Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

15 jul 2018

Todo saldrá bien....................................... Boris Izaguirre.

No hay nada más parecido a un melodrama que una familia real.

Enrique y Meghan, duques de Sussex, en un encuentro con jóvenes de la Commonwealth, el 5 de julio en Londres.  

Enrique y Meghan, duques de Sussex, en un encuentro con jóvenes de la Commonwealth, el 5 de julio en Londres. Getty Images

Hay ocasiones en que la vida te regala una sorpresa. 
El pasado sábado en Londres entré en una tienda de Paul Smith, el diseñador inglés que se ha hecho famoso con su lema “clásicos pero con un twist”. 
Buscaba un traje con twist y color, y un caballero espigado, simpático a más no poder, pelín hippy, nos dio la bienvenida con un “pasen y vean”, como si fuera el domador de un circo o el propietario de un gabinete de curiosidades
. Ropa, muebles y cerámicas conviven en su tienda de Albemarle Street. Era él, Paul Smith.
Me recordó a Elena Benarroch que también atiende en su tienda con idéntico savoir faire. 
 Smith vino hacia mí y un encargado le informó de que el traje que buscaba no estaba en esa tienda. 
Entonces me llevó hacia su selección de trajes, en colores arrogantes, se fijó en el verde, y me dijo: “Este color es muy tú”. Y yo aproveche el intercambio.
 “No, Paul. Es muy tú”. Él rió, habíamos hecho contacto. “Si te digo la verdad”, continuó Paul Smith, “estoy hecho un lío, ya no recuerdo cuál es el color que he escogido como referencia para el año próximo”, soltó.  

La vida es perfecta en momentos así. 
Por eso, imagino que todo va a salirle bien a Cristiano Ronaldo en la Juventus
Y que también le irá bien a Florentino ahora que se ha aliviado e inicia su proyecto Julen Lopetegui.
 Debe de ser porque han surgido ante nuestras retinas a la vez, pero Lopetegui y Pablo Casado parecen hombres en la encrucijada de tomar el camino que cambiará su vida.
 O de aprovechar el asueto del verano para refrescarse, lo necesitan. Cristiano debería invitarlos a su suntuosa villa griega, donde está todo el tiempo jugando al vóley-playa con un escueto bañador blanco que es como la respuesta siglo XXI al de Ursula Andress saliendo del mar en la película Dr. No.
Recordando esa imagen de la actriz sueca pienso en la redacción de la revista Fotogramas en Barcelona. 
Se ha publicado que la empresa editora de la revista la obliga a trasladarse a Madrid dejando atrás décadas de historia. Me apena porque la medida afecta a personas que no desean mudarse a Madrid.
 Y también me preocupa por el archivo de la revista, que podría dispersarse.
Corinna Sayn-Wittgenstein en un evento en septiembre de 2015 en Nueva York. 
Corinna Sayn-Wittgenstein en un evento en septiembre de 2015 en Nueva York. Getty Images
En una ocasión la revista Vanity Fair me encargó una entrevista a Sofia Loren, y Elisenda Nadal, la directora eterna de Fotogramas, tuvo un gran gesto. 
Pese a que se trataba de una revista de la competencia, me sugirió que revisara en el archivo todo sobre Sofia Loren. “Son muchas carpetas pero al mirar las fotos seguro que se te ocurre algo que preguntarle”.
 Bingo, sustraje imágenes de grandes peinados, gafas y grandes declaraciones de Loren y cuando se las enseñé en Roma durante la entrevista, ella misma me preguntó: “Todo esto, ¿no será de Fotogramas?”
 En este espíritu de buen rollo veraniego pienso que todo también saldrá bien para el archivo y la mudanza.

Vivimos tiempos de mudanzas. 
Todo se está moviendo, Meghan Markle le está pisando los talones a Kate Middleton en una libre competencia que nos traerá muchas alegrías.
 Y ayudara a digerir las conversaciones grabadas a la princesa Corinna, que ahora más que amiga entrañable es un peligro real. Siempre sospeché que un día Corinna dejaría de mostrar dientes y enseñaría uñas de testaferro. 
Recuerdo cuando la conocí en una fiesta en Miami durante Art Basel. 
 Espléndida, guapa, de mi edad y la de la infanta Cristina, me dijo que para ella la confianza era lo más importante en la vida: 
“Es lo primero que otorgas. Y lo primero que pierdes”.
Ganar y perder. Que es en lo que andan Kate y Meghan, las nuevas lady Di y Sarah Ferguson pero en tiempos del Brexit.
 Mientras Kate viste solo firmas inglesas, con esa autosuficiencia tan de Paquita Salas y que los británicos tratan de sostener desde siempre, Meghan hace gala de diseñadores clasicorros americanos como Ralph Lauren para acentuar su origen. 
Ha sido maravilloso verla ganar ese duelo de nacionalismos en dos ocasiones y con dos colores: amarillo y verde kaki.
 Aunque los trajes que propone tienen un fuerte olor a naftalina y una clarísima influencia Dinastía, la serie que trituró melodrama y glamour en los años ochenta.
 No hay nada más parecido a una serie melodramática de prime time que una familia real reunida. Con o sin Corinna.

