Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

9 ago 2009

Una Frase

Nunca es triste la verdad , lo que no tiene es remedio

Una batuta para cambiar el mundo


Una batuta para cambiar el mundo
JESÚS RUIZ MANTILLA 09/08/2009



Venezolano, 28 años. Formado en las orquestas infantiles de Abreu. Todos quieren a Gustavo Dudamel, músico comprometido, la nueva estrella de la dirección de orquesta. Próximo destino: Los Ángeles.

Para doña Engracia, su abuela, lo que el inquieto Gustavo Dudamel hacía con sus muñecos Lego dentro de la habitación era todo un misterio. Pedía montones, los coleccionaba obsesivamente. Pero no para jugar a hacer obras públicas, a los hospitales, a los piratas o a los bomberos. Los ordenaba por filas, en semicírculo, y les hacía escuchar música. Cuando se iba al colegio, cerraba la puerta y avisaba: �¡No me desordenen nada!�. Cualquier desliz, cualquier tropiezo, podía desarmar su delicada orquesta de juguete.


�Sé quién soy y quién quiero seguir siendo cuando llegue a Los Ángeles�

�El sistema musical de venezuela forma, ante todo, ciudadanos responsables�

�La tradición encorseta. Aportamos una visiónde la música sin límites�
Aquellos monigotes de plástico fueron sus primeros músicos. Los que le sirvieron de ensayo para que él definiera una vocación que hoy ha valido a este venezolano de 28 años ser la primera estrella despuntante de la dirección de orquesta del siglo XXI.

En la dictadura de los clichés, la música clásica está rodeada. Para quien piensa que es un mundo perdido en manos de iniciados, pedantes y elitistas, la sonrisa de Gustavo Dudamel supone toda una ventana abierta. A aquellos que creen que las sopranos tienen que ser gordas; los pianistas, unos románticos, y los directores de orquesta, seres irascibles, circunspectos y déspotas sin un ápice de sentido del humor, la personalidad de Dudamel les dejaría sin habla.

No tiene humos raros. Es capaz de levantar al público y ponerles a bailar el mambo. Lleva en la sangre esa porción marchosa y picante que su padre, Óscar, ha sabido transmitirle después de haber sido trombonista en varias orquestas latinas de Venezuela. Así que Gustavo cree sobre todo que la música es alegría, emoción y otra cosa: apostolado para cambiar el mundo. Pero además cuenta con suficiente carácter como para dominar una increíble ola de sonido y energía de 200 músicos menores de 25 años en un auditorio. Los que suelen componer la orquesta estrella Simón Bolívar, la joya del sistema venezolano, de la que él es titular.

Fue en ese entorno donde Dudamel se formó. Desde muy joven, desde niño, José Antonio Abreu, el inventor del método de enseñanza musical que ahora quiere copiar todo el mundo, supo que en aquel chamaco había un líder a quien pasar la antorcha, un continuador de su obra capaz de romper más fronteras de las que él nunca soñó. También lo vieron otros asiduos colaboradores del sueño de Abreu, que el año pasado ganó el Príncipe de Asturias de las Artes. Maestros como Simon Rattle, Claudio Abbado, Zubin Mehta o Daniel Barenboim. En muchas cosas puede que fallen o carezcan de olfato, pero en todo aquello que sea identificar la luz y el talento para dirigir, no hay nadie que les dé gato por liebre. Es la señal de los semejantes.

Raramente se habían topado con esa piedra preciosa que define radicalmente las cualidades de uno de los de su casta. Con el puro carisma en bruto, que en su caso resultaba tan asombroso y tan prematuro. La manera en la que lo percibieron en Venezuela cuando vieron a Dudamel no se podía comparar a nada. El propio Rattle se lo dijo a su abuela Engracia: �Señora, casos como el de su nieto surgen una vez cada 100 años�. Aquello fue como encontrar el santo grial para un mundo en el que los públicos huían de las salas de conciertos y la obra de Bach, Beethoven, Brahms, Mahler, Chaikovski, languidecía sin remisión.

