginen lo que se habría reído viendo lo de Somalia en el telediario, y a los piratas en la Audiencia Nacional.