Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 sept 2009

Si tú crees que ................


Si tú crees que estás vencido, lo estás.
Si crees que no te atreves, no te atreverás.
Si te gustaría ganar, pero crees no poder,
lo más seguro es que no podrás.

Si crees que podrás perder, ya perdiste,
pues en el mundo encontrarás que el éxito
comienza con el deseo de la persona,
en la condición de la mente.

Si crees que eres superior, lo eres.
Tienes que pensar alto para ascender.
Tienes que estar seguro de ti mismo,
de vencer alguna vez.

La Batalla de la Vida no siempre va
hacia el hombre más fuerte o más rápido;
pero tarde o temprano el hombre que gana
es aquel que cree poder ganar.


(Autor desconocido)

Café para todos

Café para todos


ARTURO PÉREZ-REVERTE |



Dirán ustedes que lo de hoy es una chorrada, y que vaya tonterías elige el cabrón del Reverte para su artículo. Para llenar la página. Pero no estoy seguro de que la cosa sea intrascendente. Como decía Ovidio, o uno de esos antiguos –lo leí ayer en un Astérix–, una pequeña mordedura de víbora puede liquidar a un toro.
Es como cuando, por ejemplo, ves a un fulano por la calle con una gorra de béisbol puesta del revés. Cada uno puede ir como le salga, naturalmente. Para eso hemos muerto un millón de españoles, o más.
Luchando por las gorras de béisbol y por las chanclas. Pero esa certeza moral no impide que te preguntes, con íntima curiosidad, por qué el fulano lleva la gorra del revés, con la visera para atrás y la cintita de ajustarla sobre la frente.
Todo eso conduce a más preguntas: si viene directamente de quitarse la careta de catcher de los Tomateros de Culiacán, si le da el sol en el cogote o si es un poquito gilipollas. Concediéndole, sin embargo, el beneficio de la duda, de ahí pasas a preguntarte si, en vista de que al pavo le molesta o no le conviene llevar la visera de la gorra hacia delante, por qué usa gorra con visera.
Por qué no recurre a un casquete moruno, un fez turco o a una boina con rabito. Luego terminas pensando que es raro que los fabricantes de gorras no hayan pensado en hacer una gorra sin visera, para fulanos como el que acabas de ver; y de eso deduces, malpensado como eres, que la mafia internacional de los fabricantes de gorras de béisbol pone visera a todos los modelos para cobrar más caro y explotar al cliente, y luego lo disimulan regalándole gorras a Leonardo DiCaprio para que se las ponga del revés cuando saca en moto a su novia en el Diez Minutos. Eso te lleva inevitablemente a pensar en la crisis de Occidente y el aborregamiento de las masas, hasta que acabas echando espumarajos por la boca y decides apuntarte en Al Quaida y masacrar infieles, mientras concluyes que el mundo es una mierda pinchada en un palo, que odias a la Humanidad –Monica Bellucci aparte– y que la culpa de todo la tiene el Pesoe.

Llegados a este punto del artículo, ustedes se preguntan qué habrá fumado el Reverte esta mañana; concluyendo que, sea lo que sea, le sientan fatal ciertas mezclas. Pero yerran. Estoy sobrio y con un café; y todo esto, digresión sobre gorras incluida, viene al hilo del asunto: lo de que no hay enemigo pequeño, y que si parva licet componere magna, que dijo otro romano finolis de aquéllos. Pequeños detalles sin importancia aparente pueden llevar a cuestiones de más chicha, y parvos indicios pueden poner de manifiesto realidades más vastas y complejas. Vean si no –a eso iba con lo de las jodías gorras– el anuncio publicitario que hace unos días escuché en la radio. Un anuncio de esos que definen no sólo al fabricante, sino al consumidor. Y sobre todo, el país donde vive el consumidor. Usted mismo, o sea. Yo.