 

Suzanne Noël, pionera de la cirugía plástica

Pionera de la cirugía plástica, ayudó a los judíos que huían de la Gestapo 
Se curtió operando a heridos de la Primera Guerra Mundial. 
Desde el quirófano, luchó por el voto femenino e intentó hacer justicia con el bisturí.



Suzanne Noël, pionera de la cirugía plástica
 DIJERON DE MÍ que estaba dos veces loca”. 
Así recordaba Suzanne Noël (1878–1954) la reacción de amigos y familiares al verla compaginar su trabajo de cirujana plástica con la defensa de los derechos de la mujer.
 Ni esa carrera ni esa lucha eran lo que esperaban de una burguesa nacida en Laon, al noreste de Francia, donde creció aprendiendo a pintar y a coser.
 Sin embargo, ella quería estudiar. Y fue su marido, no su familia, quien le abrió esa puerta.
 Con 19 años, se casó con el médico Henri Pertat, que le ayudó a acabar el bachillerato y la animó a empezar Medicina, carrera que terminó con la cuarta mejor nota de su promoción.
 
Retrato de Suzanne Noël cedido por el Club Soroptimista de París.
Retrato de Suzanne Noël cedido por el Club Soroptimista de París.
Una pasantía con el doctor Hip­polyte Morestin despertó su vocación de cirujana.
 El experto en cáncer de lengua y reconstrucción maxilar se convirtió en un referente durante la Primera Guerra Mundial.
 La contienda trajo nuevas armas y formas de defensa; por ejemplo, la trinchera, que protegía el cuerpo del soldado, pero no la cabeza, cubierta por un casco que les salvaba la vida pero no les libraba de las mutilaciones.
 Hasta 15.000 hombres sufrieron amputaciones en cara, cráneo y mandíbula.
  Se les conoció como bocas rotas, y el Gobierno francés creó los servicios especiales de prótesis bucomaxilofacial y restauración de la cara para atenderlos. 
Morestin fue su principal salvador y una inspiración para Noël, que en 1916 cambió los liftings por la reconstrucción de narices, mandíbulas y orejas para dejar a los militares casi como eran antes de partir al frente.

Cirugía contra el machismo


Así empezó su andadura como cirujana, y por eso, cuando alguien tachaba su disciplina de superficial, replicaba: “Es una bendición para la humanidad”. 
Que alguien quisiera cambiar su apariencia solo podía ser fruto de “una amarga necesidad”. Así lo entendió cuando se dio cuenta de que las mujeres estaban sometidas a la dictadura de la imagen y creía que no debían ver en la cirugía estética una cadena más, sino una aliada.

En sus memorias cuenta el caso de una de las primeras pacientes a las que atendió sin cobrar.
 La mujer era madre soltera y había sido despedida y sustituida por otra de menos edad. Según lo veía Noël, con su operación no solo le regalaba un cutis nuevo: también le daba opciones. 
Por eso se alegró tanto cuando la mujer recuperó su puesto tras la intervención. Para la doctora, como indicó Jacqueline Jacquemin, exalumna y biógrafa, “la operación empezaba con la primera visita, no en el momento de la incisión”.
La edad también era una preocupación para mujeres con posibles. Sarah Bernhardt fue un ejemplo.
 En 1912, la actriz llegó de Nueva York, donde se había hecho un lifting del que no había quedado satisfecha, y se puso en manos de Noël, que tenía una consulta muy conocida en París habilitada en una habitación de su casa de la avenida de Charles Floquet.
 Lo que interesaba a Bernhardt eran las técnicas de la doctora, poco invasivas, lo que permitía a las pacientes recuperarse rápidamente.
Noël iba así a la contra de prestigiosos doctores como Otto Bames, que tenía consulta en Los Ángeles y era partidario de “la gran operación” con la que garantizaba un resultado más duradero, pero también una cicatriz mayor.
 La doctora Marifé Prieto, secretaria general de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica (AECEP), explica que “Noël prefería intervenir tres veces y que su paciente pudiera hacer vida normal pronto, algo que defendemos hoy la mayoría de profesionales”. 