La carrera de Gustavo Dudamel hoy es como una montaña rusa. Todo el mundo lo quiere, todo el mundo le hace la corte. Los teatros, los auditorios y los festivales deben guardar riguroso turno para programarle. Pero él está tranquilo. �Yo lo llevo bien. Para mí es una felicidad lo que me está pasando�, comenta después de un concierto en Colonia (Alemania), donde ha ido ya por segunda vez a dirigir una de esas orquestas con poso, con tradición de siglos, ante un público en el que dominan las cabelleras blancas. Da lo mismo. Los entendidos también le han bendecido.

Aunque no tengan nada que ver con los jóvenes de Venezuela o América en cualquiera de sus latitudes. Ése es el público que le venera. Allí donde Dudamel es una estrella latina potente. Una estrella que multiplicará su magnetismo cuando el próximo mes de septiembre entre como director titular de la Orquesta Sinfónica de Los Ángeles, donde sustituye a Esa-Pekka Salonen.

En California, en la tierra del glamour y la fábrica del cine, le esperan con un entusiasmo digno de las épocas en las que Leonard Bernstein sabía conjugar, como pocos lo han hecho después, la música clásica con la cultura popular. En cierto modo, Dudamel es un pequeño Bernstein. Los Angeles Lakers le han diseñado una camiseta con su nombre. La cadena de comida rápida Pink le dedica un perrito caliente en el que se puede leer pintado con mostaza: �Pink loves Gustavo�. La prensa le ha bautizado como The Dude (el colega, el nota) y hasta hace poco chismorreaban con el dilema de dónde se iba a instalar en la ciudad.

Las atractivas pero un tanto peligrosas artimañas de la fama le esperan con los brazos abiertos. Puede que corra el peligro de dejarse llevar por ellas. Pero parece tener claro que todo eso no es más que una anécdota. Agradable, halagadora, pero una anécdota. �Soy consciente de quién soy y de quién quiero seguir siendo�, asegura Dudamel. Tajante.

Él viene del sur. De una Venezuela comprometida con el arte como arma de desarrollo social desde hace más de 30 años. �La música, antes que nada, debe crear buenos ciudadanos. El sistema, en nuestro país, lo que forma son ciudadanos responsables con su comunidad�, comenta Dudamel. Sus prioridades son claras. El sistema penetra en los lugares de mayor conflicto y peligro para sacar a los chavales de ese entorno. Barriadas donde reina el narcotráfico, el robo, la prostitución. Frente a la delincuencia y un futuro con muchas posibilidades de truncarse, les ofrecen un instrumento y una labor creativa en grupo. Eso supone un revulsivo para todo su entorno. La familia tiene de qué sentirse orgullosa. Antes que el infierno de la calle, prefieren el refugio de los núcleos. Los resultados son espectaculares: actualmente, 280.000 niños y jóvenes de extracción social baja se encuentran acogidos en él. �¿Qué hace la música en esos casos?�, dice Dudamel. �El trabajo en grupo con la orquesta fomenta los valores comunes. Aprenden a escucharse entre sí, multiplican su sensibilidad. Se centran en la solidaridad, el humanismo, todo lo que hace que busquemos vías de escape al equilibrio social en un mundo caótico como es éste�.

Por eso, por esa conciencia de sus raíces, el joven director huye de las tentaciones que produce la adulación de su nuevo destino y se centra más en los programas que piensa aplicar allí. Lo ve como un lugar estratégico. �Lo es, es un puente entre el norte y el sur. Está bien conectado para que empecemos a hacer cosas allá. Vamos a crear escuelas al sur de Los Ángeles, con chicos negros y latinos en las que enseñaremos música según las bases del sistema. Ya hay más de 200 apuntados y están funcionando dos orquestas�. También su mentor Abreu lo quiere hacer en el Bronx de Nueva York y en áreas de Florida, donde los venezolanos mantienen una buena colaboración con la New World Symphony de Miami, que dirige Michael Tilson Thomas, también responsable de la Sinfónica de San Francisco.

