Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

13 abr 2013

La sensación de......

La sensación de que ya acabó mi historia.
 Esparragueras y tomates silvestres al lado de los escombros que vierten en la ladera.
 Un anciano se sentó frente a mí y dijo, claro y lento: "Buenas tardes."
 Me acordé de mi padre, en el pueblo de la Sierra, cuando se sentaba a charlar con hombres como el que compartía mi mesa en la terraza de Okay. Era el suyo el entusiasmo de quien retornaba a la tierra natal. 
Su pasión por los cultivos y el campo encontraba un eco en aquellos hombres con boina y las monedas justas para tomarse un manzanilla al llegar la noche. Tantos huecos, en su propia historia de desterrado, que creería recobrar durante aquellos encuentros.
Terminaba una manifestación, cuando bajé por Sanllehy, reclamado la plaza que hace años hubo en lo que ahora es un ruedo de altas paredes de hormigón.
Pocas veces, quizás, entré en mi historia. Todo eso ha quedado atrás. El mar azul violeta en el camino de vuelta a casa y los cargueros con las luces encendidas fondeados al otro lado del puerto, casi buscando la sombra protectora de Montjuïc.
Ya sin historia, fondeado en la mar grande.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Caaño





El incierto legado de Sara

La estrella amasó un enorme patrimonio: propiedades inmobiliarias, arte, joyas, cuentas

Sigue viva una querella por estafa contra quien fue su administrador

La estela de la diva rodea de misterio la cuantía, el destino y los beneficiarios de su fortuna.

Un retrato que Alberto Rivas hizo a Sara Montiel presidió su coche fúnebre. / GETTY