“Quiero votar”


Jacquemin contaba que el feminismo de Noël corrió paralelo a su carrera.
 “Quiero votar”, decía la cinta que siempre lucía en el sombrero y con la que recordaba que las mujeres no eran ciudadanas de pleno derecho
 Por eso las invitó a iniciar una huelga de impuestos. “Si no hay igualdad de derechos, no hay obligación de pagar”, dijo, y con ello llamó la atención del movimiento soroptimista, nacido en Estados Unidos como una alianza de las mujeres para impulsar sus carreras profesionales.
 En 1924 Noël inauguró el primer grupo soroptimista de Europa en París. 
Las reuniones eran en el Rotary Club, donde no contaron con el apoyo de los socios masculinos: 
“Tuvimos en contra a nuestros maridos, que veían con malos ojos los almuerzos semanales que organizábamos sin ellos”, recordaba Noël incluyendo al suyo, André Noël, dermatólogo con quien se había casado tras la muerte de Pertat, que era mayor, pero más abierto. 
 Esa oposición excitó su lado más combativo en un momento duro para ella, pues solo dos años antes había perdido a su hija de 13 años, Jacqueline, enferma de gripe española.
La niña nació durante su primer matrimonio, pero casi todas las biografías apuntan a que era hija de Noël.
 Su reacción ante la muerte de la adolescente podría ser una prueba: André, incapaz de superarla, se tiró al Sena por el Pont au Change ­delante de su mujer.
 Doce meses después del suicidio, ella leía su tesis doctoral. La firmó con su nombre de soltera: Suzanne Gros.

Dignificar la estética


Tras el doctorado, funda los clubes soroptimistas de Ámsterdam, Viena, Berlín, Pekín y Tokio, entre otros. Marie-Christine Le Serre, responsable de comunicación del de París, explica: 
“Noël vio la cirugía estética como una forma de ayudar a sus pacientes a emanciparse social y financieramente”. 
Le Serre cree que ante todo “Noël era una feminista”, aunque es consciente de que relacionar la liberación femenina con la adaptación a unos patrones de belleza que cosifican a la mujer no es aceptado por algunos feminismos.
La cirujana, en una operación para corregir las ojeras.
La cirujana, en una operación para corregir las ojeras.
Pero en los años veinte las mujeres no podían hacer casi nada sin el consentimiento de sus maridos, dice Le Serre, que cree que cualquier arma era buena para salir adelante:Por eso es anacrónico juzgar a Noël con criterios actuales”. Su drama personal y el arranque del Club Soroptimista fueron el inicio de una vida solitaria e hiperactiva para Noël, que en 1926 publica un libro único:
 La cirugía estética. 
Habla de las técnicas aprendidas y de sus aciertos, pero también de sus errores, algo nunca visto entre sus colegas.
 Por primera vez emplea fotografías y modelos reales, no maniquíes, y lo escribe para compartir sus conocimientos, muchos aprendidos sola y sobre la marcha, y para dar entidad y prestigio a la cirugía estética, disciplina que en la Facultad donde ella estudió aún definían así: “Una práctica inútil para coquetas”.

Contra el nazismo


Ese desprecio por su tarea la obligó a mantener la consulta de su casa, pues no siempre había un hospital abierto a contratarla. También la enseñó a defenderse del fuego amigo, que no le faltó.
 Y si la ciencia reaccionaba mal ante su labor, no cuesta imaginar lo que pensaba la Iglesia católica: “Condenaba sus prácticas excomulgando a quienes se atrevían a rectificar el trabajo del Creador”, informa Le Serre. 
Pero el enemigo a batir para Noël no era Dios, sino hombres de carne y hueso. Hitler, por ejemplo, y por eso dedicó parte de su trabajo y su dinero a operar a los perseguidos por el nazismo.
“Vas a perder a tu hombre. Aunque se tiña sus cabellos, le delata su nariz”, dice la Balada de Maria Sanders de Bertolt Brecht. 
El poema refleja la realidad de Noël en la Segunda Guerra Mundial, años en los que dejó las liposucciones y los liftings para hacer rinoplastias a los judíos que huían de la Gestapo.
 Más tarde puso sus manos al servicio de las cicatrices, las quemaduras y las secuelas que habían dejado en sus cuerpos los campos de concentración.