Es una prueba más de que la fuerza latina en Estados Unidos resulta imparable. Ya, los del antiguo patio trasero pueden empezar a dar lecciones de lo que siempre se ha considerado un puro arte del norte. La música clásica. El sistema venezolano se exporta hoy a Italia, a Alemania, al Reino Unido, a España, a Japón. Los resultados cantan. Abreu, en sus más de 30 años de trabajo, ha conseguido montar al menos una orquesta en cada ciudad de Venezuela y ha salvado con la música de la pobreza y la marginación a más de un millón de jóvenes y niños que lo han integrado desde que este hombre lo creó.

Dudamel es la cara joven de ese proyecto. Una vez más, para los amantes del cliché, para quienes creen que en Venezuela sólo hay petróleo, culebrones, concursos de misses y populismo chavista, una sorpresa: ese país latinoamericano es la referencia mundial en la enseñanza de la música clásica.

El director es consciente de los orígenes. �Yo nunca dejaré Venezuela, ni mi actividad con la Simón Bolívar�, afirma. Ni su casa en Caracas, ni esa devoción por Nuestra Señora de Barquisimeto, la ciudad donde nació, en el Estado de Lara. �Amo a mi país, vuelvo cada dos o cuatro meses como mucho. Veo su futuro con optimismo, como un lugar que quiere crecer y que es conciente de sus posibilidades�, comenta. ¿Incluso sin salir del punto de mira en el que le coloca su presidente Chávez constantemente? Dudamel torea diplomáticamente las preguntas incómodas. �No me importa que me pregunten por Chávez. Hay muchas cosas en mi país que producen polémicas y pueden conducir al pesimismo, pero es que yo soy extraoptimista. Con la música hacemos cosas importantísimas, estamos construyendo un futuro lleno de valores. El sistema es todo un símbolo, una bandera para Venezuela�, asegura.

Aunque también tiene otros refugios. Gotemburgo, por ejemplo. La ciudad sueca donde él y su esposa, Eloísa Maturén, bailarina y periodista, residen por temporadas. Allí, Dudamel se ocupa de la Sinfónica de la ciudad, que empezó a dirigir en 2005. Eso es lo que dice también su amigo el violonchelista Johan Stern, miembro de la formación. �En Gotemburgo se aparta del mundo, se aleja de la vorágine�, comenta Stern.

E implanta, por ejemplo, su particular manera de comportarse en público con la música. Sus lenguajes gestuales, su reivindicación de la fuerza del grupo. Una cultura que él aplica con los saludos. Jamás se sube al podio para recibir ovaciones en solitario. �Da todo el protagonismo a los músicos, a las secciones que han dominado en la interpretación�, comenta el intérprete sueco. Dudamel lo explica: �En Gotemburgo, la calidad humana de la gente hace que la música sea una experiencia muy profunda�. En cuanto a quiénes deben recibir los aplausos, no hay duda para él. Los músicos que salen al escenario. �Ellos me proporcionan todo, yo sólo canalizo su esfuerzo. Ellos me dan la magia, yo la devuelvo�.

También les transmite esa particular lucha contra los límites, tan esencial en él. �Así es como me educaron: sin límites�, afirma. Lo que, por otra parte, le lleva a relativizar la tradición: �Nuestro continente es una parte del mundo que hasta ahora no se relacionaba con la música clásica�, asegura Dudamel. �Aunque teníamos nuestras figuras, como Claudio Arrau, Teresa Carreño, Villalobos, Ginastera. También Barenboim o Martha Argerich. Pero eso es bueno, aunque no quiero que lo que voy a decir suene irrespetuoso. Yo creo que la tradición limita. Resulta difícil salir de ella, encorseta. Nosotros aportamos una visión de la música que no tenga límites, aunque eso no suponga estar en un permanente estado de clímax�.

