6 ago 2009
Los tonos nude visten, o desvisten según se mire
Los tonos nude visten, o desvisten según se mire, esta temporada palacio. Y es que las Princesas, al igual que las celebrities en la alfombra roja de Cannes y otras citas de relieve, también se desnudan por ir a la moda y se presentan ahora en sus compromisos al natural.
Tendencia que consiste en despojarse del fucsia, del azul, del naranja, de los estampados..., que han teñido esta primavera-verano, y enfundarse una segunda piel: vestidos color maquillaje. Bien con matices dorados, beiges o rosados a imitación de la dermis.
Ni Letizia de España, ni Mary de Dinamarca, ni tampoco la reina Rania de Jordania se han resistido a la vestimenta encarnada.
La soberana jordana despuntó luciendo en su décimo aniversario de su llegada al trono el mismo vestido de su coronación, casualmente de tendencia ahora por su peculiaridad nude; la Princesa de Asturias tomó el relevo llevando un sencillo vestido color maquillaje durante el viaje oficial a Rumanía que el príncipe Felipe y la princesa Letizia emprendieron días antes de comenzar sus vacaciones de verano en Palma de Mallorca, y ahora la Heredera danesa también ha vestido el color de moda al asistir, acompañada por su suegra, la reina Margarita, y por las dos hermanas de ésta, Ana María de Grecia y la princesa Benedicta, a un festival de verano de danza en el castillo de Augustenborg, en la localidad de Søndeborg. Vestidos diferentes, pero todos a la moda.
Para algunos, la última piel de la civilización.
'Ben-Hur' a tamaño natural
'Ben-Hur' a tamaño natural
Comienzan los ensayos de un ambicioso montaje basado en la película - Mezcla de teatro y puro espectáculo, la obra llegará a Madrid y Barcelona este invierno
JAVIER HERAS - Düsseldorf - 06/08/2009
Sudor y sangre en la arena. Roma contra Judea, caballos negros contra blancos. A las riendas de las cuadrigas, Mesala y Judá Ben-Hur; o lo que es lo mismo, Stephen Boyd y Charlton Heston.
Veinte minutos de planos vertiginosos, sin música. Un prodigio. ¿Cómo lograr el mismo efecto en teatro? Franz Abraham, productor de la compañía alemana Art Concerts (Carmina Burana Monumental Opera) y responsable del espectáculo Ben-Hur Live, la traducción a las tres dimensiones del clásico cinematográfico, cree saberlo: "Cada cinco minutos debe suceder algo que el espectador no haya visto ni sentido nunca".
La novela de Lew Wallace fue musical de Broadway en 1899; llegó en 1925 al cine; y en 1959 a las geniales manos de William Wyler. Del nuevo proyecto, que visitará Barcelona y Madrid a finales de año, se encarga un equipo internacional acostumbrado a trabajar a gran escala. La partitura la firma Stewart Copeland, ex batería de The Police y compositor de medio centenar de bandas sonoras, entre otras La ley de la calle, de Coppola. A la escenografía, Ray Winkler (Circo del Sol) y Mark Fisher, que ha concebido el escenario de 360 grados de la última gira de U2.
Igual que en los conciertos de la banda irlandesa, los 15.000 espectadores pueden ver la acción desde cualquier punto del recinto gracias a unos decorados diáfanos, armazones móviles de 20 metros de alto. Las estructuras metálicas se combinan con agilidad para cambiar de ambientación: del mercado a las calles o al circo.
La última palabra, sin embargo, la tuvo un domador de caballos. Hasta que Nicki Pfeifer no dio el visto bueno, en enero de 2008, la idea que Abraham llevaba 15 años macerando (primero como combate naval, luego como carrera deportiva) no parecía factible.
Faltaba la escena clave, sin la cual nada tiene sentido: la carrera de cuadrigas. Por fin, se confirmó que una veintena de caballos andaluces podría surcar el estadio a gran velocidad.
Las cifras apabullan. Unos 6,5 millones de euros de inversión, 2.500 metros cuadrados de escenario, estructuras que tardan 24 horas en montarse, 60 camiones de transporte, 957 trajes de época.
Cuatrocientos trabajadores, entre actores, aurigas, técnicos que funcionan como extras, acróbatas y bailarines... ¿bailarines? Es uno de los múltiples cambios con respecto a la película.
También varía la duración. Se reduce a la mitad, 105 minutos, para favorecer a la acción (y seguramente agradar a un público familiar).
El guión se ha simplificado: ya no existe un subtexto homosexual. La trama se desarrolla rápido. Una voz en off narra los acontecimientos en el idioma del país que se visite; y los personajes dialogan en arameo y latín. Se echa de menos algún pasaje memorable, pero a cambio se incorporan coreografías muy coloristas.