La noche del 31 de agosto de 2001, Sara Montiel y su novio de entonces, el polémico cubano Tony Hernández, cenaron pechugas de pollo a la plancha y ensalada verde.
 Pasadas las once, los dos se sentaron frente al televisor para “hacer la digestión” mientras veían una película.
 A unos metros de distancia, dos hombres altos, fornidos y armados con punzones los observaban en silencio
. Estaban decididos a llevar a cabo su fechoría y no tardaron en abrir con sigilo el ventanal de la terraza para entrar en el salón.
 Pero la pareja no se dio cuenta hasta que los tenían encima.
“¡Sara, dónde está la caja fuerte!”, gritó uno de los atracadores, “con acento moro y así, llamándome por mi nombre”, le diría después la actriz a la policía. “Tranquilos”, respondió ella, “os lo voy a dar todo. La vida está antes que nada”.
 Y los llevó a su dormitorio. “Los brillantes los tengo en el banco. Pero se llevaron millones de pesetas y un montón de joyas”, añadió en su declaración.
 Presurosos, los asaltantes salieron con el botín por la verja del edificio contiguo. “Tanto llevaban que les pareció una tontería que se les cayera un collar de perlas”.
Para nadie era un secreto que Sara Montiel fue en su momento la artista mejor pagada de España.
Y ella misma, en cada acto público (y privado) al que asistía, se encargaba de reafirmar tal aseveración. Tocados, pendientes, collares, anillos, pulseras… adornaban sin falta su figura.
Disfrutaba contando dónde había comprado esas finas y valiosas prendas.
 O quién se las regalaba. Incluso a partir de ellas narraba anécdotas con estrellas de cine, intelectuales y empresarios. Pero lo hacía con toda naturalidad, como corresponde a una diva: sin petulancia socarrona, alimentando el mito que la envolvía. En el guion de su propia vida, Sara Montiel siempre actuaba como una señora rica, fina y distinguida.
Su colección de arte iba a ser valuada en estos días, quién sabe si con la intención de vender algo"
Pero las cosas empezaron a torcerse cuando en febrero de 2010 anunció que Francisco Fernández, su administrador, la había estafado y la prensa rosa lanzó una pregunta: “¿Saritísima está en la ruina?”.
 Se dijo una y otra vez que Fernández le había robado hasta 15 millones de euros, pues ella echó en falta nueve en sus cuentas bancarias españolas y otros seis en supuestas cuentas suizas.
 La querella que la actriz y cantante interpuso fue, sin embargo, por 350.000 euros.
Hace más de dos decenios, Francisco Fernández comenzó a trabajar como asistente de Jaime Borrás, “hombre de confianza” de José Tous Barberán, el empresario mallorquín que estuvo casado durante casi 30 años con Sara Montiel.
Cuando Borrás murió, Fernández tomó el relevo como gestor de Tous.
Poco después, en agosto 1992, Pepe Tous murió a causa de un feroz cáncer de colon e hígado, y heredó a su viuda y a sus hijos adoptivos (Thais y Zeus) dos teatros, un bingo, una plaza de toros, una librería, un barco, un chalé y un piso en Mallorca, entre otras propiedades.
Y una cantidad de millones de pesetas jamás revelada.
Ante la querella, no tardaron en desatarse los dimes y diretes.
Desde entonces, Francisco Fernández no ha perdido la oportunidad de pasearse por los canales de televisión para contar su versión de lo ocurrido.
 Ha dicho que Sara Montiel lo ha “calumniado” porque “sus hijos ya son mayores y le estarían pidiendo la herencia de su padre, y al no podérsela dar, tendría que justificar por qué”. Según Fernández, la protagonista de El último cuplé vendió la mayoría de las propiedades que le dejó su marido y “despilfarró” el dinero que obtuvo.
 “No es que esté arruinada, porque todavía tiene mucho patrimonio. Pero tendría que venderlo para tener liquidez”.
Sara Montiel, en su casa del barrio de Salamanca de Madrid. / PACO TORRENTE (EFE)
Rocío Fernández Domínguez es la abogada de la intérprete de Fumando espero.
 Afirma que “la querella [contra Francisco Fernández] es un procedimiento que sigue vivo. Hoy día, el juzgado sigue practicando diligencias.
 Se han mandado oficios a los bancos para que nos informen acerca del patrimonio de este señor.
