'Los abanicos de la muerte', nueva mirada a los Panero
SERGIO C. FANJUL - Astorga - 18/09/2009
La familia Panero sigue dando que hablar. Los abanicos de la muerte, dirigido por Luis M. Alonso, es un nuevo documental que viene a ahondar en las circunstancias que rodearon el rodaje de El desencanto, de Jaime Chávarri, filme de culto que destripa las relaciones íntimas entre los Panero.
La película es una tesis sobre una familia que se disuelve: una madre que relata cómo su matrimonio fue un "fraude" y que encaja impertérrita las afiladas críticas de sus hijos, unos hijos excéntricos, enfrentados entre sí. Un mundo que parece que se va apagando.
Muchos ven en esta película una metáfora de la decadencia del régimen franquista. Otros al precursor de los actuales reality show: personajes enfrentados sobriamente a la cámara relatando sus miserias.
La biografía de los Panero es ya territorio mítico. Michi, el hermano pequeño encantador e irónico, el escritor sin libros y vividor, falleció en 2004, semiolvidado en una buhardilla de Astorga, ciudad natal de la familia. Juan Luis es un buen poeta eclipsado por la obra de su hermano Leopoldo María que ingresó voluntariamente en un sanatorio mental en Las Palmas, caminando sobre la delgada línea que separa la genialidad de la locura.
El poeta ausente
Los abanicos de la muerte analiza estos personajes y la película de Chávarri, en la que los creadores se convierten en personajes, y trata de recuperar la figura del padre, el poeta Leopoldo Panero, el gran ausente del filme original.
Además de los testimonios del productor Elías Querejeta y Jaime Chávarri, cuenta con la colaboración de nombres como el poeta Antonio Gamoneda o los escritores Jose María Merino o Vicente Molina Foix, que relatan cómo se vivió la gestación y estreno del filme, y cómo reaccionó la sociedad de la época.
Este año el Festival de Cine de Astorga, que contó con la presencia de Querejeta y Chávarri, y donde se proyectó el documental tuvo algo de congreso de panerología. Y es que los Panero constituyen casi un género: además de El desencanto, se exhibió Después de tantos años, una continuación rodada en 1994 por Ricardo Franco, después de la muerte de Felicidad Blanc, y La estancia vacía, reciente producción obra de Miguel Barrero (que además publica en la editorial DVD la novela Los últimos días de Michi Panero) que se centra en el final de la vida de Michi.
18 sept 2009
Malditos bastardos
"Tengo un ego saludable"
ROCÍO AYUSO - Los Ángeles - 18/09/2009
Con Malditos bastardos, Quentin Tarantino se fue del Festival de Cannes sin Palma de Oro y con muchas dudas. Tras retocar su montaje, aclara aquí algunos malentendidos.
Mentiras, mentiras y más mentiras. Eso es lo que Quentin Tarantino lleva escuchando de Malditos bastardos desde hace meses. Y como hablamos con una persona ?con un ego saludable?, tal y como él se describe, y que no calla ni debajo del agua, tal y como le describen los demás, ha llegado el momento de dejar las cosas claras.
�El digital para mí es vídeo. Y no imagino pasar por todo lo que conlleva hacer una película como �Apocalipse now� para rodarla en vídeo�
El realizador de 46 años se la tiene jurada al digital. A él le gusta el cine en película; el resto es televisión. Como el primer filme que recuerda, uno tipo James Bond titulado Deadlier than the male, con Richard Johnson y Elke Sommer.
Y entre cine vive, con una colección de películas de 35 milímetros que se niega a contar para no sonar a obseso y que llena una casa por lo demás vacía de compañía femenina. Completan su espacio sus propias películas, sus guiones y los honores por una carrera que ha llevado a este oriundo de Tennessee (EE UU) de ser un bocazas al frente de un videoclub a ser una de las figuras más reverenciadas del cine actual. Reservoir dogs, Pulp fiction o Kill Bill ya figuran entre los esenciales de la historia del cine, pero ¿qué pasa con Malditos bastardos? Tarantino quiere aclarar los malentendidos de una vez por todas.
17 sept 2009
Si tú crees que ................
Si tú crees que estás vencido, lo estás.
Si crees que no te atreves, no te atreverás.
Si te gustaría ganar, pero crees no poder,
lo más seguro es que no podrás.
Si crees que podrás perder, ya perdiste,
pues en el mundo encontrarás que el éxito
comienza con el deseo de la persona,
en la condición de la mente.
Si crees que eres superior, lo eres.
Tienes que pensar alto para ascender.
Tienes que estar seguro de ti mismo,
de vencer alguna vez.
La Batalla de la Vida no siempre va
hacia el hombre más fuerte o más rápido;
pero tarde o temprano el hombre que gana
es aquel que cree poder ganar.
(Autor desconocido)
Café para todos
Café para todos
ARTURO PÉREZ-REVERTE |
Dirán ustedes que lo de hoy es una chorrada, y que vaya tonterías elige el cabrón del Reverte para su artículo. Para llenar la página. Pero no estoy seguro de que la cosa sea intrascendente. Como decía Ovidio, o uno de esos antiguos –lo leí ayer en un Astérix–, una pequeña mordedura de víbora puede liquidar a un toro.