Dentro de lo posible, se respeta el espíritu original: el príncipe judío condenado a galeras por la traición de su amigo de siempre, romano. En dos actos, 13 escenas, se narra una trama de venganza, fe y piedad. Con un poderoso aroma clásico: carros de metal pesado, ruedas de madera, jarrones... todo se cuida con detalle.
Destaca el papel de la música como resorte emocional. En el estudio de Stewart Copeland abundan instrumentos atípicos en una orquesta sinfónica, como guitarras eléctricas o tambores de lata.
También incorpora motivos orientales.
Copeland creció en Líbano, país con el que establece un paralelismo: "La historia de Judea es la misma: los débiles sufren contra los fuertes". El director, Philip McKinley, ensalza la vigencia de Ben-Hur: "Se parece a lo que ha atravesado EE UU. Judá sería Obama; y Mesala, Bush".
A un mes y medio del estreno, el 15 de septiembre en Londres (26 de diciembre en Barcelona, 1 de enero en Madrid), queda trabajo.
Los ensayos en Düsseldorf (Alemania), a medio montar y sin vestuario, parecen más de parque de atracciones.
Cuando todo esté completo, promete ser algo grande. Aunque quizá más técnico que artístico, más propio de la MTV que del teatro clásico. Abraham lo ve claro: "No estamos creando una obra histórica, sino puro espectáculo".
Comienzan los ensayos de un ambicioso montaje basado en la película - Mezcla de teatro y puro espectáculo, la obra llegará a Madrid y Barcelona este invierno
JAVIER HERAS - Düsseldorf - 06/08/2009
Sudor y sangre en la arena. Roma contra Judea, caballos negros contra blancos. A las riendas de las cuadrigas, Mesala y Judá Ben-Hur; o lo que es lo mismo, Stephen Boyd y Charlton Heston.
Veinte minutos de planos vertiginosos, sin música. Un prodigio. ¿Cómo lograr el mismo efecto en teatro? Franz Abraham, productor de la compañía alemana Art Concerts (Carmina Burana Monumental Opera) y responsable del espectáculo Ben-Hur Live, la traducción a las tres dimensiones del clásico cinematográfico, cree saberlo: "Cada cinco minutos debe suceder algo que el espectador no haya visto ni sentido nunca".
La novela de Lew Wallace fue musical de Broadway en 1899; llegó en 1925 al cine; y en 1959 a las geniales manos de William Wyler. Del nuevo proyecto, que visitará Barcelona y Madrid a finales de año, se encarga un equipo internacional acostumbrado a trabajar a gran escala. La partitura la firma Stewart Copeland, ex batería de The Police y compositor de medio centenar de bandas sonoras, entre otras La ley de la calle, de Coppola. A la escenografía, Ray Winkler (Circo del Sol) y Mark Fisher, que ha concebido el escenario de 360 grados de la última gira de U2.
Igual que en los conciertos de la banda irlandesa, los 15.000 espectadores pueden ver la acción desde cualquier punto del recinto gracias a unos decorados diáfanos, armazones móviles de 20 metros de alto. Las estructuras metálicas se combinan con agilidad para cambiar de ambientación: del mercado a las calles o al circo.
La última palabra, sin embargo, la tuvo un domador de caballos. Hasta que Nicki Pfeifer no dio el visto bueno, en enero de 2008, la idea que Abraham llevaba 15 años macerando (primero como combate naval, luego como carrera deportiva) no parecía factible.
Faltaba la escena clave, sin la cual nada tiene sentido: la carrera de cuadrigas. Por fin, se confirmó que una veintena de caballos andaluces podría surcar el estadio a gran velocidad.
Las cifras apabullan. Unos 6,5 millones de euros de inversión, 2.500 metros cuadrados de escenario, estructuras que tardan 24 horas en montarse, 60 camiones de transporte, 957 trajes de época.
Cuatrocientos trabajadores, entre actores, aurigas, técnicos que funcionan como extras, acróbatas y bailarines... ¿bailarines? Es uno de los múltiples cambios con respecto a la película.
También varía la duración. Se reduce a la mitad, 105 minutos, para favorecer a la acción (y seguramente agradar a un público familiar).
El guión se ha simplificado: ya no existe un subtexto homosexual. La trama se desarrolla rápido. Una voz en off narra los acontecimientos en el idioma del país que se visite; y los personajes dialogan en arameo y latín. Se echa de menos algún pasaje memorable, pero a cambio se incorporan coreografías muy coloristas.
