Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

2 jun 2019

La burla que mata..................................... Elvira Lindo

A algunos compañeros de Verónica no les funcionaron los sentimientos correctores de la crueldad. No estaría de más que antes de sacudirse la culpa, la sintieran.

Concentración este viernes en Madrid, en memoria de V. R., la empleada de Iveco que se suicidó el sábado pasado.
Concentración este viernes en Madrid, en memoria de V. R., la empleada de Iveco que se suicidó el sábado pasado.
El linchamiento no es una invención surgida en las redes sociales, se apresuran a decir aquellos que temen que pueda ponerse en duda su existencia.
 Pero lo cierto es que han generado una suerte de desconexión con la realidad, que nos libera de la responsabilidad personal: al mismo tiempo que nos ofrecen mecanismos más sofisticados para amplificar un linchamiento nos inducen a creer que lo que vemos en una pantalla o lo que reenviamos depende de la voluntad de un yo virtual que no ha de responder a las mismas obligaciones que el real
. Que antes de las redes éramos maledicentes, cotillas o crueles, capaces de hacer daño y también de acusarlo, está claro, pero todo iba más despacio, la burla se materializaba, se daba en mano, en un VHS, por ejemplo, que algunos entusiastas estaban locos por compartir.
Ahora, la burla se viraliza en un segundo, y costará que entendamos que el ataque virtual provoca un daño verdadero. Es lamentable que reparemos en eso cuando ocurre una desgracia, pero estamos obligados a reflexionar sobre nuestro comportamiento digital.

Si compartir unas escenas íntimas sin permiso de quien en ellas aparece se puede cobrar una vida, también debiera tener consecuencias legales, laborales y sociales.
 Las legales están en marcha. Las laborales, no sé.
 ¿Es lógico que un departamento de Recursos Humanos no se haga cargo del sufrimiento de una trabajadora? ¿No tendrían que admitir que han sido negligentes en su función?
 Si exigimos responsabilidades al claustro de un centro educativo cuando algo trágico le ocurre a un niño en el ámbito escolar, ¿por qué no pedir explicaciones en el lugar donde transcurre la mayor parte de la vida adulta?
Hablaba de responsabilidades sociales porque hay algo que nos concierne colectivamente: el abuso desproporcionado de la burla. Es más sencillo que una persona se reponga de una discusión agria en la que se intercambian insultos graves que de una burla colectiva. 
La burla incumbe a nuestra autoestima, al sentido del ridículo, nos condena a la exclusión y nos hace sentir culpables y desgraciados a un tiempo. 
Si esa mofa está provocada por escenas que muestran un comportamiento de naturaleza íntima, entonces nos arrebatan lo más sagrado, que es el pudor. 
Nos dejan socialmente desnudos, desarropados. 
Quien no entienda que ese señalamiento somete a la víctima a una tortura fatal es porque necesita unas cuantas lecciones de empatía, eso que antes llamábamos piedad, misericordia o compasión, hasta que fuimos descartando estos términos del vocabulario por sus connotaciones religiosas.
  Mal hecho. 
Definen muy bien lo que deberíamos sentir los seres humanos cuando vemos a otro en un estado de vulnerabilidad. 
A algunos compañeros de Verónica no les funcionaron estos sentimientos correctores de la crueldad.
 No estaría de más que antes de sacudirse la culpa, la sintieran. 
Otra palabra, culpa. 
Es sano sentirla cuando se merece, aunque exija una reconsideración sobre uno mismo.
 Por lo demás, esto de airear el sexo de las mujeres como si fuera un delito o un pecado es preocupante.
 Si alguien en nuestro entorno familiar es objeto de burla o chantaje por una escena sexual (me temo que sabremos de más desgraciados casos de difusión de la intimidad ajena) deberíamos saber arropar a quien sufre, proteger a nuestro ser querido del insoportable acoso, aunque eso conllevara tragarnos el orgullo. 
Porque es muy triste pensar que a esos niños tan pequeñitos habrá que explicarles que su madre se quitó de en medio por una burla de las que hacen sangre.
 De las que matan.