 Luego esperamos pasar al juzgado de lo penal o a la Audiencia Provincial. Quizá todo esto tarde todavía un año o año y medio más”.
Sara Montiel decía que jamás le pasó por la mente gastarse la herencia de sus hijos (“son infamias”) y varias veces aclaró que no estaba en la ruina
. No obstante, en septiembre de 2011, el portal inmobiliario Idealista publicó un vídeo en el que ella misma mostraba su casa con la intención de venderla por poco más de tres millones de euros.
 Pero hasta el momento, según Carmen Grey, su amiga y representante, nadie ha comprado la propiedad.
En el testamento de 2008, ahora revocado, les dejaba a sus hijos, Thais y Zeus, únicamente los pisos"
Se trata de un ático ubicado en el séptimo piso de un edificio del madrileño barrio de Salamanca; el microcosmos de todos los bienes materiales de la última diva
. En 250 metros cuadrados se reparten un salón comedor (“tras los cristales / de alegres ventanales”), cuatro dormitorios, cinco baños, una cocina y un cuarto de servicio.
 Y la terraza, con piscina incluida (“que no es un charco”), ocupa otros 150 metros. Varios de los muebles son antiguos (como “un sillón Luis XVI auténtico”).
 Un montón de cuadros (incluido algún barceló de la primera época) y fotografías luchan por el espacio de las paredes rojas.
 En las vitrinas, o sobre el suelo, o sobre las alfombras persas, o sobre las mesas y mesillas se mezclan decenas de esculturas, portarretratos, jarrones y figurillas.
 Aquí vivía con sus dos hijos y aquí murió la mañana del pasado lunes.
En total tenía siete pisos (que alquilaba) en Madrid, Palma de Mallorca y Barcelona. Y un chalé en la isla de Tabarca, donde solía veranear.
No se sabe con certeza cuántas joyas poseía, pero en varias ocasiones lucía collares de brillantes y esmeraldas, sortijas y brazaletes con aguamarinas, zafiros, turquesas, rubíes y topacios.
Si hizo películas taquilleras (“por las que cobraba, como mínimo, un millón de dólares”), discos superventas, obras de teatro y conciertos en los que se colgaba el cartel de “entradas agotadas”, ¿por qué no iba a darse esos lujos? “Su colección de arte iba a ser valorada en estos días, no sé si con la intención de vender algo”, comenta uno de sus amigos, quien pide que no revelemos su identidad.
 También tenía planeado exponer su colección de 150 vestidos en enero de 2014 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Antes, en noviembre de este año, iba a ser la “estrella invitada” en el Segundo Festival de Cine Español en Berlín, en el que se iba a proyectar una selección de su filmografía, que sigue generando regalías. “Las cantidades que recaudan nuestros socios son confidenciales.
 Sara Montiel tenía registradas 34 obras cinematográficas y el porcentaje que le correspondía se calculaba dependiendo de dónde se emitiera la película, el horario y el índice de audiencia que obtuviera”, explica Fernando Neyra, director de comunicación de Artistas e Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE). En la Sociedad de Artistas, Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE) tampoco revelan la cifra que han generado los derechos de sus discos.
¿Serán únicamente sus hijos quienes heredarán todo su dinero y sus bienes? ¿O alguien más está incluido en el testamento?
 “Eso es algo que no puedo decir”, responde la abogada Rocío Fernández Domínguez. “Yo sé que ella ordenó sus últimas voluntades, pero lógicamente no voy a revelar cuáles son”
. Antonio Bernal es el otro abogado de Sara Montiel y explica que, “de momento, es incierto decir algo. Tienen que pasar 15 días después de la muerte de una persona para que el Registro de Últimas Voluntades, dependiente del Ministerio de Justica, diga si hay testamento.
 O varios testamentos. En este caso, el válido sería el último.
 Pero yo no vaticino ningún problema. Tenía dos hijos y a los dos los quería por igual”. Carmen Grey, la representante de la artista, agrega que Thais y Zeus “se llevan muy bien”. “Además”, añade, “a pesar de lo que otros digan, siempre tuvieron una buena relación con su madre y ella los amaba.
 Les habrá dejado a cada uno su parte y ya está”.
 Sin embargo, otras versiones aseguran que la relación entre los hijos es complicada.