Dentro de lo posible, se respeta el espíritu original: el príncipe judío condenado a galeras por la traición de su amigo de siempre, romano. En dos actos, 13 escenas, se narra una trama de venganza, fe y piedad. Con un poderoso aroma clásico: carros de metal pesado, ruedas de madera, jarrones... todo se cuida con detalle.
Destaca el papel de la música como resorte emocional. En el estudio de Stewart Copeland abundan instrumentos atípicos en una orquesta sinfónica, como guitarras eléctricas o tambores de lata.
También incorpora motivos orientales.
Copeland creció en Líbano, país con el que establece un paralelismo: "La historia de Judea es la misma: los débiles sufren contra los fuertes". El director, Philip McKinley, ensalza la vigencia de Ben-Hur: "Se parece a lo que ha atravesado EE UU. Judá sería Obama; y Mesala, Bush".
A un mes y medio del estreno, el 15 de septiembre en Londres (26 de diciembre en Barcelona, 1 de enero en Madrid), queda trabajo.
Los ensayos en Düsseldorf (Alemania), a medio montar y sin vestuario, parecen más de parque de atracciones.
Cuando todo esté completo, promete ser algo grande. Aunque quizá más técnico que artístico, más propio de la MTV que del teatro clásico. Abraham lo ve claro: "No estamos creando una obra histórica, sino puro espectáculo".
50 años, ¿y qué?"
"50 años, ¿y qué?"
Sharon Stone reivindica su edad posando semidesnuda para la revista francesa 'Paris Match'
EFE - París - 05/08/2009
La actriz estadounidense Sharon Stone posa semidenuda en la portada del último número de la revista francesa Paris Match. En un amplio reportaje en el que derrocha sensualidad, reivindica que cumplir los 50 años "no es el fin de la vida".
Sharon Stone
A FONDO
Nacimiento: 10-03-1958 Lugar: Meadville , Pensilvania
Ante el objetivo del fotógrafo Alix Malka, Stone posa con corsés, guantes y altas botas de cuero, en una actitud que recuerda a su papel de Catherine Tramell en Instinto Básico, personaje que puso Hollywood a sus pies.
"Tengo 50 años, ¿y qué?", subraya la estrella de cine y madre de tres niños en una entrevista al escritor francés Marc Levy, en la que reconoce que la desnudez no le molesta mientras sea artística. Eso fue lo que le impulsó a desnudarse casi por completo en las páginas del semanario galo aunque en las imágenes se cubre un poco con sus manos.
"Si alguien se sorprende por estas fotos, es una reflexión de su propia mirada sobre la edad y es él quien se tiene que preguntar por esa actitud", apunta la intérprete, de 51 años, quien agrega que le parece más chocante ver "adolescentes desnudas en las páginas de las revistas". Stone confiesa que no teme envejecer porque, para ella, "la belleza es una cuestión de alma y no de edad". "No entiendo a esas mujeres", dice, "que se hacen estirar la piel hasta perder toda expresión".
Los vampiros viven entre nosotros
Los vampiros viven entre nosotrosEn plena fiebre por los chupasangre,'True blood', penúltima serie de culto, da otra vuelta de tuerca al eterno mito
El mordisco no puede ser más grande. Los vampiros están hasta en la sopa. Hay para todos. Pero sobre todo para los jóvenes.
Se engancharon a Crepúsculo y ven fascinados la serie True blood (Canal +).
Una de ésas que están haciendo vivir una auténtica edad de oro a la ficción televisiva. Y de ésas a las que conviene estar atentos para no quedar callados en las tertulias del siglo XXI.
El misterio del otro
Los mordiscos vuelven a estar de moda
Los mordiscos vuelven a estar de moda... Y los gritos también. Ése, ese chico es el culpable. Robert Pattinson, el vampiro buenín de "Crepúsculo"... El hombre que ha ganado para la causa a millones de prepúberes del mundo. Esta saga, la película "Déjame entrar", una serie de éxito en Estados Unidos, por no hablar de las tribus urbanas -los góticos, los emos-, de Marylin Manson, o de las transfusiones de plasma, que es el no va más ahora entre las estrellas -entre los ciclistas lo fue no hace mucho-.Y... ¿por qué no mueren los vampiros? Fíjense, es lo mismo desde siempre.