 

Un asunto de millonarios...............................Juan José Millás

Un asunto de millonarios AQUÍ TENEMOS al príncipe Enrique anunciando el nacimiento de su primer hijo como si lo hubiera parido él. 
El príncipe Enrique es un señor muy rico que vive lejos, en un país del norte, y cuya vida ni nos va ni nos viene, aunque sale tanto en la tele y en la prensa que acabaremos convencidos de que, si no nos va, tal vez nos venga. 
En esta ocasión, como decíamos, lo hemos sacado a propósito del niño que ha tenido con Meghan Markle, la señora ausente, pero a la que vemos como si estuviera a su lado: cosas del cerebro. El príncipe Enrique está muy contento de su hazaña, de ahí su sonrisa y su modo de entrecruzar las manos, como felicitándose a sí mismo.
 Ha elegido para la ocasión vestir de manera informal, como un padre de clase media.
 He ahí un guiño al contribuyente que pagará con gusto los pañales de la criatura.
 La cremallera del jersey es la tecnología punta de carácter textil de las clases modestas.Juan José MillásNosotros nos alegramos de que el príncipe Enrique y su esposa, Meghan, hayan sido padres, no somos alimañas. 
Ahora bien, se trata de una alegría extraña cuando vivimos en un mundo en el que el capitalismo financiero prohíbe tener hijos a nuestros jóvenes. 
La procreación, en fin, empieza a ser un asunto de ricos que exhiben sin pudor ese privilegio, como queda registrado en la imagen. 
Y si entre nosotros no nacen, en otros ámbitos mueren al poco de hacerlo, también por influencia de la globalización financiera.
 No se ha hecho el cálculo de cuántos bebés pobres tienen que morir para que sobreviva uno millonario, pero hay relación entre una cosa y otra. No lo duden. 

Ella también ...............................................Rosa Montero.

Einstein obligó a firmar a su primera esposa un contrato humillante. Quemó sus cartas y jamás mencionó la aportación que hizo a su trabajo.

LA LECTURA de la reciente novela de Nativel Preciado, El Nobel y la corista, en donde hace un genial retrato del Einstein mujeriego, me ha hecho recordar la perturbadora historia de Mileva Marić, la física y matemática serbia que fue la primera esposa del científico. Mileva y Einstein se conocieron en 1896 en el Instituto Politécnico de Zúrich, del que eran alumnos.
 Ella tenía 21 años; él, 17. Fue un amor a primera vista.
 Mileva había mostrado desde niña tanto talento que su padre decidió darle la mejor educación.
 Para comprender hasta qué punto esta actitud era rompedora, baste decir que el padre tuvo que pedir un permiso especial para que su hija pudiera estudiar Física y Matemáticas, dos carreras solo para varones.
 Era un mundo que les negaba todo a las mujeres.
Mileva y Albert empezaron a vivir y trabajar juntos, pese a la furibunda oposición de la madre de él
. Que su amado la defendiera frente a su propia madre debió de crear en la joven un sentimiento de gratitud inacabable.
Y así, cuando el profesor Weber admitió a Mileva para el doctorado, después de haber rechazado a Albert porque no le consideraba preparado, ella supeditó su aceptación a la inclusión de Einstein.
 Mileva, mejor matemática que él, revisaba los errores de su amante; sus correcciones abundan en los apuntes de Albert: “Ella resuelve mis problemas matemáticos”.
 A la joven le obsesionaba encontrar un fundamento matemático para la transformación de la materia en energía; compartió con Albert esta fascinación (las cartas se conservan) y a Einstein le pareció interesante la idea de su pareja.
 En 1900 terminaron un primer artículo sobre la capilaridad; era un trabajo conjunto (“le di una copia [al profesor Jung] de nuestro artículo”, escribió Einstein), aunque solo lo firmó él.
 ¿Por qué? Porque una firma de mujer desacreditaba el trabajo. Porque Mileva quería que Einstein triunfara para que se casara con ella (él había dicho que hasta que no pudiera mantenerla económicamente no lo haría).
 Por la patológica gratitud, dependencia psicológica y enfermiza humildad que el machismo inocula. 