Un hogar en silencio

Unas horas después del entierro de Sara Montiel, la casa donde murió permanece apagada
. Ana Mendoza, su ama de llaves desde hace dos décadas, contesta al teléfono con una mezcla de cansancio y tristeza. “La niña [Thais] está durmiendo. Zeus no está.
 Aquí todo está muy solo”.
Cientos de objetos y reliquias de la artista permanecen mudosa la espera de su destino.
¿Y qué hay de las cuentas en Suiza? “Sara nunca hablaba de eso, no sé si existen”, dice Pedro Villora, quien ayudó a redactar a la artista sus memorias tituladas Vivir es un placer (Plaza & Janés, 2000).
 En 2010, cuando fue demandado por estafa, Francisco Fernández contó que “en un testamento de 2008, ahora revocado, puesto que luego hizo otro, Sara les dejaba a sus hijos únicamente los pisos.
Las joyas, los muebles y los cuadros eran para terceras personas”.
 ¿Habrá alguna batalla por la herencia?

 

Narciso herido y drogado

Sergéi Polunin, chico de oro del ballet, ha plantado por segunda vez a un gran montaje londinense. La espantada oculta una turbulenta historia de inseguridad, cocaína y autolesiones.

Polunin se autoinflige heridas con cuchillas (una muestra, en su pecho izquierdo), lleva tatuado en el hombro el Joker de Heath Ledger y un lobo aullando en el pubis. / ROBBIE JACK (CORBIS)