Ahora son más guapos, pero es la noche, la sangre, el lado salvaje... El intercambio de fluidos...El amor también... Así que, por eso, el nuevo vampiro es el nuevo sex-symbol. Y, por supuesto, juega al golf y desayuna con un ordenador. -
Su creador, Alan Ball, aporta su propia teoría para esta resurrección: "Después de ocho años gobernados por vampiros que nos han chupado hasta la última gota, no sé lo que te esperabas", asegura en una poco velada alusión a la administración Bush. Basada en las novelas de Charlaine Harris, la serie entra en su segunda temporada en EE UU en loor de multitudes en España será este invierno). Si su arranque auguraba pocas alegrías -con una audiencia de 1,4 millones de espectadores- al principio de la segunda temporada la serie de HBO superaba los 3,7 millones de televidentes, la audiencia más elevada del canal desde la conclusión de Los Soprano. "Las historias de vampiros han existido toda la vida. La fiebre [de películas, libros y series televisivas] es pura coincidencia, se trata de una revisión de un género que siempre ha estado ahí. De hecho,
lo raro dentro de nuestra cultura es un momento sin vampiros", explica Ball. True blood es la historia de unos vampiros que habitan una comunidad del sur de Estados Unidos. Pasan por gente corriente pues una bebida (llamada como la serie) les permite vivir sin andar chupando la sangre de sus vecinos.
El subtexto va más allá de la típica historia de vampiros. Existen alusiones a otros problemas más cercanos y reales. "Si buscas un sustituto para la palabra vampiro en esta serie puedes utilizar todo lo que es diferente, los incomprendidos, los marginados, lo que temes".
Y Ball (ganador de un Oscar con el guión de American beauty y creador de la serie A dos metros bajo tierra) sabe de qué habla.
Ahora los vampiros han salido del armario -mejor dicho del ataúd- gracias a esa nueva bebida que les permite vivir sin colgarse del cuello de un humano para alimentarse.
Los libros de Charlaine Harris -que ya van por el noveno volumen- también hablan de religión, de las similitudes entre las nuevas sectas religiosas y los cultos paganos.
También, del parecido entre los impulsos incontrolables de un no muerto con el ímpetu hormonal de un adolescente o de la necesidad de los humanos de pertenecer a un grupo y su rechazo a todo lo diferente.
Dicho de otra forma, el impulso animal de la sangre contra la "cultura metrosexual" que nos domina. "Los vampiros son criaturas sexuales por excelencia", admite Stephen Moyer, que encarna al vampiro Bill Compton, un chico que prefiere el amor de Sookie (Anna Paquin), la camarera sureña y humana aunque con poderes telepáticos, a la frialdad de sus semejantes vampiros.
"La cultura consumista tiende a ignorar la muerte como parte de la vida", dice Ball, "y glorifica ese falso sentimiento de eterna juventud y felicidad constante. Para mí la muerte es parte de la vida.
Lo otro es una quimera". Al contrario que en Crepúsculo, con vampiros castos sin colmillos que brillan cuando les da la luz, esta serie habla de seres hambrientos, de sangre y sexo, capaces de arder a la luz del día con la misma furia y deseo con que campan en la noche.
"Son criaturas primarias, llevadas por el deseo y sin las cortapisas de la cultura occidental, donde todo es supresión de los instintos. De ahí que la gente tenga tantas fantasías con los vampiros", explica Moyer.
True blood se ha convertido en un ejemplo más de la calidad de la nueva edad de oro de la tele. Cuatro emitirá la primera temporada en otoño -que se reemite actualmente en Canal +, y donde a finales de año se estrenará la segunda entrega-.
Y habrá más chupasangres: Antena 3 prepara para primavera No soy como tú, una miniserie de 150 minutos sobre vampiros juveniles; y en Estados Unidos se está grabando la serie The vampires diaries, basada en las novelas de L. J. Smith.
Por lo que respecta a True blood, en opinión de Ball, la cosa va para largo. "Exploramos temas como la intimidad o el ostracismo, lo compleja que es la vida, y cuánto más difícil es la muerte. Todo, con sexo, diversión y espectáculo. ¡Si supiera cómo detener el envejecimiento de los actores, podríamos durar para siempre!"
El mordisco no puede ser más grande. Los vampiros están hasta en la sopa. Hay para todos. Pero sobre todo para los jóvenes.
Se engancharon a Crepúsculo y ven fascinados la serie True blood (Canal +).
Una de ésas que están haciendo vivir una auténtica edad de oro a la ficción televisiva. Y de ésas a las que conviene estar atentos para no quedar callados en las tertulias del siglo XXI.