Y entonces comenzó, insidiosamente, la desgracia.
 En 1901, Mileva fue a Serbia a dar a luz secretamente a una niña de la que no volvió a saberse nada: quizá acabara en un orfanato. Poco después Einstein consiguió un empleo como perito en la Oficina de Patentes de Berna y, ya con un sueldo, se casaron.
 Según varios testimonios, mientras Albert trabajaba sus ocho horas al día, Mileva escribía postulados que luego debatía con él por las noches.
 Además cuidaba de la casa y del primer hijo, Hans Albert. “Seré muy feliz (…) cuando concluyamos victoriosamente nuestro trabajo sobre el movimiento relativo” (carta de Einstein a Mileva). En 1905 aparecieron en los Anales de la Física los tres cruciales artículos de Einstein firmados solo por él, aunque hay un testimonio escrito del director de los Anales, el físico Joffe, diciendo que vio los textos con la firma de Einstein-Marić.
Y la desgracia engordó. 
Tuvieron un segundo hijo, aquejado de esquizofrenia; Einstein se hizo famoso, se enamoró de su prima, quiso dejar a Mileva y ella se aferró enfermizamente a él.
 Comenzó entonces (hasta la separación en 1914) un maltrato psicológico atroz; hay un contrato que Einstein obligó a firmar a su mujer, un texto humillante de esclavitud. 
Pero siendo ese contrato aberrante, aún me parece peor lo que el Nobel hizo con el legado de Mileva: quemó sus cartas, no mencionó jamás su aportación, solo la citó en una línea de su autobiografía. 
Los agentes de Einstein intentaron borrar todo rastro de Marić; se apropiaron sin permiso de cartas de la familia y las hicieron desaparecer.
 También desapareció la tesis doctoral que Mileva presentó en 1901 en la Politécnica y que, según testimonios, consistía en el desarrollo de la teoría de la relatividad. 
No estoy diciendo que Einstein no fuera un gran científico: digo que ella también lo era. 
Pero él se empeñó en borrarla, y lo consiguió hasta 1986, cuando, tras la muerte de su hijo Hans Albert, se encontró una caja llena de cartas que tuvieron grandes repercusiones científicas.
 Pese a ello, Mileva sigue aplastada bajo el rutilante mito de Einstein.
 Así de mezquinas y de trágicas son las consecuencias del sexismo.



