Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 ago 2009

Mujeres que cambian el mundo

Mujeres que cambian el mundo
Una obra inclasificable de Luigi Nono sobre la utopía de las revoluciones levanta pasiones en el Festival de Salzburgo



Se espera siempre de un festival importante como el de Salzburgo un espectáculo que marque la diferencia respecto al resto, que encienda al público, que levante escondidas pasiones. Ni la buena factura de Claus Guth en la dimensión escénica de Così fan tutte, de Mozart; ni el carisma de Riccardo Muti al frente de la Filarmónica de Viena en Moïse et Pharaon, de Rossini; ni el irresistible atractivo de la soprano alemana Christine Schäfer arropada por Ivor Bolton y la orquesta barroca de Friburgo en el precioso oratorio escenificado Theodora, de Händel, habían conseguido sacar a la luz esa locura necesaria, ese aire de excepcionalidad que uno va buscando en las convocatorias artísticas más prestigiosas.

El asombro, la emoción, el arrebato, llegaron con Al gran sole carico d'amore, "acción escénica" en dos actos de Luigi Nono, estrenada en Milán en 1975 con un montaje de Juri Ljubimov y posteriormente recuperada en Francfort, en 1978, con una puesta en escena de Jürgen Flimm, actual director artístico del Festival de Salzburgo, que ha retomado con la selección de esta obra una vieja deuda de afecto. Las representaciones salzburguesas, en una coproducción con la Staatsoper Unter den Linden de Berlín, están dedicadas a la memoria de la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch, recientemente fallecida.

No se trata Al gran sole carico d'amore propiamente de una ópera. Es un canto a las utopías revolucionarias, con una serie de escenas paralelas llevadas por cinco mujeres, que simbolizan el espíritu de movimientos que van desde la Comuna de París a las guerrillas boliviana, cubana o vietnamita, pasando por la revolución de octubre en Rusia de la mano de un personaje de La madre, de Gorki, o la figura de una prostituta y partisana de origen siciliano extraída de una obra de ficción de Cesare Pavese.

La obra empieza con un texto del Che Guevara en español - "la belleza no está reñida con la revolución"- y contiene, además de las citadas, referencias de Rimbaud, Marx, Lenin, Castro, Brecht o Gramsci, entre otros. La obra no tiene nada de panfletaria. El ansia de un mundo más justo se eleva por encima de las demagogias, y ello es debido fundamentalmente a la sensacional música de Luigi Nono, interpretada magistralmente por Ingo Metzmacher al frente de una descomunal y luminosa Filarmónica de Viena, con el apoyo esencial de los coros de la Ópera de Viena. La acción, a cargo de la directora escénica inglesa Katie Mitchell, se desarrolla en varios niveles, integrando lenguajes teatrales, cinematográficos y puramente musicales, en un ejercicio "espacial" de escucha que exige un número de efectivos elevadísimo y varios lugares para situar las fuentes sonoras y teatrales. La música sobrecoge y envuelve, la fuerza de los coros conmueve, los solistas vocales y los actores consiguen trasladar la tragedia y el empuje idealista de las diferentes situaciones.

No es la primera vez que mantengo que en Salzburgo se está creando un sector de público más que considerable, al lado del tradicional, cuyas preferencias se decantan por la música del último siglo. El éxito clamoroso de Al gran sole carico d'amore, de Luigi Nono, lo confirma. Y también la favorable, más bien entusiasta, acogida a un ciclo como el dedicado a un visionario de la música como Edgard Varèse (1883-1965) en ocho sesiones. Hasta el mismísimo Riccardo Muti va a participar, al frente de la Filarmónica de Viena, dirigiendo una obra como Arcana, para gran orquesta. Es digna de reseñarse asimismo la gran impresión dejada por el Klangforum de Viena los últimos días en los dos conciertos de este ciclo en los que ha participado.

Seguramente sea ese cosmopolitismo de la programación, en las cotas más altas de calidad interpretativa, lo que da el sello de distinción a un festival como el de Salzburgo. En la ciudad de Mozart cada uno puede encontrar la música que desee, no sólo la de su hijo más distinguido. Y en muchas ocasiones con propuestas de alto riesgo artístico.

No siempre los espectáculos o conciertos son redondos, pero la mayoría de las veces responden a las expectativas. Y de cuando en cuando salta la liebre de la excepcionalidad. Es lo que ocurre con la inclasificable azione scenica de Luigi Nono. La edición de 2009 ya tiene un espectáculo para el recuerdo. Cultural y artísticamente, ha cumplido.