El problema, como siempre, es la fidelidad. La libertad entroncada en una base. Él la encuentra en la música y en el ejemplo de maestros históricos a los que admira: �A Karajan, por su control, su parquedad a veces; a Bernstein, por su entrega y su desnudez. Puedes quedarte con ambas cosas, aunque sean dispares. Pero también admiro a Erich y Carlos Kleiber, a Rafael Kubelik�. Y a los maestros vivos que le han bendecido: �De ellos he aprendido la humildad que demuestran ante la música que interpretan�.

El propio Barenboim lo ha seguido de cerca. Desde que daba sus primeros pasos y despuntaba ganando concursos internacionales como el prestigioso Mahler. �Gustavo tiene un talento sin límite�, dice. �Pero su desarrollo depende únicamente de su voluntad y su disciplina. Puede hacer lo que quiera y puede llegar donde a él le dé la gana. Pero no debe olvidar que el talento es sólo nuestro alfabeto. Y conociendo el alfabeto no se lee el Quijote. Debe tener la fuerza y la voluntad para aprender de su propia reflexión sobre la música�.

Lo de Abreu es caso aparte. Él le ha acogido como a un pequeño saltamontes. El maestro se dio cuenta rápido de sus dotes. �Tenía un talento creciente, era muy estudioso. Pero lo que más le distinguía era ese doble carisma que tienen muy pocos. Un doble carisma que transmite por una parte al público y por otra a la orquesta. Eso y la humildad con la que ha afrontado sus avances es lo que más le hace prosperar�, asegura el creador del sistema venezolano. Abreu no sólo le enseña música. Lo cultiva, lo guía. �Me recomienda libros�, comenta Dudamel. Le llama y le dice: �Te tengo unas prenditas�. Y así es como le ha hecho leer cosas desde un compendio de varios autores que se titula Titanes de la oratoria hasta El diálogo musical, de Harnoncourt, o El mito del maestro, de Norman Lebrecht.

Pero de lo que más hablan es de música. �Sus enseñanzas han sido fundamentales. El uso de la memoria, por ejemplo. Para él hay dos tipos de maestros: los que tienen la partitura en la cabeza y los que tienen la cabeza en la partitura�. Importante. Por eso, Dudamel trata de interiorizar la música para sentirse más libre. Ha sido así desde el principio, desde que le enseñara a dirigir su pieza más temprana: la Primera sinfonía de Mahler. Aunque él confiesa que se hizo director después de ver a Abreu dirigir la Segunda (Resurrección), una de las obras más descomunales de la historia de la música.

Pero él empieza a ser también un referente para sus compadres de generación. Un director español, Pablo Mielgo, estrecho colaborador del sistema, resalta de él su luz y su liderazgo. �Desde el primer día que pisé Venezuela sentí que Gustavo es para el país la bandera triunfadora de lo que allí se está desarrollando, el orgullo de un pueblo, la punta del iceberg�, asegura el madrileño. �Cuando cualquier joven se sitúa delante de una orquesta, con independencia de su nombre y lugar, siente la responsabilidad de cumplir un sueño e intenta transmitir o adquirir conocimientos. Sin embargo, hay un ingrediente que ni se aprende ni se compra. La luz. Ése es el milagro de Gustavo. Desde el primer momento que pisa un escenario, ilumina cualquier rincón de la sala con esa vocación sincera de entregar a través de la música aquello que vivió desde la infancia�, añade Mielgo. Pero eso no le resta cercanía, según su amigo. �Uno se sienta a la mesa con él y le regala conversación honesta y humildad. No se vislumbra ni por un instante un ego petulante tan típico de grandes figuras de nuestro medio, sino que aparece el joven que desea compartir experiencias entre parranda y música de Simón Díaz�.