Una beca y un sello


Tras la contienda, su disciplina adquirió prestigio y se convirtió en una especialidad de hombres.
 “Fue la quintaesencia de las profesiones masculinas”, explicaba Jacquemin.
 En los noventa, la situación seguía igual, e incluso hoy, a pesar de ser más del 50% en las Facultades de Medicina, las herederas de Noël ­tienen que pelear por su espacio.
 Marifé Prieto explica que, durante sus prácticas, hasta los pacientes le pedían la cuña pensando que era enfermera.
 “Aún cuesta concebir una mujer-madre-cirujana”, cuenta quien forma parte de un grupo femenino dentro de la AECEP en el que las cirujanas comparten experiencias y se apoyan: 
“En la Sociedad Española de Cirugía Estética nos invitan poco: menos de un 10% de los ponentes son mujeres. Creando este grupo evitamos pedir favores”.

También en eso fue pionera Noël, que fue la primera francesa en dirigir una sociedad médica.
 Solo limitó su actividad cuando perdió visión a causa de una catarata, pero una vez recuperada siguió con su doble misión: operar y luchar por las mujeres.
Murió en 1954 y desde entonces el Club Soroptimista la recuerda cada año otorgando una ayuda económica a una cirujana plástica. En las universidades, sin embargo, apenas la nombran.
 Prieto cuenta que ella conoció su vida y su obra por su cuenta, no en un manual de cirugía.
 La beca y un sello que en enero le dedicó el servicio postal francés son las únicas huellas visibles de una doctora que intentó hacer justicia con el bisturí. 

Apocalipsis del ladrillo.......................................Juan José Millás

Apocalipsis del ladrillo
Juan José Millás 
 Los agujeros del ‘STOP’ parecen de bala. Ignoramos qué intentaba detener esa señal, pero está claro que no detiene nada, medio muerta como ha quedado al borde de una carretera que divide en dos mitades el descampado de la fotografía. 
Entiéndase por descampado, con ­independencia de lo que diga el DRAE, un lugar inhóspito como el domingo por la tarde o como el corazón de Aznar. 
Medio muerta ha quedado la señal de tráfico de esa carretera de segunda que conduce al infierno
. Lo que se aprecia al fondo es el esqueleto de diversas construcciones de la época de la burbuja inmobiliaria, cuando si pasabas por delante de un banco, de camino al mercado, te obligaban a entrar a punta de pistola para ofrecerte un crédito hipotecario con el que harías el negocio de tu vida, pues si al cabo de un año tuvieras dificultades para satisfacer las cuotas, podrías revender la casa, aun sin haber llegado a escriturarla, obteniendo un 10% o un 20% de beneficios.
Hay palabras que entran en la circulación corriendo y que salen a toda velocidad. Subprime es una de ellas.
 Apareció con la crisis para nombrar los préstamos que el banco concedía a sabiendas de que no se podrían devolver, y desapareció de nuestras vidas cuando se comenzaron a montar los cimientos de la burbuja inmobiliaria en curso.
 Significa que, tal y como demuestra la imagen, no han desaparecido las llagas purulentas de la anterior y ya estamos metidos de hoz y coz en otra. No hay más que ver cómo suben los precios para deducir que un nuevo apocalipsis del ladrillo nos aguarda a la vuelta de la esquina.

Tiempo sin transcurso........................................Javier Marías...

