Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 abr 2012

Los lunes, combate Boris Izaguire

Mercedes Milá ha conseguido que ‘Gran Hermano’ sobreviva desde hace 12 años, "aportando a cada emisión forzuda veteranía”, asegura Boris Izaguirre. / TELECINCO
Por fin ha llovido! Y no solo han sido tijeretazos, sino también simplemente agua.
 Un pesado chaparrón que les recuerda a los vacacionistas que su tradicional Semana Santa playera pueda ser también víctima de la crisis. Antes, cuando éramos ricos, las fechas del sufrimiento de Cristo eran una semana de goce y delicia asegurados. 
Ahora, solo son sagrados el Jueves y Viernes Santo. Y encima, llueve. Ya nos lo advirtió el Rey en su discurso de Navidad, aquel de la justicia es igual para todos: “La crisis va a hacernos cambiar muchas de nuestras costumbres”.
Mientras cerramos los paraguas, vamos abriéndonos a la idea de que la amnistía fiscal no termina de convencer a los millonarios a quienes está dirigida. Aunque consideremos a los millonarios unos vagos, en realidad no son tontos. No gastan de la misma forma que nosotros, son muy pillos y no se dejan engatusar por una nómina. Y además son expertos en regatear, que para ellos es renegociar. Un millonario no necesariamente es un patriota y difícilmente acepte que su fortuna tenga nacionalidad. Tiene su nombre, a lo mejor el de sus hijos, pero no pertenece a un país, aunque puede que le pertenezca parte de uno. Los millonarios prefieren pertenecer a clubes antes que a países. Puede pecar de ingenuidad el ministro Montoro, que ha visto un diluvio de millones como los de la estafa de Gescartera evaporarse, al creer que los dueños de huidizas fortunas patrias vendrían como una tromba a devolver sus dineros ante su señal de bandera blanca. Ya lo dijo Andy Warhol: “Los millonarios caminan más despacio que tú y que yo”. Por cierto, otro detalle que diferencia a los millonarios españoles de nuestros ministros: los millonarios sí podrían mandarse hacer un retrato con el mismísimo Warhol a buen precio. Exministros como Bono o Álvarez Cascos gastan hasta 150.000 euros para unos retratos que difícilmente consigan agradarnos, mucho menos hacer historia.
Mientras llueve ceniza sobre la televisión pública, en las cadenas privadas cada lunes hay un combate solo comparable a la relación de amor/odio entre Ben-Hur y Mesala. El programa de talentos de Antena 3 El número 1 se enfrenta con el reality histórico de Telecinco, Gran Hermano. En su estreno, El número 1 superó por tres puntos de share a su competidor.
 En la segunda entrega, la lucha fue tan feroz que Gran Hermano acortó esa distancia. Hartos de ver cómo corre nuestra prima de riesgo, vuelve a ser un deporte nacional la lucha por un punto de audiencia.
Ambos programas son emisiones maratonianas de hasta cuatro horas. Nuevo circo romano saturado de luces y diodos. Un talent show y un reality show tienen el 50% en común y el 50% en discordancia.
 El porcentaje en común es que son shows. 
 La diferencia es que en los realities se duerme y en los talents se sueña. Son programas que nacieron al mismo tiempo, en la década rica, cuando no teníamos tan clara la diferencia entre dormir y soñar. En el reality prevalece lo horizontal y en el talent retumba lo vertical. 
eternidad de la emisión está relacionada con el desempleo: ya no es cierto que por mucho madrugar habrá más trabajo.
Los que defienden los realities argumentan que este GH es el de mayor coeficiente intelectual y ofrece auténticas historias de amor como la de Sindia, que ha visto cómo el programa la hace convivir con el hombre de su vida junto al de sus sueños
. En el talent show, cinco números uno con ventas de discos millonarias seleccionan a un heredero en tiempos en los que la música es descarga y pesadilla. Ese jurado tiene sus favoritos, la audiencia también, pero se comenta que la productora sueña con que Meritxell Negre, barcelonesa que emigró a Estados Unidos hace 20 años, consiga escalar puestos gracias a su agotadora fórmula de divismo con humildad. “Para ser una gran diva hay que ser muy humilde”, entona como mantra. Llegue a finalista o no, Meritxell tiene su mérito: fue emigrante pionera, escogió luchar en Norteamérica en una época en la que los españoles viajábamos a Nueva York a conquistar el sueño de comprarlo todo con el dólar regalado.
En el combate catódico, Paula Vázquez podría ser Mesala con la musculatura y sonrisa de quien puede amarte sin abandonar su espíritu guerrero.
 En Gran Hermano está Mercedes Milá, una Ben-Hur que es parte de nuestro ADN catódico, que ha corrido en todo tipo de arenas y que tira del carro de nuestra telerrealidad completamente sola. 
Con su singular manera de enlazar entrevista con fisgoneo y devaneo sentimental, Milá ha conseguido que su reality sobreviva desde hace 12 años, aportando a cada emisión forzuda veteranía. Su cuadriga alcanza en las curvas más peligrosas a la de Vázquez. Una vez más, en televisión, son mujeres las que se zurran en el combate ante los ávidos espectadores. Los césares continúan siendo hombres.
Y una vez más la televisión es el mayor espectáculo del mundo, un coliseo donde podemos dar rienda suelta a lo emocional. Es bonito que Ben-Hur Milá y Mesala Vázquez repitan felizmente las palabras “momento” y “momentazo” sin querer hacerme un homenaje.
 Lo hacen probablemente porque desean transmitirnos que, pese a todo, el chorro de la crisis, la llovizna de millones que consiga la amnistía fiscal, mucho en la vida es sueño pasajero.
Y, a veces, húmedo.

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