La semilla Dudamel está dando también sus frutos. No es el único. Le acompañan lo que en Venezuela ya empiezan a conocer como dudamelitos. Abreu está orgulloso de esa generación emergente de directores venezolanos: �Gustavo ha conseguido empujar a otros jóvenes que ven la carrera de la dirección musical como una forma de prestigio. Detrás de él viene una pléyade, toda una generación�. Los nombres de Christian Vásquez o Diego Matheus darán que hablar en el futuro. Dos figuras que Pablo Mielgo también ha tratado a fondo y compara: �Los dos tienen un gesto muy bonito, gran memoria y formación de cuerda (violinistas). Es curioso que se puede percibir claramente la influencia de José Antonio Abreu a la hora de dirigir en los tres. Cuando ves los vídeos de Abreu de joven, son muy similares�.

Así que Dudamel, ese fenómeno que vino del Trópico, no es caso aparte. El chico de los rizos revueltos, la sonrisa amplia y el gesto firme es el primero de una lista que sigue. Tiene gracia. Se convirtió en director porque en su día no pudo tocar la trompeta al tener unos brazos finos como fideos y ahora transita el camino de los dioses del podio. Parece traer toda una escuela detrás. Una escuela fresca y desprejuiciada. Una escuela que, como ha explicado Simon Rattle, está poblada de músicos �sin sentido de culpa�, que si se equivocan lo vuelven a intentar hasta que sale. Una escuela plagada de energía y savia joven. Llamada a salvar la música clásica del anquilosamiento y el desapego de los públicos más jóvenes. Una escuela abarrotada de futuro.

Cursis de ahora y de siempre

PATENTE DE CORSO
Cursis de ahora y de siempre


ARTURO PÉREZ-REVERTE |




Suele decir el veterano y respetabilísimo Carlos Castilla del Pino, buen amigo y excelente compañero de la Real Academia Española, que toda cursilería es una forma de impostura, y que detrás de cada cursi se oculta un canalla o un embustero. El otro jueves se lo oí decir de nuevo, y me quedé con la copla, que resulta especialmente adecuada en los tiempos que corren. No sé si el espíritu será exacto o no; aunque, como prestigioso psiquiatra que es, Carlos tiene mi confianza, pues conoce el paño. Por no salir de la RAE ni de su diccionario, de las tres acepciones que tiene esa palabra, quizá mejorables –y en eso andamos–, las más significativas son las dos primeras: «que presume de fino y elegante sin serlo», y, dicho de una cosa, que «con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula y de mal gusto». Pero los tiempos cambian, y la gente con ellos; o tal vez sea la gente la que termina cambiando los tiempos. El caso es que, habiendo como hay todavía cursis de los de toda la vida, ortodoxos y de pata negra, y habida cuenta de que el término `elegante´ no es el que mejor define los modos, maneras y aspiraciones actuales, la palabra `cursi´ –las palabras también están vivas y evolucionan– se interna con nosotros en el siglo XXI, enriqueciéndose con nuevas connotaciones y variantes. Ampliando su territorio semántico, por decirlo también de un modo a juego, o sea, cursi. Su polivalencia. Eso ocurre en todas partes, claro. Y en España, para qué les voy a contar.

Lo que más se ajusta hoy a la versión moderna de cursi es, en mi opinión, lo políticamente correcto. Aquello que, con apariencia de puesto al día y buen rollito, resulta ridículo y de mal gusto en boca de un fulano que presume, sin serlo y alardeando de ello, de abierto, de puesto al día, de yupi-yupi chicos, de tener todo el día a Pepito Grillo, a Bambi y al borreguito de Norit sentados en el regazo. Y digo que presume sin serlo, porque no me cabe en la testa que alguien con dos dedos de frente –los tontos ya son otra cosa– pueda ser, en el fondo de su corazón, tan sincera y rematadamente gilipollas. Un ejemplo de esto, tomado al buen tuntún, es una reciente circular de la comisión de coeducacion (sic) del Centro del Profesorado de Málaga, que tras encabezar «Estimados compañeros y queridas compañeras» –a cada cual lo suyo, queridas ellas y estimados ellos–, se dirige, en sólo veinte líneas, a «a vosotros y vosotras» y «a todos y a todas», por si están «interesados o interesadas». Dejo al criterio del lector establecer si los firmantes del asunto –un pavo y dos pavas con nombres y apellidos– se creen de verdad lo del estimados y queridas, si se trata de cursis en el sentido clásico o moderno del palabro, o si son, simplemente, tontos de remate.

