Levi's celebra la popularidad de sus pantalones con un documental en el festival Moritz Feed Dog de Barcelona.
Tracey Panek se enfunda unos guantes de algodón blanco antes de
desenvolver un paquete.
Cuidadosamente, retira la tela que lo cubre y
asoman unos vaqueros viejos.
No son unos cualesquiera, son unos Levi’s del
año 1890, que están entre las 20 piezas del siglo XIX que el archivo de
la compañía tiene en su sede de San Francisco.
Los más antiguos que
conservan no salen de allí, están en un armario “a prueba de fuego”,
afirma la historiadora de Levi’s y responsable de su archivo.
No lo dice
para exagerar, esta empresa ya sabe qué es perderlo todo en un
incendio.
En 1906, su fábrica y todo lo que almacenaba quedó destrozado
por el terremoto e incendio que arrasaron la ciudad californiana, en una
de las catástrofes más brutales que recuerda Estados Unidos.
Panek visitó Barcelona para presentar el documental The 501 jean: stories of an original,
dirigido por Harry Israelson, que cuenta la historia de los
emblemáticos Levi’s 501, desde sus orígenes obreros en 1873 hasta su
éxito vistiendo personas de cualquier edad y clase social de todo el
mundo. La película se proyectó esta semana en Moritz Feed Dog,
el único festival de documental de moda español, que se celebra en
Barcelona hasta este domingo. Con este trabajo, Levi’s quiere festejar
la influencia de sus vaqueros en la cultura popular y el pasado jueves
jueves presentó el cuarto capítulo, que muestra la devoción de los
japoneses por el denim. El documental recuerda sus inicios como una prenda popular, creada
para la clase trabajadora, que en aquel momento necesitaba prendas
resistentes. El tejido denim ya existía a finales del siglo
XIX, la gran idea de Levi Strauss y Jacob Davis fue reforzar las
costuras con remaches metálicos, para lograr unos vaqueros mucho más
fuertes. Así nació el 501, que en sus inicios se llamaba overall y era mucho más ancho, porque se vestían encima de los calzones típicos de la época.
Si los 501 han llegado a la actualidad convertidos, según la revista Time,
en el mejor diseño del siglo XX, es en gran parte porque son unos
pantalones clásicos que se han adaptado a las demandas del consumidor,
argumenta Panek. Se han rediseñado muchísimas veces para evolucionar con
la sociedad. Del bolsillo único trasero se pasó al doble bolsillo, de
los remaches en la costura de la entrepierna y los bolsillos traseros se
optó por eliminar algunos de ellos. La cinta ajustable trasera y los
botones para los tirantes también se eliminaron cuando se popularizó el
cinturón y se incorporaron las trabillas. Y así hasta llegar a los
modelos ceñidos de los últimos años.
Una exposición en la Sala de Arte Joven aborda la psiquiatría de forma crítica.
"A ver si te mando un día un libro de artículos míos de psiquiatría.
Se llama 'Apuntes para una psiquiatría destructiva", le decía el poeta Leopoldo María Panero (que pasó cuatro décadas en centros psiquiátricos hasta su muerte en 2014) a Fernando Sánchez Dragó en una entrevista televisiva en 1999. El libro, que se sepa, no existe, pero 18 años después da nombre a una exposición en la Sala de Arte Joven (C/ Avenida de América, 13) que ofrece una mirada crítica a la psiquiatría. La muestra, inaugurada este jueves, consiste en una decena de
instalaciones, fotografías y piezas de videoarte basadas en material,
bien actual, bien del periodo entre la última década del franquismo y el
inicio de la democracia, en el que se fraguó la reforma psiquiátrica
que puso fin a los manicomios en España con la Ley de Sanidad de 1986. Un diálogo temporal que pretende "reabrir el debate sobre la enfermedad
mental y su representación" sin caer en el mito romántico -vehiculado
por decenas de novelas y películas- de conectar arte y locura, explicó
en la presentación de la muestra su comisario, Alfredo Aracil. "Se trata
de mirar el pasado para imaginar un futuro más allá del presente
hipermedicalizado en el que estamos. El último capitalismo ha generado
otro tipo de confinamiento en espacios y, ahora, los manicomios están
dentro de nosotros y las camisas de fuerza son químicas", asegura
Aracil, uno de los ganadores de la última edición de ‘Se busca
comisario', una iniciativa de la Comunidad de Madrid de apoyo a la
creación emergente.
El derecho a la tristeza o a la diferencia, la dificultad de
categorizar locura y cordura o el imaginario de lo patológico son
algunos de los temas que vertebran los trabajos de la exposición, que
podrá visitarse hasta el 21 de mayo y va acompañada de una mesa redonda y
un taller. Es el caso de los dibujos de personajes como esqueletos que
efectuó el pintor jerezano Carlos González Ragel, fallecido en 1969 en
el sanatorio psiquiátrico de Ciempozuelos. Una iconografía, la de los
los rostros chupados y las miradas huecas, que comparte con las imágenes, expuestas al lado, del vídeo que tomó Carlos Osorio entre 1974 y 1975 en la Cerrada de Mujeres, como se denominaba al hospital psiquiátrico de Oviedo. Noemí Iglesias aporta una instalación que contiene el
dossier de un paciente que recibía 18 medicamentos al día en Grecia en
2007. Enfrente, una doble columna alberga las muestras de orina que se
fue haciendo la propia artista tras ir tomando, uno a uno, la mayoría de
esos fármacos. "Hay un proceso de enajenación, de reproducir en mi
propio cuerpo todo lo que él pasó y hacer un control exhaustivo. Es, en
cierto modo, vivir su vida a través de la mía", explicó Iglesias en la
presentación. La rara troupe, un colectivo articulado en torno al MUSAC de León,
ofrece por su parte un vídeo, a ratos lúdico, con el que pretende
retratar la patología mental desde una dimensión estética. Precisamente,
buscar "un imaginario común" de la locura y "recuperar lo comunitario y
lo asambleario" son dos de las recetas que propone Aracil para "enfocar
el malestar de manera política". "Culpamos a lo biológico, cuando
perder el trabajo o no llegar a fin de mes tienen una carga psíquica que
hay que combatir de forma política. El último capitalismo convierte en
enfermo al que no es capaz de producir. A lo mejor no necesitamos tantos
psiquiatras y sí mejores sindicatos", concluye.
