Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

19 abr 2011

Qué significa que Hollywood cambie de jefe

Qué significa que Hollywood cambie de jefe


Por: Tom C. Avendaño

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La Asociación Cinematográfica de Estados Unidos ha elegido al quinto presidente de sus 89 años de historia: un hombre de 66 años llamado Chris Dodd, veterano senador por el estado de Connecticut y fracasado candidato para las elecciones presidenciales de 2008. En un principio, el tema es tan gris como suena: Dodd se dedicará, a partir de ahora, a defender los intereses de los cinco principales estudios de Los Ángeles ante los legisladores de Washington DC.
Muy, muy lejos de los rodajes y de los castings. Y sin embargo, este hombre, que no tiene experiencia alguna en el mundo del cine, podría cambiar Hollywood.





.La asociación (MPAA, por sus siglas en inglés, en adelante) es una cosa muy aburrida que rara vez salta a los titulares. Más que provocar revoluciones, es un lobby que opera a puerta cerrada para que Washington les tenga en cuenta a la hora de hacer leyes sobre el comercio.

Obedece una lógica impecablemente capitalista: sólo los estudios con más dinero (Disney, Universal, Fox, Sony y Warner) forman parte de ella y mandan en el mercado. Pero siguiendo esa lógica, quienes mandan en el mercado acaban mandando sobre el producto. Y organizando todo ese poder estará ahora Dodd.





Él se encargará, por ejemplo, de esgrimir el arma más fuerte de la MPAA sobre Hollywood: la clasificación por edades.
En principio no es más que un trámite burocrático por el cual recomiendan una franja de edad a una película. Un filme que hiera la sensibilidad de la junta recibirá la dolorosa etiqueta R (de Restricted, es decir, no recomendada para menores de 18 años), que es algo que no le conviene a nadie: los productores pierden al público adolescente, los dueños de las salas pierden ingresos y los medios pierden la publicidad que recibirían de una distribuidora más motivada.





Los parámetros para estas decisiones son estrictos y dependen del presidente de turno, que es quien tiene la última palabra.
Son reseñablemente aleatorios: el sexo está mal visto, los desnudos masculinos son impensables, es preferible que un chico sea el primero en entrarle a una chica, y las armas y la violencia se permiten con generosidad.



Es difícil imaginar hasta qué punto estas normas definen la moral estadounidense y hasta qué punto la sociedad define a la MPAA. Seguramente la cosa esté en un punto intermedio.



En todo caso, esto ha dado pie a situaciones cuando menos llamativas: una comedia tan casta como No es tan fácil (It’s Complicated) recibió la R porque Meryl Streep se fumaba un porro y no acababa en urgencias.
El discurso del rey no fue considerada apta para menores porque se decían tacos. A Avatar le subieron la franja de edad porque Sigourney Weaver fumaba.



Es de suponer que el día que la MPAA descubra las grasas transgénicas, Hollywood dejará de meter hamburguesas en sus películas. Pero de momento eso no ha pasado. Queda en manos de Chris Dodd, pues, escuchar las históricas súplicas de los productores y distribuidores para que se cambien estos parámetros.



Pero será si le queda tiempo. Estará previsiblemente ocupado tratando la principal obsesión de la MPAA: la propiedad intelectual.
 Como organización eminentemente comercial, la asociación lleva años bregando contra la descargas de cine por Internet, en una lucha que deja a la ley Sinde en pañales.






En 2006, la policía sueca hizo una redada en las oficinas de PirateBay y Razorback2, dos inagotables fuentes de material para descargar. Semanas después se descubrió que la MPAA había obligado, a base de amenazar con desfavorecer el comercio con Suecia, al Secretario de Estado de ese país para que diera la orden.






Años más tarde, llevó a la epígona web TorrentSpy a la bancarrota con una sentencia sin precedentes según la cual piratas tuvieron que indemnizarle con 71 millones de dólares por el dinero perdido. Desde entonces no han parado de defender ferozmente el modelo de negocio tradicional ante los internautas.
 Seguir así o cambiar para siempre la distribución de Hollywood depende también de Dodd. (El presidente más antiguo y más querido de la MPAA, Jack Valenti, jugó un papel similar en los ochenta cuando empezó a proliferar el mercado del vídeo doméstico: le pidió al Congreso que impidiera el desarrollo de esta industria en una histórica y descabellada intervención en la que dijo: "El vídeo doméstico es a la industria del cine lo que una mujer sola en casa es a un violador".
 Hoy día, gracias en parte al propio Valenti, los estudios sacan gran parte de sus ganancias gracias a la venta de DVDs).






Todos estos restos los afrontará si quiere, claro. Durante la cobertura que se ha dado al larguísimo proceso de selección de presidente (iniciado en octubre de 2009, cuando dimitió el anterior presidente, el antiguo Secretario de Agricultura de Clinton Dan Glickman), a Dodd se le ha descrito siempre como el candidato que menos interés tenía por ganarse el puesto.




Igual su cambio de idea está relacionado con que su salario vaya a ser el más alto de la historia de la MPAA: millón y medio de dólares al año.
Un 25% más que el millón 300 mil dólares que cobraba Glickman. O no.
Igual es es que se lo merece. Se ha dicho de él que tiene más más aptitudes para el cargo y mejores ideas que su antecesor. De hecho, Glickman sólo consiguió que todos los blogs se pusieran de acuerdo en decir que caía bastante mal a bastante gente del cine por no tener ni idea de cómo funciona esta insular industria.






O igual es que la asociación no tenía alternativa: que se haya tardado 18 meses en encontrar a alguien que dirija uno de los lobbies más codiciados de Washington connota la mala época que está pasando la MPAA. Sí, es un trabajo bien pagado.
Pero el cargo ha sido rechazado por gente como el moderado republicano Tom Davis (experto en propiedad intelectual), el portavoz de la Casa Blanca de Clinton John Lockhart, y el gobernador de Nuevo México Bill Richardson.






Los cinco grandes estudios se han convertido en grandes multinacionales con diferentes intereses, y cada vez les cuesta más ponerse de acuerdo.
 Los cineastas independientes muestran con menor pudor su repulsa a una asociación que les impone normas y les da la espalda. La maltrecha MPAA, que ha tenido que recortar su presupuesto en al menos un 20% y despedir a un número indeterminado de empleados para hacer frente a sus pérdidas por la piratería, ya no es el plato goloso que era antes.




Las palabras de Glickman al dejar su puesto tienen ahora todo el tonillo de aviso para Chriss Dodd: "Éste es un trabajo muy difícil. Desde fuera puede parecer muy glamouroso. Puede parecer que Angelina Jolie se viene conmigo a casa cada noche. Pero eso aún no ha pasado.
La industria está cambiando muy rápido, todo se está volviendo muy complicado, sobre todo en un mundo online con todas las tecnologías que hay por ahí... Es hora de irse".



Suena a final, pero en realidad en su principio.

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