Y es que en lo cursi posmoderno, o como se diga, el problema reside en que no siempre resulta fácil distinguir. Establecer, por ejemplo, si la bonita anécdota de los juegos de guerra de los ejércitos norteamericano y español puede ser calificada de cursi a secas o entra en el terreno de la imbecilidad absoluta. Las fuerzas armadas gringas tienen un juego llamado American’s Army que desarrolla un programa de combate útil como simulador y entrenamiento de acción bélica rural o urbana. Por su parte, las fuerzas armadas españolas colgaron hace algún tiempo en la red un juego de estrategia cuyo título no adivinarían ustedes por más vueltas que le dieran: Misión de paz –sabía que no lo adivinarían nunca–, a base de reconstrucción y reparto de ayuda humanitaria; que, como todo el mundo sabe, es la razón intrínseca de cualquier soldado. Y no me digan ustedes que esa bella, amable, conmovedora imagen de los soldados y soldadas españoles y españolas desfilando marciales y marcialas con las cartucheras y cartucheros llenas y llenos de Frenadol, tiritas y biberones, camino de Afganistán con la cabra de la Legión disfrazada de Beba la enfermera, no merece un huequecito en la futura edición del diccionario de la lengua española. O dos.

Afortunadamente, lo cursi de toda la vida también sigue ahí, dando solera ortodoxa al invento. Aunque surjan, al compás moderno, nuevas formas de entender el asunto, la cursilería clásica se mantiene tradicional como ella sola, inasequible al desaliento. Con vista al frente y paso largo, haciéndonos pasar buenos ratos echando pan a los patos. Vean, si no, lo que escribe un lector bilbaíno, ebrio de santa cólera después de haber leído en esta página pecadora la frase –rotundamente laica– `dar un par de hostias´: «Ante la reiterada y continua vulneración de los más elementales principios de respeto a la fe cristiana de los lectores, pisoteando, mancillando, agraviando y ultrajando a la Sagrada Eucaristía con su léxico blasfemo, irreverente, procaz y grosero, ruego sean subsanados y reparados hechos y situaciones de este cariz y contexto».

PATENTE DE CORSO LO QUE DEBE SABER UN TERRORISTA

PATENTE DE CORSO
Lo que debe saber un terrorista







Oído al parche, terrorista. O terroristo. A ti te lo digo, sí. Quítate un momento la capucha o la kufiya, tío. Lo que lleves puesto. Deja el cuchillo de degollar infieles, el Corán sin notas a pie de página, el teléfono móvil conectado a la mochila bomba, la pistola del tiro en la nuca, el coche trampa y las mentecatas obras completas de Sabino Arana que, encima, analfabeto como eres –hasta las cartas de extorsión las escribes con faltas de ortografía, colega–, no has abierto en tu vida. Deja todo eso un momento y atiende. Tengo unos bonitos consejos para regalarte por la patilla, a fin de que puedas ser un terrorista eficaz y prudente, de los que nunca caen en manos de la policía. En un país serio, esto me llevaría delante de un juez: colaboración con banda armada, apología del terrorismo o qué sé yo. Cualquier cosa lógica. Pero estamos en España, oyes. Nada de lo que voy a decir es cosa mía, sino tomado de los periódicos después de que altos responsables policiales larguen en la prensa con pelos y señales. Es de dominio público, vamos. Al alcance de cualquiera. Así que tú mismo, tronqui. Lee y aprende, porque parece mentira. No os enteráis. Los periódicos llevan años contándolo, y vosotros seguís dejándoos coger como capullos en flor.