A principios de febrero de 2012, el bailarín Sergéi Polunin apareció en el escenario del Sadler’s Wells de Londres en el espectáculo Men in motion para bailar el Narcisse de Kazán Goleizovski.
 Fue emocionante y veloz, parecía huir de la luz y del éxito.
 Ya todo el mundo hablaba insistentemente de él. Ahora ha dejado plantadas las actuaciones en el London Coliseum de Expreso de medianoche, un ballet del danés Peter Schaufuss creado en 2000 y basado en el filme homónimo de Alan Parker.
Schaufuss, desconcertado por la espantada de Polunin, reconoce que “el papel de Billy Hayes es perfecto para él”. Lo ha sustituido por Johan Christensen.
Polunin ha viajado en privado hasta Moscú.
En Londres, con flema británica, se ha dicho algo con chanza trágica: los camellos de Covent Garden tienen mucho trajín entre ir y venir de los garitos indie a la Royal Opera House.
 Hablan sin mencionarlo del “ruso loco de los tatuajes”, es decir, Sergéi Polunin, que, por cierto, siempre que puede recalca que él no es ruso, sino de Ucrania.
Pero como todo hijo pródigo, el mantra de renegar de sus orígenes viene en el mismo lote que el de divo o genio disfuncional.
 Se rechaza todo: maestros, compañías, destino.
 Este chico ya ha sido príncipe y mendigo sin solución de continuidad.
 No es el primero, no será el último.
 La droga también hace estragos entre los artistas del ballet; los mata rápido o los destruye lentamente, el caso es que los separa de su arte y de su vida, de su entorno y de las cosas que han amado desde niños. Lejana en el tiempo nos parece la muerte por sobredosis de Patrick Bissell, estrella del American Ballet Theatre de Nueva York, pero son historias que están ahí.
En una época no tan remota los cisnes cayeron como moscas; en la caída iban también sus caballeros
. Hoy todo es, a la vez, más público y más oscuro.
 Como decía esta semana Judith Mackrell en The Guardian, la contaminación creciente de la subcultura de las celebridades con la alta cultura del ballet hace estragos. Sergéi Polunin sale en los telediarios y es carne de cañón en los programas de telerrealidad o los tabloides
. Todos se preguntan lo mismo, aunque con distintas entonaciones: ¿Qué pasa en realidad con Polunin?
El ucranio, de 23 años, asegura que en las escarificaciones ha encontrado "un canal emocional"
Sergéi Polunin, sin previo aviso, abandonó su compañía, el Royal Ballet de Londres, el 14 de enero de 2012.
 Había llegado a Reino Unido a los 13 años desde Kiev con una beca de la escuela real británica; nació en el deprimido sur, en Kherson, una pequeña ciudad “donde el ballet no existe”, según sus palabras.
También hace poco dijo, rememorando sus días de internado: “Me hubiera gustado, de niño, portarme mal, jugar al fútbol…”.
 Ahora se tejen cábalas sobre su estabilidad mental. Y sobre su destino: su permanencia legal en Reino Unido está ligada a su trabajo en el Royal Ballet.
Monica Mason, la entonces directora del Royal Ballet, tenía debilidad por el joven ucranio; había heredado también a Iván Putrov (Kiev, 1980), ambos virtuosos y amigos. Putrov dejó el Royal Ballet en 2010 y fue el organizador de Men in motion en febrero, y allí eclipsó a todos.
Polunin subió como la espuma y, siendo aún solista, fue imagen de la temporada de la Royal Opera House Covent Garden en vallas y programas, saltando sobre un horizonte nocturno de tormenta con castillo gótico incluido en el paisaje
. Nadie vio en ello un presagio, pero ahora las fotos que se ven del rebelde tienen otra vez algo tenebrista. Tatuajes y cortes, ojeras y descuido.
 Se dice también que todo es el despecho de un hombre enamorado y rechazado.
 La brújula han sido sus tuits, y como muestra, esta perla: “Si usted quiere dar placer a la gente, conviértase en prostituta”. O el tatuaje de su ingle: “Yo no soy humano, yo no soy un dios”.
Hay una larga lista de bailarines que lloraron su tragedia y enajenación sobre el manado de su propia sangre. “Polunin va de otro palo”, dice un colega de tatuajes en la televisión británica; mucha gente se apunta a opinar, siempre hay una alcachofa dispuesta a recoger declaraciones.
Asegura el joven bailarín de 23 años que no está loco y que en las escarificaciones ha encontrado un “canal emocional”, pero reconoce que hay un fuego en su cabeza.
 La búsqueda de emociones fuertes le hizo profundizar en la herida, y no metafóricamente.
También ha tenido infecciones, en la piel y los pulmones.
 Por fuera y por dentro. Había declarado antes que dejaría de bailar a los 26 años.
La pendiente vertiginosa de las drogas está acelerando el calendario y sus ideas.
Sin rubor, ha aceptado en varias entrevistas que lleva un tiempo bailando acompañado de la cocaína.
 Lo dramático es que el “muchacho de oro” del Royal Ballet recibía apelativos como el de heredero de Nureyev. Como escribe Tanya Gold en The Sunday Times, ahora Polunin ha decidido bailar con sus demonios.
Es exagerado decir que su baile es perfecto.
 Se atiene más a la realidad catalogarlo como que iba hacia la perfección.
 Dominaba su físico. Su elegancia es intrínseca, natural, tan espontánea que crea una especie de turbación. En escena, nunca parecía sobreactuado o falso.
 Al contrario.
 Su historia también es la del patito feo que se convierte en cisne, con un salto poderoso pero líquido, sin aparente esfuerzo.
 También sabía ser pasional.
Ahora es un desgastado fantasma apolíneo.
 Se sabe a sí mismo un evanescente objeto de deseo, disfruta dejándose retratar desnudo.
Ya lo dijo Vaslav Nijinski (que también nació en Kiev) de sí mismo: “No me tiene nadie, que me tengan todos”.
Cuando Sergéi Polunin llegó a la escuela del Royal Ballet con 13 años gracias a una beca, era delgaducho y distraído, pero con talento.
 Creció y su físico adquirió un molde específico de la danza clásica y de la categoría llamada noble
. Ni muy alto ni muy bajo, tampoco demasiado musculoso, elástico y dulcemente dúctil en las secuencias de virtuosismo.
 Una perla rara y valiosa
. Eso lo vieron enseguida la crítica europea y la fervorosa balletomanía.
 Un compañero del Royal Ballet dice ahora de Polunin: “Da la sensación de que no quiere mirar atrás nunca, y eso da miedo”. El muchacho atravesó depresiones y fue llevado a un psiquiatra.
 La tormenta en su cabeza arreció cuando, con su panda de discoteca, puso una tienda de tatuajes en el norte de Londres y comenzó a faltar a ensayos y deberes.
 El revuelo de la semana pasada por su abandono de los ensayos de Expreso de medianoche es una viñeta más de esta tragedia anunciada.