El joven, de 35 años, desapareció el jueves tras acudir a unos premios.
El cadáver del actor Mateo González (Pontedeume, 1982) ha sido
rescatado del mar esta tarde poco antes de las siete en la zona de la
dársena de La Marina, en A Coruña, por buzos de la Guardia Civil. Había
desaparecido en la madrugada del jueves después de participar en la gala
de los premios de teatro María Casares que se celebró en el teatro
Rosalía. La última vez que fue visto salía del Club Náutico,
adonde había acudido con unos compañeros tras la ceremonia. Después de
que el cuerpo haya sido recuperado por el equipo de actividades
subacuáticas de la Guardia Civil, la Policía Nacional ha abierto una
investigación para esclarecer las causas de su muerte, en principio, y
mientras no se realiza la autopsia, con la hipótesis principal de la
caída por accidente y el ahogamiento. El pasado tres de marzo también murió ahogado en la misma céntrica
zona de A Coruña un hombre de 27 años, Manuel Rodríguez, que salía de la
discoteca Pelícano y también se encontraba de fiesta con unos amigos. El estudio forense concluyó que la muerte de este vecino de Mesía (A
Coruña) había sido accidental. Mateo González se formó como actor de teatro en Narón y llegó a
fundar su propia compañía, Teterella Teatro. Su carrera en la televisión
y el cine empezó a despegar en el año 2015, cuando participó con Luis
Tosar en El desconocido, dirigida por Dani de la Torre, y consiguió un papel (como agente López, de Colmenar Viejo) en la serie de Antena 3 Amar es para siempre.
También formaba parte del equipo de las series de la Televisión de
Galicia (TVG) Serramoura y Fontealba, y el año pasado actuó en el filme Efectos de mayo, de Darío Autrán.
El
Ministerio del Interior rescinde el contrato del útimo centenar de los
más de 3.000 que protegieron las vidas que ETA quería segar.
El último centenar de escoltas que todavía trabajaban en el País Vasco ya no tienen espalda que guardar. El Ministerio del Interior
ha puesto fin al servicio de protección de los pocos que aun lo
conservaban de los más de 3.000 que llegaron a trabajar en Euskadi y
Navarra durante los años en los que ETA encadenaba decenas de atentados y
asesinatos cada año. El declive de su profesión comenzó cuando la banda anunció en 2011 el fin de las acciones violentas. En 2014 ya eran residuales y la mayoría se habían reciclado en otras
profesiones y en 2017 apenas si quedaban varias decenas. El anuncio del
desarme ha supuesto el punto final. Los últimos representantes de una profesión que salvó muchas vidas, a cambio de algunas suyas, como en el caso de Jorge Díaz Elorza, el escolta ertzaina del socialista Fernando Buesa,
se han transformado en protectores de mujeres maltratadas o se han
especializado en la seguridad de bienes, edificios o empresas de
transporte de dinero. De hecho, numerosos escoltas
han reclamado desde 2015 que la protección a mujeres maltratadas
mediante guardaespaldas que ya existe en el País Vasco, aunque ocupa a
algo menos de dos centenares, se extienda a toda España, de manera que
se convierta en una salida laboral para este colectivo. Muchos de los afectados por la reestructuración del sector, se
agruparon en la asociación Las sombras olvidadas de Euskadi y Navarra. Se unieron un centenar de antiguos escoltas y desde entonces han
reclamado su recolocación, ya sea protegiendo a las víctimas de la
violencia machista o vigilando centros penitenciarios. La primera criba fue en 2012 cuando el número de escoltas privados
que sufragaba el Ministerio del Interior en País Vasco y Navarra, es
decir, de empresas de seguridad privada, en País Vasco y Navarra sufrió
una reducción de más del 50%. Pasaron de ser casi 800 a unos 350 con una
reducción similar del número de personas escoltadas que pasó de unas
600 a 300, solo en estas dos comunidades. Aunque ETA dejó oficialmente
de matar en octubre de 2011, el último atentado fue en marzo de 2010. Los jueces y fiscales se quejaron y consiguieron temporalmente una
restitución de la seguridad que se acabó en 2014. El primero de octubre de 2014 se renovó el contrato para extender la
vigilancia privada al perímetro de las 67 cárceles con la contratación
de 800 vigilantes. Una de las adjudicatarias, Ombuds Compañía de
Seguridad SA, aseguró que recolocaría a parte de su personal del Metro
de Madrid en las cárceles. Estos escoltas vivieron un infierno mientras protegían la vida de los amenazados. Es muy triste pensar que ha sido de ellos. Muchos terminaron alcoholizados, con miedo a ser ellos los asesinados porque cada dia perdian a varios compañeros, triste, si señor deberían darle una larga terapia, el Estado se lo debe.