Hasta hace no mucho, bastantes espectadores de pintura reconocían el momento que el artista había decidido aislar. Ahora demasiados no tienen ni idea de nada.
EN UNA VIEJA novela hay un personaje llamado Mateu, guardián del Museo del Prado, al que el padre del narrador, Ranz, con un cargo en dicha pinacoteca, sorprende una noche chamuscando con un mechero el marco del único Rembrandt de la colección, que no se sabe —o no estaba claro cuando se escribió la novela— si representa a Artemisa o a Sofonisba.
 Mateu va acercando su llama peligrosamente al lienzo. Ranz descuelga un extintor de la pared y lo sujeta oculto a su espalda, considerable peso.
 Como cualquier movimiento en falso puede dar al traste rápidamente con la obra maestra de 1634, se aproxima con cautela e intenta distraer a Mateu, que lleva veinticinco años en el museo. “¿Qué hay, Mateu? ¿Viendo mejor el cuadro?”, le pregunta con calma. 
“No, estoy pensando en quemarlo”, responde éste desapasionadamente. 
“Pero, hombre, ¿tan poco le gusta?” Contesta el guardián: “No me gusta esa gorda con perlas, estoy harto.
 Parece más guapa la criadita que le sirve la copa, pero no hay manera de verle bien la cara”
El cuadro muestra a tres mujeres, a Sofonisba iluminada y de frente (que en efecto es gruesa y luce perlas), a la criadita joven de espaldas, que le ofrece una copa quizá con veneno (según sea Artemisa o Sofonisba), y a una vieja en sombras.
 “Ya”, dice Ranz, “fue pintado así, claro, la gorda de frente y la sirvienta de espaldas”, a lo que Mateu responde, cargándose de razón: “Eso es lo malo, que fue pintado así para siempre, y ahora nos quedamos sin saber lo que pasa; no hay forma de verle la cara a la chica ni de saber qué pinta la vieja del fondo, lo único que se ve es a la gorda con sus dos collares que no acaba nunca de coger la copa.
 A ver si se la bebe de una puta vez y puedo ver a la chica si se da la vuelta”.
 Ranz le razona: “Pero comprenda que eso no es posible, Mateu, las tres están pintadas, ¿no lo ve usted?, pintadas. 
 Usted ha visto mucho cine, esto no es una película. Comprenda que no hay manera de verlas de otro modo, esto es un cuadro.
 Un cuadro”. “Por eso me lo cargo”, reitera Mateu con gran fastidio. 

No contaré el desenlace, no vayan a acusarme de destripar, pese a los veintiséis años transcurridos desde que se publicó este episodio. Lo cierto es que no he podido por menos de acordarme de él al ver la reciente película Loving Vincent, de Dorota Kubiela y Hugh Welchman. 
En ella sucede justamente lo que anhelaba el guardián Mateu: los muy famosos cuadros de Van Gogh, sus paisajes, sus retratos, cobran vida, se independizan y continúan. 
Las personas que pintó, el jefe de correos Roulin, su hijo Armand, el Père Tanguy, el célebre Doctor Gachet, su hermano Theo, Marguerite Roulin a la que inmortalizó tocando el piano, el gendarme, el zuavo, el barquero, todos hablan y se mueven y se los ve desde diferentes ángulos.
 Los cuervos sobrevuelan los campos de paja, el tren avanza por el puente que atraviesa el río, las farolas y las estrellas titilan, la tormenta se abre paso y se arremolina.
  Si mal no he entendido, cada escena se rodó con actores (destaca el excelente Jerome Flynn, de Juego de tronos) y después cada fotograma (más de 65.000) fue pintado a mano “a la Van Gogh”. El efecto es sorprendente y sin duda grato de contemplar.
 Los movimientos de los personajes son pastosos y espasmódicos como sus pinceladas, las perspectivas distorsionadas como las de sus cuadros, pero bien reconocibles; los colores son fieles, sobre todo los amarillos (los de los campos, el de la chaqueta de Armand Roulin). El parecido de los actores con sus modelos pictóricos resulta extraordinario (salvo Van Gogh), aunque eso tal vez no sea lo más difícil, la pincelada posterior puede cambiarlos a gusto.
 El problema es que lo que la película cuenta (una mínima indagación sobre el suicidio del pintor, con insinuaciones muy débiles de que pudiera haber sido asesinado) carece de interés. Quizá eso es lo que nos ocurriría las más de las veces si los instantes de los cuadros tuvieran un antes y un después; si fuera posible complacer al Mateu que todos albergamos.
Hasta hace no muchos años, bastantes espectadores de pintura sabían ese antes y ese después, cuando se trataba de escenas bíblicas o mitológicas griegas. 
Reconocían el momento que el artista había decidido aislar y detener en el tiempo, estaban familiarizados con el relato del que estaba sacado.
 Ahora demasiados no tienen ni idea de nada, y no es raro que un estudiante de Historia del Arte identifique a un Cristo simplemente como “hombre crucificado”. 
Y cuando las escenas son inventadas, o costumbristas, o retratos, quizá lo que nos fascina y debe fascinarnos es su falta de referentes y de antecedentes, de antes y después, de historia.
 “Esto es un cuadro”, le decía Ranz a Mateu en aquel viejo episodio. 
Hay pinturas ante las que quisiéramos ver más de lo que se nos enseña: el rostro de alguien que estará de espaldas hasta la eternidad, para entendernos.
 Pero esa extraña y a ratos hipnótica película, Loving Vincent, nos muestra por qué un pintor debe ser sólo un pintor, jamás un novelista ni un cineasta.
 La pintura no es narrativa, sino acaso lo contrario: tiempo sin transcurso, elegido y congelado.

Tiempo sin transcurso