PALABRAS AL SOL Y AL DESTINO

PALABRAS AL SOL Y AL DESTINO

Las malas energías estas en cada esquina en cada rincón de este planeta, con esto digo que cada enfado, pensamiento negativo, extremos.... siempre son malignos la mente es tan poderosa cuanto no imagináis la mente puede llegar hacer lo que somos hoy en día un desdichado o un afortunado, las bondades de las mentes están en la capacidad de proyectar el objetivo de vida.....
Una meta como he leído por allí en más de algún blog.....pero esto no basta.....hay que tener una esperanza, nunca perder la esperanza siempre tener una carta guardada bajo la almohada para que esta ayude en los momentos difíciles a los cuales muchas veces el ser humano se enfrenta......no aconsejo vivir sólo por que no es bueno, aconsejo a lo menos tener un animalito a quien cuidar.....
Siempre debes tener un amuleto de buena suerte cualesquiera sea un amuleto que te diga algo, que te hable, que te oriente, que le permita a tu mente poder negar esos malos pensamientos esto tal vez puede tardar para aquellas personas que siempre practican la negatividad pero os doy una pequeña ayuda y les digo crean en su persona confíen siempre en lo que emprendieran no dudéis nunca de un proyecto aun que este no sea el mejor.....
por que para eso esta la vida para aprender de lo malo...que de lo malo sale lo bueno......

10 ago 2009

Ese Nabokov que odiaba la música

Ese Nabokov que odiaba la música
LUIS SUÑÉN



En el capítulo segundo de Habla, memoria dice Vladímir Nabokov: "La música, siento decirlo, me afecta sólo como una sucesión arbitraria de sonidos más o menos irritantes.
En determinadas circunstancias emocionales, llego a soportar los espasmos de un buen violín, pero los conciertos de piano, así como todos los instrumentos de viento, me aburren en dosis pequeñas y me desuellan vivo en las mayores".
Hay pocas percepciones tan pobres -paupérrima es ésta- de la música en un escritor como la que sale de la pluma de uno de los más grandes del siglo XX.
Nabokov no teoriza, pues su arrogancia -ese "siento decirlo"- le impide ir más allá en lo que, siendo una carencia, transforma en la actitud incontestable de quien desprecia lo que ignora.
Simplemente expone su práctica de la escucha con la misma naturalidad con la que afirmaría lo contrario de su interés por las mariposas o por el ajedrez. Sólo unas líneas más allá se explaya -vía el recuerdo de una madre adorada- en la ética y la estética de recoger setas, de ponerlas sobre una mesa formando semicírculos, de descartar las que no sirven para el plato. La música, sin embargo, no le merece mayor cuidado.
Su experiencia tiene que ver con lo que le "afecta" y el discurso musical le parece arbitrario, es decir, le adjudica lo que jamás predicaría de la buena literatura mientras niega la mayor -el orden- y gradúa la irritación como consecuencia inmediata.
El aburrimiento -y hasta el desuello como al pobre san Bartolomé- es, al fin, la condensación de una experiencia que, curiosamente, le aleja de la pasión por la música que sentía Serguéi, su hermano homosexual cuyo diario descubriera un día a los quince años, y del camino que emprendiera su hijo Dimitri, quien debutara como cantante de ópera en Reggio Emilia, en el papel de Colline en La bohéme de Puccini el mismo día en que Luciano Pavarotti hacía lo propio en el de Rodolfo.
Una casualidad más en su vida, como que sus gatos fueran nietos de los de Chéjov. Algo tendría que decir el doctor Freud de esta relación insana con la música -la ataca como si usara la defensa Luzhin, que se inventó él mismo en una novela pero que no existe en el ajedrez- que se mezcla con la familia, los miedos y las fobias, el pasado y el porvenir.
Y, sin embargo, ya lo creo que hay música en Nabokov. Su estilo, su fraseo, su ritmo -él mismo dijo que el ritmo es espacio- lo aproximan a la música más allá de cualquier juego de pura sinestesia y, desde luego, de su desdén. Rodrion Shchedrin -lástima que no fuera otro- hizo una ópera sobre Lolita que no pasará a la historia. La música no necesita vengadores pero no estaría mal que alguien le diera una buena lección al gran Nabokov aunque sea después de muerto. De vivo no lo hubiera soportado.