Deportistas%20y%20esclavas

Los enemigos que no lo son...............................Javier Marías

Los independentistas tratan a España, y a la parte mayor de Cataluña, como a un combatiente. Dejan de lado las reglas, las leyes, la verdad, los miramientos.
HACE ALGO de tiempo, Puigdemont, Torra o uno de los suyos, tanto da, expresó con claridad este sentimiento, con estas o parecidas palabras: 
 “El Estado español es el enemigo”. (Y puede que dijera “España” en esta ocasión.) Se armó un poco de escándalo, efímero como son hoy los escándalos, y me suena que el autor de la frase, o alguien cercano, trató de matizar con la boca pequeña:
 “Queremos mucho a los españoles, hablamos también castellano, etc”. La primera manifestación es desde luego la que ha prevalecido, y no es raro oírla de nuevo en labios de otros dirigentes secesionistas o de sus paniaguados de radio y televisión. Pese al momentáneo escándalo, tengo la impresión de que casi nadie se tomó en serio la declaración, o —mejor— no se la tomó al pie de la letra.
 A estas alturas, sin embargo, no cabe duda de que se quiso decir lo que se dijo. 
Los independentistas tratan no sólo a España, sino a la parte mayor de Cataluña que no comulga con ellos, como a enemigos
Cuando hay una guerra, para los combatientes todo vale.
 Se dejan de lado las reglas, las leyes, la verdad, los miramientos; la palabra que se da a ese enemigo carece de valor y el que la da no se siente vinculado a ella; es más, considera su deber patriótico engañar por cualquier medio, tender trampas, utilizar argucias, falsear los hechos, negar lo evidente con desfachatez, incumplir los pactos acordados, ser sibilino y taimado, asegurar que ofrece diálogo e ir a parlamentar con un puñal oculto, aprovecharse de la ingenuidad ajena para sacar ventaja y herir mejor.
 Todo está permitido: la mentira constante, el infundio, la amenaza, el chantaje, la calumnia, la fabricación de pruebas falsas, la absoluta manipulación. 
Cuanto he enumerado lleva dándose ya mucho tiempo en el “bando” secesionista. Orquestadas campañas de desprestigio, demonización del “Estado español”, vetos y zancadillas a políticos que no son de su cuerda, presentación del país como falsa democracia cuando no como régimen franquista, negación de la independencia de su justicia, acusaciones de “opresor”, de “castigar las ideas” y abolir la libertad de expresión, comparaciones con la Turquía totalitaria de Erdogan a la que tanto se asemeja, curiosamente, el proyecto de República Catalana concebido y 
parcialmente ejecutado por ese “bando”.
 Lo único que por fortuna falta es la guerra propiamente dicha, y espero que nunca se le ocurra a nadie iniciarla. Pero, en todo lo demás, España y más de la mitad de los catalanes son tratados como enemigos. 
Contra ellos todo es aceptable.
 Cuando alguien te declara enemigo suyo y te tiene por tal, lo más frecuente es que ese alguien pase a serlo tuyo también.
 Pero ¿qué sucede si uno no quiere abrir hostilidades contra quien se las ha abierto?
 Es raro, y aun así se da, y creo que se da en este caso. 
Con las muchas excepciones que se quieran, ni España ni los españoles consideran a Cataluña “enemiga”, ni siquiera a la porción que les ha puesto la proa. 
Tal vez por eso hay todavía políticos o Gobiernos que se acercan con buenas intenciones y ánimo conciliador a quienes no tienen la menor voluntad de conciliación. 
Si yo no siento animadversión hacia quien me la profesa, me cuesta mucho jugar sucio contra él, hacerlo objeto de mis difamaciones, dañarlo a ultranza, con métodos lícitos o no.
 No es sólo que no desee asimilarme a él; es que “no me sale” mostrarle la misma inquina que me muestra él a mí.
 Es infrecuente, ya digo, pero no pocos de ustedes habrán vivido situaciones así en el ámbito personal (en los divorcios surgen súbitos y desenfrenados odios).
Yo sí, a buen seguro.
 He tenido casos de malevolencia mutua, en los cuales mi enemigo me torpedeaba y yo hacía otro tanto con él. 
No obstante, en otros, el enemigo me ha hostigado con encono y tesón y yo no he respondido de igual forma.
 Porque había habido una vieja amistad; porque veía a la otra parte más débil; porque la aversión era sorprendente e inmotivada e incomprensible; por lo que fuera. 
El aborrecimiento era unilateral. Y si se trataba de un antiguo amigo tornado enemigo, dejé de favorecerlo, claro; pero no me afané en perjudicarlo. 
Lo habitual es que la beligerancia de uno engendre la del otro, antes o después. Que el segundo estalle por hartazgo, por orgullo o por encabronamiento bien provocado. 
Pero si no es así y se aguanta el chaparrón, y no se responde con las mismas armas, ¿qué hacer? 
Yo me aparté, me alejé, me puse a tiro lo menos posible.
 Eso no es factible en lo que se refiere a la Cataluña hostil: no lo es alejarse de los propios conciudadanos, hacer oídos sordos a sus belicosos representantes oficiales y tirar adelante sin aquéllos. Tampoco es deseable .

Sólo cabe asumir con tristeza que, aunque alguien no sea tu enemigo, tú sí lo eres de él, y que por tanto él carecerá de escrúpulos hacia ti. 
Sabiéndolo, hay que dialogar o simular el diálogo, sin hacer concesiones para contentar o aplacar, y exigiendo contrapartidas inmediatas y concretas.
 Y esperar con paciencia a que amainen sus tormentas de acero, hasta que un día por fin escampe, por la fuerza de las urnas o por agotamiento.

El%20histerismo%20y%20la%20flema