Para empezar, ¿sabes por qué palmó Cheroqui, o Txeroki, o como se escriba? Entre otras cosas, porque los etarras usan cibercafés para comunicarse, y las fuerzas represoras del Estado fascista vigilan esos sitios. Por si no habías caído en la cuenta, lo señaló el ministro del Interior el otro día. Cibercafés, dijo. Con todas sus letras. Y la policía no es tonta. Ya sé que el nivel intelectual de los gudaris ha bajado mucho, y que los liberados, los legales, los kaleborroka y otros heroicos luchadores vascos y vascas seguirán acudiendo a esos sitios cual pardillos, a ponerse correos electrónicos como locos. Quien no da más de sí, no da más de sí. Pero en fin, tío. Por el ministro, que no quede. El que avisa, no es traidor.

Otro detalle, pringao: que no se te ocurra más, en tu terrorista y puta vida, llevar encima ordenador portátil ni lápiz de memoria con datos de la peña. ¿Vale? Tampoco robar un coche nuevo y ponerle una matrícula vieja: un Peugeot 207 con letras ZL canta la Traviata. Así que elige otras letras, porque si no te van a pillar seguro, como explicó amablemente el jefe de los txakurras a cuanto periodista se interesó por el detalle. Porque una cosa es el secreto policial y otra la transparencia informativa habitual en una democracia madura y diáfana como la nuestra. Ojito con eso. Ya sé que contar minuciosamente cómo y por qué se ha trincado a un terrorista es forma segura de alertar a otros para que no cometan el mismo error, pero qué se le va a hacer. Las policías extranjeras alucinan en colores con lo nuestro, pero aquí nos encogemos de hombros. No passssa nada, coleguis. Cuando se es referente moral y reserva ética de Occidente, como es el caso de España, nobleza obliga.

Podría contarte un montón de cosas más, terrorista de mis carnes. De este y otros episodios. De etarras patosos y de islamistas chapuceros. Explicarte por lo menudo cómo se los detecta, sigue, vigila y detiene mediante tal o cual instrumento, o porque cometen determinado error. Advertirte sobre cómo debes revisar los bajos de tu coche y localizar la chicharra que le pusieron, eludir el equipo direccional de sonido que graba tus propósitos, evitar aquella autopista porque tiene videovigilancia, no registrarte nunca con tu chica o chico en hoteles así o asá, olvidar tal cafetería, restaurante, carnicería islámica, bar, piso o sucursal bancaria. Pero no me necesitas. Tú mismo podrías, leyendo tres o cuatro periódicos, establecer la identidad del confite que se berreó a la madera sobre tu colega Gorka, o Edurne, o Mohamed, o Manolo. Porque ésa es otra. Hasta las identidades de infiltrados y chivatos salen a relucir, a veces con familia y domicilio incluidos, en este país donde acogerse a la condición de testigo protegido –y no digamos testigo a secas– es jugar a la ruleta rusa con seis balas en el tambor. Como para que colabore la Niña de la Venta. Aquí te venden a cambio de un minuto de telediario, y no sería la primera vez que confidentes o infiltrados tienen que abrirse a toda leche porque una llamada telefónica les advierte que, en media hora, el ministerio del Interior, el portavoz tal o cual, van a detallar ante la prensa hasta la talla de faja que usa la madre que los parió.

Resumiendo, chaval. En este país de cantamañanas no necesitas un manual titulado Lo que no debe hacer el perfecto terrorista. Basta con leer los periódicos. Pero, claro. Aquí la prensa tiene derecho a saber. Los ciudadanos tienen derecho a saber. Incluso los terroristas –ya te digo que España no es opaca, autoritaria y poco democrática como Gran Bretaña, Alemania o Francia– tienen derecho a saber. En consecuencia, saben. Y aun así, los trincan. Calcula el nivel, Maribel.