El misterio del otro
Los mordiscos vuelven a estar de moda
Los mordiscos vuelven a estar de moda... Y los gritos también. Ése, ese chico es el culpable. Robert Pattinson, el vampiro buenín de "Crepúsculo"... El hombre que ha ganado para la causa a millones de prepúberes del mundo. Esta saga, la película "Déjame entrar", una serie de éxito en Estados Unidos, por no hablar de las tribus urbanas -los góticos, los emos-, de Marylin Manson, o de las transfusiones de plasma, que es el no va más ahora entre las estrellas -entre los ciclistas lo fue no hace mucho-.Y... ¿por qué no mueren los vampiros? Fíjense, es lo mismo desde siempre.
Ahora son más guapos, pero es la noche, la sangre, el lado salvaje... El intercambio de fluidos...El amor también... Así que, por eso, el nuevo vampiro es el nuevo sex-symbol. Y, por supuesto, juega al golf y desayuna con un ordenador. -
Su creador, Alan Ball, aporta su propia teoría para esta resurrección: "Después de ocho años gobernados por vampiros que nos han chupado hasta la última gota, no sé lo que te esperabas", asegura en una poco velada alusión a la administración Bush. Basada en las novelas de Charlaine Harris, la serie entra en su segunda temporada en EE UU en loor de multitudes en España será este invierno). Si su arranque auguraba pocas alegrías -con una audiencia de 1,4 millones de espectadores- al principio de la segunda temporada la serie de HBO superaba los 3,7 millones de televidentes, la audiencia más elevada del canal desde la conclusión de Los Soprano. "Las historias de vampiros han existido toda la vida. La fiebre [de películas, libros y series televisivas] es pura coincidencia, se trata de una revisión de un género que siempre ha estado ahí. De hecho,
lo raro dentro de nuestra cultura es un momento sin vampiros", explica Ball. True blood es la historia de unos vampiros que habitan una comunidad del sur de Estados Unidos. Pasan por gente corriente pues una bebida (llamada como la serie) les permite vivir sin andar chupando la sangre de sus vecinos.
El subtexto va más allá de la típica historia de vampiros. Existen alusiones a otros problemas más cercanos y reales. "Si buscas un sustituto para la palabra vampiro en esta serie puedes utilizar todo lo que es diferente, los incomprendidos, los marginados, lo que temes".
Y Ball (ganador de un Oscar con el guión de American beauty y creador de la serie A dos metros bajo tierra) sabe de qué habla.
Ahora los vampiros han salido del armario -mejor dicho del ataúd- gracias a esa nueva bebida que les permite vivir sin colgarse del cuello de un humano para alimentarse.
Los libros de Charlaine Harris -que ya van por el noveno volumen- también hablan de religión, de las similitudes entre las nuevas sectas religiosas y los cultos paganos.
También, del parecido entre los impulsos incontrolables de un no muerto con el ímpetu hormonal de un adolescente o de la necesidad de los humanos de pertenecer a un grupo y su rechazo a todo lo diferente.
Dicho de otra forma, el impulso animal de la sangre contra la "cultura metrosexual" que nos domina. "Los vampiros son criaturas sexuales por excelencia", admite Stephen Moyer, que encarna al vampiro Bill Compton, un chico que prefiere el amor de Sookie (Anna Paquin), la camarera sureña y humana aunque con poderes telepáticos, a la frialdad de sus semejantes vampiros.
"La cultura consumista tiende a ignorar la muerte como parte de la vida", dice Ball, "y glorifica ese falso sentimiento de eterna juventud y felicidad constante. Para mí la muerte es parte de la vida.
Lo otro es una quimera". Al contrario que en Crepúsculo, con vampiros castos sin colmillos que brillan cuando les da la luz, esta serie habla de seres hambrientos, de sangre y sexo, capaces de arder a la luz del día con la misma furia y deseo con que campan en la noche.
"Son criaturas primarias, llevadas por el deseo y sin las cortapisas de la cultura occidental, donde todo es supresión de los instintos. De ahí que la gente tenga tantas fantasías con los vampiros", explica Moyer.
True blood se ha convertido en un ejemplo más de la calidad de la nueva edad de oro de la tele. Cuatro emitirá la primera temporada en otoño -que se reemite actualmente en Canal +, y donde a finales de año se estrenará la segunda entrega-.
Y habrá más chupasangres: Antena 3 prepara para primavera No soy como tú, una miniserie de 150 minutos sobre vampiros juveniles; y en Estados Unidos se está grabando la serie The vampires diaries, basada en las novelas de L. J. Smith.
Por lo que respecta a True blood, en opinión de Ball, la cosa va para largo. "Exploramos temas como la intimidad o el ostracismo, lo compleja que es la vida, y cuánto más difícil es la muerte. Todo, con sexo, diversión y espectáculo. ¡Si supiera cómo detener el envejecimiento de los actores, podríamos durar para siempre!"
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