 

 

 

“Comencé a escrachar al encontrarme en un bar al torturador de mi padre”Aprende Cospedal lo que es el Escracher, pero ustedes no tienen vergÜenza

Los fundadores de H.I.J.O.S, la organización argentina que inició los señalamientos públicos, explican cómo fue evolucionando esa actividad política.

Escrache en Buenos Aires (Argentina), en septiembre de 2000. / INFOSIC
Paula Maroni y Carlos Pisoni trabajan ahora en un edificio de la antigua y tenebrosa Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centro de tortura y exterminio durante la última dictadura argentina (1976-1983). Ella tiene 36 años y él 35. Pertenecen a la asociación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S). Sus padres desaparecieron durante la dictadura cuando ellos eran bebés. Cuando tenían 17 y 18 años, en diciembre de 1996, decidieron escrachar a un médico de la ESMA. Sería el primero de una larga lista. Nunca pensaron que aquella actividad, con ese mismo nombre, terminaría llegando a España. Y que sería empleada por ciudadanos que están siendo obligados a salir de sus casas tras el impago de sus créditos bancarios. Convocados por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), cientos de personas han protestado en las últimas semanas frente a los hogares de varios diputados del Partido Popular. El origen hay que buscarlo entre aquellos adolescentes argentinos.
“Escrachar se usaba siempre en el lunfardo, el lenguaje popular de Buenos Aires”, explica Carlos Pisoni. “Su raíz no está muy clara, pero significa poner en evidencia a alguien. Y al principio fue algo muy espontáneo. Nos enteramos de que Jorge Luis Magnacco, que era un médico que atendía los partos de las mujeres secuestradas en la ESMA, trabajaba como jefe de obstetricia en un hospital de Buenos Aires. Y que vivía muy cerca de ese hospital. En aquella época era imposible aplicar justicia. Estos genocidas vivían con total impunidad, ocupaban puestos de responsabilidad en la sociedad. Así que empezamos arrojando bombitas de pintura roja en sus casas, repartíamos información entre los vecinos y nos íbamos. Temíamos también por nuestra seguridad. A Paula Maroni llegaron a montarla en un coche y darle vueltas por Buenos Aires. Después nos dimos cuenta de que lo importante no era sólo señalarlos, sino que la sociedad los condenara. Que el panadero no le vendiera el pan ni el carnicero la carne”.
“Escrachar se usaba en el lenguaje popular de Buenos Aires. Su raíz no está muy clara, pero significa poner en evidencia a alguien"
“Al cabo de un año el trabajo la actividad se hizo más compleja. Hacíamos un trabajo previo de información en los barrios que podía durar unos tres meses”, continúa Paula Maroni. “Citábamos a las organizaciones sociales del barrio y creábamos una mesa del escrache. Ya no se trataba de una acción en sí. No tenía que ver con el hecho fascista que puede suponer decir yo digo que vos sos culpable de algo, voy, te marco y me marcho. Lo nuestro era una construcción política en el tiempo. Llegamos a disfrazarnos de carteros para comprobar que en tal casa vivía quien nosotros creíamos que vivía. Informábamos paso a paso, semana a semana, al barrio. Y el día del escrache era sólo la culminación de un proceso que había culminado mucho antes”, añade Maroni.
Había unos 200 miembros de Hijos en la capital y 500 en el país. Escracharon a más de 50 personas en Buenos Aires y a una centena en Argentina. ¿Se habría conseguido enjuiciar a muchos militares sin aquellos escraches en los domicilios? “Fuimos un granito de arena muy importante”, explica Carlos Pisoni. “Yo comencé a escrachar cuando me encontré en un bar al que torturó a mi padre. Podía haber optado por partirle una botella en la cabeza, pero pensé que la salida tendría que ser colectiva. Y conseguimos implicar a la sociedad”.
En 2004, tras la llegada de Néstor Kirchner al Gobierno y con la reapertura de los juicios contra los militares entendieron que ya no tenía sentido continuar con los escraches, salvo en casos puntuales. Uno de esos casos concretos fue el del general Jorge Rafael Videla. “Le habíamos hecho un escrache en 1998 y después otra modalidad que le llamamos el escrache móvil. Íbamos en bicicleta, motos y autos, por casas que ya habíamos pasado otras veces”, relata Pisoni. “Pero en 2006 el tenía prisión en su domicilio. Era el símbolo de la dictadura y nos propusimos que fuera a una cárcel común. Logramos que se revocara la prisión domiciliaria”.
