La presentadora fallece a los 54 años, víctima de la leucemia. Hace meses se sometió a un trasplante de sangre de cordón umbilical.
Esta vez no desconfíen, por favor.
Los periodistas tenemos fama de tener el colmillo retorcido, de sonreír aduladores para luego ametrallar sin compasión en cuanto nos dan la espalda.
Y los panegíricos en los medios, cuando alguien muere, son casi un género en si mismos.
No es el caso de Concha García Campoy. En años de profesión, jamás escuché a nadie hablar mal de ella, criticar a sus espaldas su trabajo o extender sospechas sobre su persona.
Concha ha sido -cómo me cuesta hablar en pasado- una de las grandes de la comunicación: con su dicción precisa y preciosa se hacía transparente frente a las cámaras o los micrófonos, que transmitían fielmente lo que ella era: una gran profesional, una gran periodista, una gran persona.
Tenía veintipocos años cuando, casi recién llegada de Ibiza, se coló en los hogares españoles a través del Telediario del mediodía que en 1985 presentó con Manuel Campo Vidal: la amistad y complicidad entre ambos ha perdurado hasta hoy.
Concha se comía la pantalla, como luego se comió el micrófono de la SER cuando arrancó en 1988 A Vivir que son dos días, el programa de nombre imposible que sacudió las mañanas de los fines de semana, que hasta entonces olían a naftalina y a enlatado.
Con Javier Rioyo y Lorenzo Díaz crearon, innovaron y conquistaron un territorio nuevo para la radio
. La radio siempre fue su gran pasión: recuerdo cómo le brillaban y le sonreían los ojos cuando, 20 años después, me tocó a mí pilotar el A Vivir: "¡Cómo vas a disfrutarlo!", me auguraba (y qué razón tenía). Sabía ser maliciosa y juguetona cuando la ocasión era propicia: siempre fue una gran entrevistadora.
En la radio había dado sus primeros pasos profesionales, y tanto en la SER, como en RNE, Onda Cero o Punto Radio,
Concha García Campoy dio cancha a su versatilidad como periodista navegando entre la información dura, las entrevistas -broncas o amables-, las tertulias y la tensión del directo.
En Tele 5, con La Gran Ilusión y junto a Luis Alegre, supo destacar el talento y los valores del nuevo cine español, lejos de los clichés a los que siempre había estado asociado en la pequeña pantalla: su compromiso con el cine adquirió notas más personales cuando conoció a quien sería su último compañero, el productor Andrés Vicente Gómez, que ha vivido a su lado este año y medio terrible.
Tocó otros palos: recuerdo su scoop en Babelia con la entrevista que le hizo en 1992 a Sofía de Grecia: "Es difícil hacerse con la realidad", le dijo entonces la reina.
Ya fuera bajo las luces de un plató de televisión, o en la penumbra de un estudio de radio, Concha era tan rigurosa y responsable en el fondo como elegante y calma en las formas.
Respetuosa y cálida con sus colegas, sabía inyectar en su gente el entusiasmo con el que vivía su profesión. En el equipo del informativo matinal de Tele 5 -su último trabajo- todavía recuerdan con estupor el día en que les anunció que su cansancio de las últimas semanas -nadie lo había percibido- era consecuencia de la leucemia que acaban de diagnosticarle
. Le hizo frente con fuerza y ánimo, pero esa historia, y el mazazo final, ya la conocen.
Recuerdo las palabras de Luis Mariñas cuando nos presentó, hace años: "La quiero como si fuera mía", dijo con ternura.
Luego descubrí que no era el único: era inevitable acabar queriendo a Concha como algo tuyo.
Yo, además, la admiraba: se ha ido una de las mejores.
Los periodistas tenemos fama de tener el colmillo retorcido, de sonreír aduladores para luego ametrallar sin compasión en cuanto nos dan la espalda.
Y los panegíricos en los medios, cuando alguien muere, son casi un género en si mismos.
No es el caso de Concha García Campoy. En años de profesión, jamás escuché a nadie hablar mal de ella, criticar a sus espaldas su trabajo o extender sospechas sobre su persona.
Concha ha sido -cómo me cuesta hablar en pasado- una de las grandes de la comunicación: con su dicción precisa y preciosa se hacía transparente frente a las cámaras o los micrófonos, que transmitían fielmente lo que ella era: una gran profesional, una gran periodista, una gran persona.
Tenía veintipocos años cuando, casi recién llegada de Ibiza, se coló en los hogares españoles a través del Telediario del mediodía que en 1985 presentó con Manuel Campo Vidal: la amistad y complicidad entre ambos ha perdurado hasta hoy.
Concha se comía la pantalla, como luego se comió el micrófono de la SER cuando arrancó en 1988 A Vivir que son dos días, el programa de nombre imposible que sacudió las mañanas de los fines de semana, que hasta entonces olían a naftalina y a enlatado.
Con Javier Rioyo y Lorenzo Díaz crearon, innovaron y conquistaron un territorio nuevo para la radio
. La radio siempre fue su gran pasión: recuerdo cómo le brillaban y le sonreían los ojos cuando, 20 años después, me tocó a mí pilotar el A Vivir: "¡Cómo vas a disfrutarlo!", me auguraba (y qué razón tenía). Sabía ser maliciosa y juguetona cuando la ocasión era propicia: siempre fue una gran entrevistadora.
En la radio había dado sus primeros pasos profesionales, y tanto en la SER, como en RNE, Onda Cero o Punto Radio,
Concha García Campoy dio cancha a su versatilidad como periodista navegando entre la información dura, las entrevistas -broncas o amables-, las tertulias y la tensión del directo.
En Tele 5, con La Gran Ilusión y junto a Luis Alegre, supo destacar el talento y los valores del nuevo cine español, lejos de los clichés a los que siempre había estado asociado en la pequeña pantalla: su compromiso con el cine adquirió notas más personales cuando conoció a quien sería su último compañero, el productor Andrés Vicente Gómez, que ha vivido a su lado este año y medio terrible.
Tocó otros palos: recuerdo su scoop en Babelia con la entrevista que le hizo en 1992 a Sofía de Grecia: "Es difícil hacerse con la realidad", le dijo entonces la reina.
Ya fuera bajo las luces de un plató de televisión, o en la penumbra de un estudio de radio, Concha era tan rigurosa y responsable en el fondo como elegante y calma en las formas.
Respetuosa y cálida con sus colegas, sabía inyectar en su gente el entusiasmo con el que vivía su profesión. En el equipo del informativo matinal de Tele 5 -su último trabajo- todavía recuerdan con estupor el día en que les anunció que su cansancio de las últimas semanas -nadie lo había percibido- era consecuencia de la leucemia que acaban de diagnosticarle
. Le hizo frente con fuerza y ánimo, pero esa historia, y el mazazo final, ya la conocen.
Recuerdo las palabras de Luis Mariñas cuando nos presentó, hace años: "La quiero como si fuera mía", dijo con ternura.
Luego descubrí que no era el único: era inevitable acabar queriendo a Concha como algo tuyo.
Yo, además, la admiraba: se ha ido una de las mejores.