Es como cuando, por ejemplo, ves a un fulano por la calle con una gorra de béisbol puesta del revés. Cada uno puede ir como le salga, naturalmente. Para eso hemos muerto un millón de españoles, o más.
Luchando por las gorras de béisbol y por las chanclas. Pero esa certeza moral no impide que te preguntes, con íntima curiosidad, por qué el fulano lleva la gorra del revés, con la visera para atrás y la cintita de ajustarla sobre la frente.
Todo eso conduce a más preguntas: si viene directamente de quitarse la careta de catcher de los Tomateros de Culiacán, si le da el sol en el cogote o si es un poquito gilipollas. Concediéndole, sin embargo, el beneficio de la duda, de ahí pasas a preguntarte si, en vista de que al pavo le molesta o no le conviene llevar la visera de la gorra hacia delante, por qué usa gorra con visera.
Por qué no recurre a un casquete moruno, un fez turco o a una boina con rabito. Luego terminas pensando que es raro que los fabricantes de gorras no hayan pensado en hacer una gorra sin visera, para fulanos como el que acabas de ver; y de eso deduces, malpensado como eres, que la mafia internacional de los fabricantes de gorras de béisbol pone visera a todos los modelos para cobrar más caro y explotar al cliente, y luego lo disimulan regalándole gorras a Leonardo DiCaprio para que se las ponga del revés cuando saca en moto a su novia en el Diez Minutos. Eso te lleva inevitablemente a pensar en la crisis de Occidente y el aborregamiento de las masas, hasta que acabas echando espumarajos por la boca y decides apuntarte en Al Quaida y masacrar infieles, mientras concluyes que el mundo es una mierda pinchada en un palo, que odias a la Humanidad –Monica Bellucci aparte– y que la culpa de todo la tiene el Pesoe.
Llegados a este punto del artículo, ustedes se preguntan qué habrá fumado el Reverte esta mañana; concluyendo que, sea lo que sea, le sientan fatal ciertas mezclas. Pero yerran. Estoy sobrio y con un café; y todo esto, digresión sobre gorras incluida, viene al hilo del asunto: lo de que no hay enemigo pequeño, y que si parva licet componere magna, que dijo otro romano finolis de aquéllos. Pequeños detalles sin importancia aparente pueden llevar a cuestiones de más chicha, y parvos indicios pueden poner de manifiesto realidades más vastas y complejas. Vean si no –a eso iba con lo de las jodías gorras– el anuncio publicitario que hace unos días escuché en la radio. Un anuncio de esos que definen no sólo al fabricante, sino al consumidor. Y sobre todo, el país donde vive el consumidor. Usted mismo, o sea. Yo.
Buenos días, don Nicolás –cito de memoria, claro–, dice la secretaria a su jefe. ¿Le apetece un cortadito? Claro que sí, responde el mentado. Es usted muy amable, Mari Pili. Ahora mismo se lo preparo, dice ella, pizpireta y dispuesta. Pero ojo, la previene el jefe. Recuerde que yo el café lo tomo siempre de la marca Cofiflux Barriguitas. Por supuesto, don Nicolás, responde la secre. Conozco sus dificultades para ir al baño, como las conoce toda la empresa. Ahora yo también bebo el café de esa marca, igual que lo hacen ya todos mis compañeros. Tomamos Cofiflux Barriguitas, y nos va de maravilla. Etcétera.
Juro por Hazañas Bélicas que el anuncio es real. Quien escuche la radio, lo conocerá como yo. Lo estremecedor del asunto es la naturalidad con que se plantea la situación; el argumento de normalidad a la hora de controlar si el jefe va apretado o flojo de esfínter. Interpretarlo como nota de humor publicitario deliberado –lo que tampoco es evidente– no cambia las cosas. Con humor o en serio, el compadreo intestinal es de pésimo gusto.
Delata, una vez más, las maneras bajunas de una España tan chabacana y directa como nuestra vida misma –«Yo es que soy muy espontáneo y directo», te dicen algunos capullos–; convertida, cada vez más, en caricatura de sí misma.
En pasmo de Europa. Y ahora pónganse la mano en el corazón, mírense a los ojos y consideren si, en un país donde, tras emitir en la radio un anuncio con semejante finura conceptual, se espera que la gente normal compre entusiasmada el producto –y no me cabe duda de que lo compran–, sus ciudadanos pueden ir por el mundo con la cabeza alta.
En cualquier caso, díganme si una sociedad capaz de dar por supuesto, como lo más corriente, que todo el personal de una empresa, desde la secretaria hasta el conserje, conoce, airea y comparte las dificultades intestinales de su director, presidente, monarca o puta que los parió –nos parió– a todos, no merece, además de café Cofiflux Barriguitas, o como diablos se llame, un intenso tratamiento con napalm.