“Nuestra aparición revitalizó la lucha que habían iniciado antes las madres y las abuelas de la plaza de Mayo”, señala Maroni. “En ese momento ellas seguían dando vueltas a la plaza todos los jueves sin que la sociedad acompañara esa acción. De pronto empezamos a escrachar y casi toda la sociedad y los medios de comunicación nos apoyaron”. En 2001, cinco años después de los primeros escraches, sobrevino el corralito en Argentina. Millones de personas se vieron privados de acceder a sus ahorros en el banco. “Hubo cientos de escraches”, recuerda Carlos Pisoni. “A empresas, a políticos, a banqueros, a las compañías telefónicas... La gente iba a sus puertas y les rompía los vidrios”. ¿Y qué hicieron ellos? “Lo que hizo el pueblo”, contesta Paula Maroni. Escracharon.
“Después esa práctica se la apropió el pueblo y nosotros ya no tenemos nada que decir sobre cómo cada uno la traduce”. ¿Y qué piensan de los escraches que se están produciendo en España ante las casas de los políticos del Partido Popular”. “Cuando una sociedad busca medidas alternativas es porque hay un contrato social que se ha roto. El escrache es producto de la impunidad y la impunidad tiene mucho que ver con la impotencia”, señala Maroni. ¿Y no se podría limitar el señalamiento público al lugar en que la persona en cuestión desempeña su trabajo? “Les daría igual. Hasta que no tocas el timbre de la casa del tipo no surte efecto el escrache”, contesta Maroni.
El escrache siguió funcionando de forma esporádica en Argentina. Sus defensores y detractores se encuentran por igual dentro y fuera del peronismo y dentro y fuera del Gobierno. Aníbal Fernández, uno de los senadores peronistas más conocidos en Argentina, ha sufrido varios escraches y los ha criticado también cuando se ejercían sobre políticos opositores. “No se puede aceptar que se agreda o se insulte o se escrache, todo este invento nazi que han traído a la Argentina y tiene un comportamiento espantoso, so pretexto de defender una ideología", declaró en 2009 tras el escrache a un senador de la oposición.
En los escraches más recientes de Argentina las víctimas han sido miembros del Gobierno. En septiembre de 2012 varios manifestantes acudieron con sus cacerolas a la casa del secretario de Estado de Comercio, Guillermo Moreno. Y el pasado febrero, el viceministro de Economía, Axel Kicillof, cerebro de la expropiación de YPF a Repsol, sufrió otro escrache cuando viajaba con su esposa y dos hijos en un buquebús desde Montevideo a Buenos Aires. Kicillof tuvo que ser trasladado junto a su familia a primera clase para evitar el abucheo. "La verdad, fue muy angustiante", relató su esposa, Soledad Quereilhac.
"Yo le pedía a la gente que no fuera irrespetuosa porque estábamos con nuestros hijos de 1 y 4 años".
Sus defensores y detractores en Argentina se encuentran por igual dentro y fuera del peronismo y dentro y fuera del Gobierno
“A Axel nosotros lo conocemos desde que empezó nuestro movimiento. Su grupo universitario participaba en nuestros escraches”, recuerda Pisoni. “Y no estamos de acuerdo con el escrache que sufrió.
 Sin embargo, estamos de acuerdo con que se vaya a protestar ante las empresas eléctricas cuando se producen cortes de luz porque no invirtieron lo que tenían que invertir”.
¿Y apoyarían una protesta ante la casa del director de cualquier empresa eléctrica?
“Claro que sí”, contesta Paula Maroni.
 “El escrache tiene sentido cuando no tenés otra herramienta para obtener un resultado
. Si vos le negás al pueblo el canal para encontrar una solución… Tal vez el tipo que se esconde detrás de un escritorio de una empresa privada va a salir a la terraza.
Y te puedo asegurar que se le cae la cara de vergüenza delante de sus hijos, de sus vecinos”.
El escritor y bloguero Jorge Asis suele ser muy crítico con el Gobierno de Cristina Fernández.
Pero cuando escracharon a Moreno y Kicillof repudió públicamente el escrache. “Creo que se trata de una expresión neo fascista.
 Es un acto de cobardía colectiva de señores que necesitan purificarse en la protesta ante cualquiera que mantenga la arbitraria representación del culpable”, indica Asís.
“Acaso por haber sido escrachado yo mismo durante años en presencia, incluso, de mis hijos, en un restaurante o por la calle, pienso que saldría a defender a mis adversarios políticos si los escracharan en mi presencia.
 Sé que se los intenta comprender por razones que aluden a la impotencia, por la necesidad de descargarse que tiene quien se siente víctima de alguna injusticia.
Conozco de memoria los argumentos
. Pero la democracia no se hizo para legitimar estos desatinos”, concluye Asís.
Por su parte, Paula Maroni, cree que no existe una vara única para medir o valorar los escraches. “Esto es política, no matemáticas.
Y cada persona tiene que hacerse cargo de su opción ideológica”.