Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 jul 2011

¿Qué 'Ética para Amador' en 2011?

Veinte años después el libro de Fernando Savater, verdadero fenómeno editorial, sigue planteando las preguntas que el autor quiso responder en 1991 a su hijo adolescente .
Hay algo de solar en el aspecto de Fernando Savater (San Sebastián, 1947); en su físico y en lo que piensa.
Ayer, a mediodía, celebrando en los cursos de El Escorial los 20 años de la publicación de Ética para Amador (Ariel), parecía que el filósofo ahora jubilado (y en activo) se acercaba más a los años de su hijo, el adolescente para el que escribió ese libro, que a los que tiene en su ahora más añejo carnet de identidad.




Sobre el 15-M: "¿Que los políticos no nos representan? ¡Pues claro que lo hacen!"



"Si no educamos en los valores, todo será un pandemónium de frases huecas"

"¡Yo no quiero ser conmemorado!". Pero le armaron una conmemoración, y fue a ella ataviado como fue siempre a los sitios: gafas de colorines, camisa eléctrica, dispuesto a hablar de ese libro como si lo quisiera convertir en una carta de batalla sobre lo que entonces nadie pensaba que serían preguntas éticas de esta hora exacta de la vida.



Así que cuando terminó de hablar de lo que le dijo entonces a Amador le pregunté qué asuntos que eran ignotos forman parte de su preocupación actual.






Y lo primero que respondió fue que le asombra que se haya convertido "en dogma" que la gente pueda descargarse "lo que es ajeno, lo que pertenece a los creadores". Él dijo hace meses que no roban teatro de la red "porque el teatro no se puede descargar". Y ahora dice: "Me impresiona que la juventud actual acepte que la cultura es gratis total, que los creadores no merezcan remuneración.
Y me impresiona, en efecto, que acabar con los derechos se establezca como un dogma".






Le aturde también "que se trate de desvirtuar el carácter de ágora que tiene la política, y que se trate de conducir ésta como si un piloto automático pudiera conducir la representatividad política de la población". "¡Que no nos representan, dicen, cómo que no nos representan! Los políticos nos representan, pero depende de nosotros que nos representen como es debido. Pero nos representan, vaya que si nos representan".






Cuando escribió Ética para Amador buscaba explicar lo que Isaiah Berlin decía sobre la diferencia que hay entre el salvaje y el civilizado: "El civilizado da su vida por valores en los que no cree del todo". De los valores hablaba, y de los valores sigue hablando. "No han cambiado". Pero se han desinflado. Se diluyó la Educación para la Ciudadanía, porque unos creyeron que iba demasiado lejos y otro "no se atrevieron" a usarla como un arma a favor de los valores.






Así que la ética, "que no es un sustitutivo de la religión", se fue diluyendo y ahora es como un engrudo en el que cualquiera mete mano. Savater es un laico rabioso, irreductible. "Las sociedades democráticas han de ser laicas", dijo. "La intromisión de la Iglesia [más que de las religiones] expulsa la razón del ejercicio de la ética, y esta sufre las consecuencias, en la escuela, en la convivencia, en la democracia. ¿Democracia perfecta? Claro que no la hay. Pero, ¿qué es perfecto? Nada es perfecto; pero solo el espíritu crítico (en la educación, en la cultura, en la política) convierte en posible y útil esa imperfección democrática".






Todo el mundo sabe que Savater adora las carreras de caballos. Pues escuchándole parece que va al galope, subido a la cabalgadura antigua de la ética como si, 20 años después, la estuviera estrenando ante jóvenes que ya no son Amador. "La escuela es para aprender; nadie va aprendido a la escuela; todos adoctrinamos; la enseñanza de la ética es una obligación de la escuela; los adversarios de la sociedad democrática son los que quieren desvirtuar la enseñanza de la ética, equiparándola con cualquier otra enseñanza, incluida la enseñanza de la religión".






¡Cómo no explicar que la ética crea conciencia de ciudadanos responsables y libres! Savater se exalta, con ese humor que ha convertido su escritura en un estilete para dar mandobles a los que suponen que en la escuela no se debe adoctrinar. "¡Cómo que no! ¡Igual que adoctrinamos a los niños para que no se coman los enchufes! Siempre habrá alguien que diga: 'Es que me está usted comiendo el coco'. ¡Pues algo habrá que comer!".





Le dijeron que quizá sería bueno que la ética dejara a los chicos libres para desarrollar sus propios criterios, "para ser ellos mismos". ¡Pero qué dice usted! "¿O sea", se planteó Savater, "que en Geografía también debemos dejar que los muchachos decidan en asamblea cuál ha de ser la capital de Francia? ¿Que vengan a clase y aceptemos que digan, por ejemplo, Andorra, capital París?".




Contra todos los tópicos, el autor de Contra las patrias atrajo hacia el debate las diatribas sobre el 15-M y los acampados.
Y ahí fue insobornable en su disgusto ante los lugares comunes: es muy fácil, vino a decir, dar gusto a todas las reivindicaciones, incluidas las que anulan las reivindicaciones de la política.
Pero es mejor rebuscar en los valores para conducir a la política al espacio que merece en la sociedad.
Y ni el político debe aceptar cualquier respuesta complaciente ante las reivindicaciones en las que no cree, "ni el educador ha de ser siempre simpático".






La cabalgadura de Savater no era complaciente, no lo fue.
En esta sociedad, sostiene, "hay que reivindicar el interés por la educación; y los ciudadanos han de ser conscientes de aquello que decía Marco Aurelio: todos estamos condenados a nuestros semejantes, edúcalos o padécelos".
"Pero si no somos capaces de educar en los valores, terminaremos envueltos en un pandemonium de frases huecas en las que nadaremos con la complacencia de los que estamos siendo agasajados por los aplausos fáciles de las sociedades animadas por la unanimidad".



Savater cree que "todo se cura en parte con la educación". Y todo mejora, explicó, en la semejanza. "Lo que nos asemeja nos hace mejores. ¡Es mentira que las diferencias nos favorezcan!".
Le pregunté cuál sería hoy la virtud más grande que le pudiera aconsejar a un chico que ahora ya no podría ser otra vez Amador: "Ahora el mayor valor, la gran virtud, es la paciencia".



Nadie lo diría, viendo a Savater 20 años mayor pero corriendo como un caballo lleno de ideas.

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