ARTURO PÉREZ-REVERTE |
Dirán ustedes que lo de hoy es una chorrada, y que vaya tonterías elige el cabrón del Reverte para su artículo. Para llenar la página. Pero no estoy seguro de que la cosa sea intrascendente. Como decía Ovidio, o uno de esos antiguos –lo leí ayer en un Astérix–, una pequeña mordedura de víbora puede liquidar a un toro.
Es como cuando, por ejemplo, ves a un fulano por la calle con una gorra de béisbol puesta del revés. Cada uno puede ir como le salga, naturalmente. Para eso hemos muerto un millón de españoles, o más.
Luchando por las gorras de béisbol y por las chanclas. Pero esa certeza moral no impide que te preguntes, con íntima curiosidad, por qué el fulano lleva la gorra del revés, con la visera para atrás y la cintita de ajustarla sobre la frente.
Todo eso conduce a más preguntas: si viene directamente de quitarse la careta de catcher de los Tomateros de Culiacán, si le da el sol en el cogote o si es un poquito gilipollas. Concediéndole, sin embargo, el beneficio de la duda, de ahí pasas a preguntarte si, en vista de que al pavo le molesta o no le conviene llevar la visera de la gorra hacia delante, por qué usa gorra con visera.
Por qué no recurre a un casquete moruno, un fez turco o a una boina con rabito. Luego terminas pensando que es raro que los fabricantes de gorras no hayan pensado en hacer una gorra sin visera, para fulanos como el que acabas de ver; y de eso deduces, malpensado como eres, que la mafia internacional de los fabricantes de gorras de béisbol pone visera a todos los modelos para cobrar más caro y explotar al cliente, y luego lo disimulan regalándole gorras a Leonardo DiCaprio para que se las ponga del revés cuando saca en moto a su novia en el Diez Minutos. Eso te lleva inevitablemente a pensar en la crisis de Occidente y el aborregamiento de las masas, hasta que acabas echando espumarajos por la boca y decides apuntarte en Al Quaida y masacrar infieles, mientras concluyes que el mundo es una mierda pinchada en un palo, que odias a la Humanidad –Monica Bellucci aparte– y que la culpa de todo la tiene el Pesoe.
Llegados a este punto del artículo, ustedes se preguntan qué habrá fumado el Reverte esta mañana; concluyendo que, sea lo que sea, le sientan fatal ciertas mezclas. Pero yerran. Estoy sobrio y con un café; y todo esto, digresión sobre gorras incluida, viene al hilo del asunto: lo de que no hay enemigo pequeño, y que si parva licet componere magna, que dijo otro romano finolis de aquéllos. Pequeños detalles sin importancia aparente pueden llevar a cuestiones de más chicha, y parvos indicios pueden poner de manifiesto realidades más vastas y complejas. Vean si no –a eso iba con lo de las jodías gorras– el anuncio publicitario que hace unos días escuché en la radio. Un anuncio de esos que definen no sólo al fabricante, sino al consumidor. Y sobre todo, el país donde vive el consumidor. Usted mismo, o sea. Yo.
Buenos días, don Nicolás –cito de memoria, claro–, dice la secretaria a su jefe. ¿Le apetece un cortadito? Claro que sí, responde el mentado. Es usted muy amable, Mari Pili. Ahora mismo se lo preparo, dice ella, pizpireta y dispuesta. Pero ojo, la previene el jefe. Recuerde que yo el café lo tomo siempre de la marca Cofiflux Barriguitas. Por supuesto, don Nicolás, responde la secre. Conozco sus dificultades para ir al baño, como las conoce toda la empresa. Ahora yo también bebo el café de esa marca, igual que lo hacen ya todos mis compañeros. Tomamos Cofiflux Barriguitas, y nos va de maravilla. Etcétera.
Juro por Hazañas Bélicas que el anuncio es real. Quien escuche la radio, lo conocerá como yo. Lo estremecedor del asunto es la naturalidad con que se plantea la situación; el argumento de normalidad a la hora de controlar si el jefe va apretado o flojo de esfínter. Interpretarlo como nota de humor publicitario deliberado –lo que tampoco es evidente– no cambia las cosas. Con humor o en serio, el compadreo intestinal es de pésimo gusto.
Delata, una vez más, las maneras bajunas de una España tan chabacana y directa como nuestra vida misma –«Yo es que soy muy espontáneo y directo», te dicen algunos capullos–; convertida, cada vez más, en caricatura de sí misma.
En pasmo de Europa. Y ahora pónganse la mano en el corazón, mírense a los ojos y consideren si, en un país donde, tras emitir en la radio un anuncio con semejante finura conceptual, se espera que la gente normal compre entusiasmada el producto –y no me cabe duda de que lo compran–, sus ciudadanos pueden ir por el mundo con la cabeza alta.
En cualquier caso, díganme si una sociedad capaz de dar por supuesto, como lo más corriente, que todo el personal de una empresa, desde la secretaria hasta el conserje, conoce, airea y comparte las dificultades intestinales de su director, presidente, monarca o puta que los parió –nos parió– a todos, no merece, además de café Cofiflux Barriguitas, o como diablos se llame, un intenso tratamiento con napalm.
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