Buenos días, don Nicolás –cito de memoria, claro–, dice la secretaria a su jefe. ¿Le apetece un cortadito? Claro que sí, responde el mentado. Es usted muy amable, Mari Pili. Ahora mismo se lo preparo, dice ella, pizpireta y dispuesta. Pero ojo, la previene el jefe. Recuerde que yo el café lo tomo siempre de la marca Cofiflux Barriguitas. Por supuesto, don Nicolás, responde la secre. Conozco sus dificultades para ir al baño, como las conoce toda la empresa. Ahora yo también bebo el café de esa marca, igual que lo hacen ya todos mis compañeros. Tomamos Cofiflux Barriguitas, y nos va de maravilla. Etcétera.

Juro por Hazañas Bélicas que el anuncio es real. Quien escuche la radio, lo conocerá como yo. Lo estremecedor del asunto es la naturalidad con que se plantea la situación; el argumento de normalidad a la hora de controlar si el jefe va apretado o flojo de esfínter. Interpretarlo como nota de humor publicitario deliberado –lo que tampoco es evidente– no cambia las cosas. Con humor o en serio, el compadreo intestinal es de pésimo gusto.
Delata, una vez más, las maneras bajunas de una España tan chabacana y directa como nuestra vida misma –«Yo es que soy muy espontáneo y directo», te dicen algunos capullos–; convertida, cada vez más, en caricatura de sí misma.
En pasmo de Europa. Y ahora pónganse la mano en el corazón, mírense a los ojos y consideren si, en un país donde, tras emitir en la radio un anuncio con semejante finura conceptual, se espera que la gente normal compre entusiasmada el producto –y no me cabe duda de que lo compran–, sus ciudadanos pueden ir por el mundo con la cabeza alta.
En cualquier caso, díganme si una sociedad capaz de dar por supuesto, como lo más corriente, que todo el personal de una empresa, desde la secretaria hasta el conserje, conoce, airea y comparte las dificultades intestinales de su director, presidente, monarca o puta que los parió –nos parió– a todos, no merece, además de café Cofiflux Barriguitas, o como diablos se llame, un intenso tratamiento con napalm.

Tragar

Tragar
MARUJA TORRES
17/09/2009



Si es cierto que en France Télécom se están suicidando los empleados a causa de las condiciones laborales, nos encontramos ante una buena noticia, y perdonen ustedes el cinismo.
Esa marea autodestructiva, producida por el apasionante estado mercantil de la actualidad, va a convertirse en una inesperada fuente de empleos. Porque como somos verdaderamente globales, las condiciones susodichas a todos atañen y a nadie perdonan. Nos hallamos en el inicio de una era en que habrá por doquier intentos de quitarse la vida, y eso requerirá atenciones.


Es decir, psicólogos. Cientos. Miles de psicólogos. Por el momento se nos informa de que psicoanalistas especializados en enfermedades laborales "predicen nuevos suicidios", y que hasta Sarkozy se ha puesto tenso. Nuestra sociedad, atónita ante las monstruosidades que ella misma produce, segregará sus propios parches. Si yo tuviera ahora mismo un hijo o dos en edad de estudiar una carrera le aconsejaría que se hiciera con un título de psicólogo empresarial y un sofá.
Pero mostrémonos ambiciosos. Podemos incluso construir grandes hospitales privados en donde la mano de obra sea ingresada y sacudida y saneada hasta dejarla como un guante, para que trague con lo que sea mientras tararea alegres melodías.
Hay precedentes de florecimiento de sanatorios mentales y clínicas de rehabilitación gracias a las condiciones sociales imperantes: en Estados Unidos, durante la Prohibición, todos los alcohólicos compulsivos y clandestinos que surgieron debido a tal estímulo fueron a parar a establecimientos del género. Pensemos también en la psicología preventiva, que en cierto modo ya se ejerce, pero que podríamos convertir en masiva. Psicólogos asesores a la hora de aceptar a los voluntarios: éste sí, éste no. Éste resistirá, éste no. "¡Ya estoy harto de gilipolleces!", parece que gritó un trabajador antes de proceder a hacerse el haraquiri. Es un eslogan perfecto para los tiempos que corren.