9 oct 2009
Cuando se nos van los amigos queridos.
Una guirnalda de recuerdos
Amanece. El gris envolvente me cala desde abajo, me moja los pies igual que si me paro a pisar charcos, que en este caso no existen, con el calor excesivamente veraniego que va rozando el otoño. Quizá este año los árboles se queden desnudos mientras el termómetro estalla. Quizá sea un día más... pero hace un año marcó la diferencia.
.
.
Principio y fin. Ley de vida. Indiferencia absoluta, lágrimas, silencio y recuerdos enmarañados que mostrar al mundo a la vez que se conservan como una pieza exclusiva de diseño. No, no aparecerá en los libros de historia, no ocupó los medios de comunicación ni la portada de las revistas más vendidas, pero se quedó grabado en mi corazón, a fuego, a hielo... como una canción para dormir, como una nana eterna que aparece en sueños de vez en cuando... da miedo ver el grado de realidad que alcanzan los mismos, aunque mucho más miedo da despertar y descubrir que hay imágenes que jamás volverán si no son gracias a tintas impresas.
.
.
Fuerza, porte, mantener la compostura porque hay quien se desmoronaría, quien lo hará, y lo se, pero no se gana nada... Tendiendo la mano al vacío, sumida en un río plácido que en su día fue corriente de sabiduría. La magia aun está en el aire, parece que la respiro tras cruzar el umbral de la quejumbrosa puerta de madera. Cuando recorro con la mente cada rincón del pequeño mapa de su movimiento deteniéndome en la fuente perdida, la fuente sobre la que pendían campos de cereales para jugar al escondite, el verde que se zarandeaba cuando la brisa lo permitía, y desde abajo, junto al agua, la mirada más azul que podía existir cuidaba de su pequeño rebaño.
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Falta el aire. Me ahogo. Respiro lentamente, una y otra vez. Silencio, pero la mente no deja de enredar letras que suben al cerebro en forma de palabrerío, aturdiendo, sacando a la luz lo que había quedado atrás y sólo llama lágrimas. Admiro el conformismo que demuestran algunos, en esos momentos admiro la fé, el creer en una vida mejor... porque yo solo veo estrellas, solas en el firmamento, pintando la oscuridad de la noche a la espera de que alguien las cace con la mirada... rondando a la luna, como aquella noche. Como el repiqueteo de la hora del fin durante el trayecto, y las horas que vinieron después, y los días, aun lejos...
.
.
Me sigue sonando extraño hablar de alguien que no volveré a ver, me sigue sonando raro escuchar su nombre como emblema en tantos recuerdos de familia, tantos momentos de risas, divertidos, celebraciones, reuniones... tantos abrazos y besos, historias que con él han muerto aunque en mí sigan vivas. Porque estás frío, igual que el marmol que te sepulta jugando con las letras de quien fuieste, en un lugar en el que no me atrevo a pisar.
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.
Ya veis, tantas cosas podría decir/le y me siento como una estúpida frente a este espacio en blanco. Se me empaña la mirada y tengo que restregarme los ojos de vez en cuando para no empapar el teclado. No, no me gusta mirar a la muerte a los ojos, no en los tuyos, ni en los que se que vendrán porque es la maldita ley de vida. Y lo se, en realidad debería preocuparme más por los vivos, no por las causas perdidas, no tiene remedio... Pero en el fondo me gusta recorrer cada detalle de ese mar de ojos cansados y brillantes, con un toque de ilusión y el aguante a la vida. Le quiero, si, aunque nunca se lo dije. Haré una girnalda con los recuerdos y la meteré en mi maleta.
.
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Un compañero menos de viaje. Mi estrella sigue brillando en lo más alto.
Amanece. El gris envolvente me cala desde abajo, me moja los pies igual que si me paro a pisar charcos, que en este caso no existen, con el calor excesivamente veraniego que va rozando el otoño. Quizá este año los árboles se queden desnudos mientras el termómetro estalla. Quizá sea un día más... pero hace un año marcó la diferencia.
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Principio y fin. Ley de vida. Indiferencia absoluta, lágrimas, silencio y recuerdos enmarañados que mostrar al mundo a la vez que se conservan como una pieza exclusiva de diseño. No, no aparecerá en los libros de historia, no ocupó los medios de comunicación ni la portada de las revistas más vendidas, pero se quedó grabado en mi corazón, a fuego, a hielo... como una canción para dormir, como una nana eterna que aparece en sueños de vez en cuando... da miedo ver el grado de realidad que alcanzan los mismos, aunque mucho más miedo da despertar y descubrir que hay imágenes que jamás volverán si no son gracias a tintas impresas.
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Fuerza, porte, mantener la compostura porque hay quien se desmoronaría, quien lo hará, y lo se, pero no se gana nada... Tendiendo la mano al vacío, sumida en un río plácido que en su día fue corriente de sabiduría. La magia aun está en el aire, parece que la respiro tras cruzar el umbral de la quejumbrosa puerta de madera. Cuando recorro con la mente cada rincón del pequeño mapa de su movimiento deteniéndome en la fuente perdida, la fuente sobre la que pendían campos de cereales para jugar al escondite, el verde que se zarandeaba cuando la brisa lo permitía, y desde abajo, junto al agua, la mirada más azul que podía existir cuidaba de su pequeño rebaño.
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Falta el aire. Me ahogo. Respiro lentamente, una y otra vez. Silencio, pero la mente no deja de enredar letras que suben al cerebro en forma de palabrerío, aturdiendo, sacando a la luz lo que había quedado atrás y sólo llama lágrimas. Admiro el conformismo que demuestran algunos, en esos momentos admiro la fé, el creer en una vida mejor... porque yo solo veo estrellas, solas en el firmamento, pintando la oscuridad de la noche a la espera de que alguien las cace con la mirada... rondando a la luna, como aquella noche. Como el repiqueteo de la hora del fin durante el trayecto, y las horas que vinieron después, y los días, aun lejos...
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Me sigue sonando extraño hablar de alguien que no volveré a ver, me sigue sonando raro escuchar su nombre como emblema en tantos recuerdos de familia, tantos momentos de risas, divertidos, celebraciones, reuniones... tantos abrazos y besos, historias que con él han muerto aunque en mí sigan vivas. Porque estás frío, igual que el marmol que te sepulta jugando con las letras de quien fuieste, en un lugar en el que no me atrevo a pisar.
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Ya veis, tantas cosas podría decir/le y me siento como una estúpida frente a este espacio en blanco. Se me empaña la mirada y tengo que restregarme los ojos de vez en cuando para no empapar el teclado. No, no me gusta mirar a la muerte a los ojos, no en los tuyos, ni en los que se que vendrán porque es la maldita ley de vida. Y lo se, en realidad debería preocuparme más por los vivos, no por las causas perdidas, no tiene remedio... Pero en el fondo me gusta recorrer cada detalle de ese mar de ojos cansados y brillantes, con un toque de ilusión y el aguante a la vida. Le quiero, si, aunque nunca se lo dije. Haré una girnalda con los recuerdos y la meteré en mi maleta.
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Un compañero menos de viaje. Mi estrella sigue brillando en lo más alto.
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