PATENTE DE CORSO La farlopa de Kate Moss

PATENTE DE CORSO
La farlopa de Kate Moss


ARTURO PÉREZ-REVERTE |




Hay que ver lo que inventa el hombre blanco. Y lo que le gusta hacer el chorra. Hojeaba una revista de arquitectura y diseño, en su versión española, cuando me tropecé con un reportaje sobre cómo un profesional del asunto tiene decorada su casa. Vaya por delante que en casas de otros no me meto, y que cada cual es libre de montárselo como quiera.
Pero en esta ocasión la casa del antedicho la habían sacado a la calle, por decirlo de alguna forma. Su propietario la hacía pública, abriendo sus puertas al fotógrafo y al redactor autores del reportaje.
Quiero decir con esto que si, verbigracia, un fulano va a mi casa a tomar café y luego cuenta en una revista cómo está decorada la cocina, tengo perfecto derecho a mentarle los muertos más frescos.
Otro asunto es que yo pose junto a las cacerolas y el microondas consciente de que van a ser del dominio público. Cada cosa es cada cosa, y ahí no queda sino atenerse a las consecuencias. Que luego digan, por ejemplo, que de decorar cocinas no tengo ni puta idea. O que mi gusto a la hora de elegir azulejos es para pegarme cuatro tiros.

Y, bueno. En ese reportaje al que me refería antes, un diseñador, que por lo visto está de moda, posaba junto a un elemento plástico de su vivienda.
Ignoro si el objeto en cuestión era permanente, como cuando se cuelga un cuadro o se pinta una pared, o si era de quita y pon, y estaba puesto allí sólo para la ocasión; aunque el texto que acompañaba la imagen daba a entender que era decoración fija: «Fulanito –decía el pie de foto– escaneó esta imagen de Kate Moss que dio la vuelta al mundo y que a él le impactó de forma poderosa. Luego la fotocopió ampliada y la pegó a trozos en el salón».
Lamento que esta página no permita añadir ilustraciones, pues les aseguro que ésta merecía la pena: unos cojines como de tresillo de sala de estar, y encima, donde suele colgarse el cuadro cuando hay cuadro, o las fotos de la familia, troceada en seis partes y sujeta a la pared con cinta adhesiva, la imagen de Kate Moss –que como saben ustedes es una top model algo zumbada, a la que suele moquearle la nariz– sentada en un sofá, toda rubia, maciza y minifaldera, en el momento de prepararse unas rayitas de cocaína.

Yo no he ido a buscar esa escena, que conste. Me la han puesto delante de las narices en una revista que he pagado. Tengo derecho a decir lo que opino de ella, pues supongo que, entre otras cosas, para eso la publican. Lo mismo hacen ustedes con mis novelas, cuando salen. Opinar.
O en el correo del lector, con estos artículos. Hablamos, además, de un elemento ornamental situado estratégicamente en lugar destacado de una casa modélica, o sea. O que lo pretende.
La de un diseñador conocido, profesional del ramo, quien considera que, para su propio hogar, la imagen más adecuada, junto a la que posa, además, con pinta de estar en la gloria fashion, es la de una pedorra dispuesta a darse, en público, un tiro de farlopa.
Y no hablo del aspecto moral del asunto, que me importa un rábano: Kate Moss y sus aficiones son cosa de ella y de su chichi.
Lo que me hace gotear el colmillo mientras le doy a la tecla, es que mi primo el diseñata, que por lo expuesto va de original y esnob que te rilas, colega, nos venda el asunto como el non plus ultra de lo rompedor y la vanguardia torera.

Y no me expliquen el argumento, por favor, que lo conozco de sobra. Iconos del mundo en que vivimos, y demás. Kate Moss, muñeca rota de una sociedad desquiciada e insegura, etcétera. El símbolo, vaya. El icono y tal. La soledad del triunfador y otras literaturas. De esos iconos conocemos todos para dar y tomar, para escanear y pegar con cinta adhesiva y para proyectar en cinemascope. A otro cánido con ese tuétano.
Nuestra estúpida sociedad occidental tiene la tele, y las revistas, y las casas, y los cubos de la basura atiborrados de toda clase de símbolos. De iconos, oigan. Hasta el aburrimiento.
Se me ocurren, de pronto, medio centenar de iconos mucho más representativos del vil putiferio en que andamos metidos.
Pasé gran parte de mi vida coleccionándolos para el telediario. Por eso, lo que más me pone es lo del impacto. La imagen de Kate Moss «que a él le impactó de forma poderosa», dice el texto.
Hay que ser elemental, querido Watson, para sentirse poderosamente impactado por la imagen de una frívola soplacirios a pique de meterse una raya. Y encima colgarla en el salón para que la admiren las visitas y le sirva a uno como escaparate de lo que profesionalmente lleva dentro.
Así que, una de dos: o ese diseñador se lo cree de verdad, lo que sería revelador sobre su criterio estético y su trabajo, o se maquilla la cara con cemento, tomándonos a todos por gilipollas. Aunque entreveo, también, una tercera posibilidad: que él mismo sea un poquito gilipollas, alentado por un mundo que aplaude a los gilipollas.