Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 nov 2017

Judi Dench: “Soy la persona menos majestuosa que te echas a la cara”

La octogenaria actriz, que está perdiendo la vista debido a una degeneración macular, no tiene planes de abandonar el cine y se encuentra en plena promoción de 'Asesinato en el Orient Express'.

Judi Dench, en el estreno de "Victoria and Abdul" en Venecia.
Judi Dench, en el estreno de "Victoria and Abdul" en Venecia. Cordon press

Desde hace unos años a Judi Dench (Reino Unido, 1934) le falla la vista.

 Tiene degeneración macular y la octogenaria dama del cine dice que cada vez ve peor. 

Escribe menos cartas, un arte que le encantaba practicar, afirma que no puede leer y que ve menos películas.

 Se le nota incómoda bajo la luz de los flashes que pide amablemente que dejen de apuntarla.

 Y el coche, ni tocarlo. “Eso sí que es un duro golpe porque tengo un BMW deportivo”, confiesa a EL PAÍS con una cara que no puede ser más pícara. 

Hasta ahí las quejas. 

Tendrá 82 años, acaba de cumplir seis décadas como actriz, está perdiendo la vista y, a veces, conversando se nota un halo de ensimismamiento o quizá un punto de sordera.

 Pero está claro que nada detiene a la mujer que más veces ha interpretado a una reina, a esta joya británica a la que nunca se le acaban las pilas.

 O la risa. “Soy la persona menos majestuosa que te puedes echar a la cara”, resume con esa risa rasposa tan suya que empequeñece sus ojos hasta convertirlos en lágrimas de felicidad. 

Judi Dench, en el estreno de "Victoria and Abdul" en Venecia.
Judi Dench, en el estreno de "Victoria and Abdul" en Venecia. Cordon press
Desde hace unos años a Judi Dench (Reino Unido, 1934) le falla la vista. Tiene degeneración macular y la octogenaria dama del cine dice que cada vez ve peor. Escribe menos cartas, un arte que le encantaba practicar, afirma que no puede leer y que ve menos películas. Se le nota incómoda bajo la luz de los flashes que pide amablemente que dejen de apuntarla. Y el coche, ni tocarlo. “Eso sí que es un duro golpe porque tengo un BMW deportivo”, confiesa a EL PAÍS con una cara que no puede ser más pícara. Hasta ahí las quejas. Tendrá 82 años, acaba de cumplir seis décadas como actriz, está perdiendo la vista y, a veces, conversando se nota un halo de ensimismamiento o quizá un punto de sordera. Pero está claro que nada detiene a la mujer que más veces ha interpretado a una reina, a esta joya británica a la que nunca se le acaban las pilas. O la risa. “Soy la persona menos majestuosa que te puedes echar a la cara”, resume con esa risa rasposa tan suya que empequeñece sus ojos hasta convertirlos en lágrimas de felicidad.
Eduardo de Wessex saluda a Judi Dench en un evento en junio de 2016 en el que la actriz lució 007 con Svarowskis en su espalda y se ve el tatuaje de su muñeca derecha. 
Eduardo de Wessex saluda a Judi Dench en un evento en junio de 2016 en el que la actriz lució 007 con Svarowskis en su espalda y se ve el tatuaje de su muñeca derecha.
Su espíritu lo lleva tatuado en la muñeca: Carpe Diem. “Aprovecha el día. No hay tiempo que perder. 
Me lo hice con mi hija cuando estábamos de compras. Tenía 80 años y de repente me dijo: '¿Estás lista para tener un tatuaje?”, asegura enseñando entre pulseras ese recordatorio de cómo vivir la vida al límite.
 Acaba de estrenar Asesinato en el Orient Express y está haciendo las rondas típicas de la temporada de premios con otro de sus trabajos reales, Victoria y Abdul, un nuevo retrato de la realeza británica que tantas veces ha interpretado. 
“¿Cómo me iba a negar? —se ríe la primera que se subió al tren para la nueva versión de la novela de Agatha Christie—. 
  Con esta creo que ya son 10 las veces que trabajo con Ken Branagh. 
Y el rodaje fue una reunión de colegas donde no tuve mucho más que hacer que estar sentada con un vestuario maravilloso y dos perritos encantadores en un vagón de tren lleno de amigos y sin apenas líneas de diálogo que aprenderme”. 
Después de conseguir un Oscar como mejor actriz de reparto por el papel más breve jamás galardonado en la historia de estos premios por su interpretación en Shakespeare enamorado y otras seis nominaciones a la misma estatuilla por títulos como Mrs. Brown, Iris o Notes of Scandal, su trabajo en Asesinato en el Orient Express no será el que quede en su obituario. 
Pero Dench no piensa en esas cosas. “Solo pienso en la suerte que tengo.
 En lo increíblemente agradecida que estoy de que me ofrezcan trabajo”, asegura.

Judi Dench, en el estreno de "Victoria and Abdul" en Venecia.
Judi Dench, en el estreno de "Victoria and Abdul" en Venecia. Cordon press
Desde hace unos años a Judi Dench (Reino Unido, 1934) le falla la vista. Tiene degeneración macular y la octogenaria dama del cine dice que cada vez ve peor. Escribe menos cartas, un arte que le encantaba practicar, afirma que no puede leer y que ve menos películas. Se le nota incómoda bajo la luz de los flashes que pide amablemente que dejen de apuntarla. Y el coche, ni tocarlo. “Eso sí que es un duro golpe porque tengo un BMW deportivo”, confiesa a EL PAÍS con una cara que no puede ser más pícara. Hasta ahí las quejas. Tendrá 82 años, acaba de cumplir seis décadas como actriz, está perdiendo la vista y, a veces, conversando se nota un halo de ensimismamiento o quizá un punto de sordera. Pero está claro que nada detiene a la mujer que más veces ha interpretado a una reina, a esta joya británica a la que nunca se le acaban las pilas. O la risa. “Soy la persona menos majestuosa que te puedes echar a la cara”, resume con esa risa rasposa tan suya que empequeñece sus ojos hasta convertirlos en lágrimas de felicidad.
Eduardo de Wessex saluda a Judi Dench en un evento en junio de 2016 en el que la actriz lució 007 con Svarowskis en su espalda y se ve el tatuaje de su muñeca derecha. ampliar foto
Eduardo de Wessex saluda a Judi Dench en un evento en junio de 2016 en el que la actriz lució 007 con Svarowskis en su espalda y se ve el tatuaje de su muñeca derecha.
Su espíritu lo lleva tatuado en la muñeca: Carpe Diem. “Aprovecha el día. No hay tiempo que perder. Me lo hice con mi hija cuando estábamos de compras. Tenía 80 años y de repente me dijo: '¿Estás lista para tener un tatuaje?”, asegura enseñando entre pulseras ese recordatorio de cómo vivir la vida al límite. Acaba de estrenar Asesinato en el Orient Express y está haciendo las rondas típicas de la temporada de premios con otro de sus trabajos reales, Victoria y Abdul, un nuevo retrato de la realeza británica que tantas veces ha interpretado. “¿Cómo me iba a negar? —se ríe la primera que se subió al tren para la nueva versión de la novela de Agatha Christie—. Con esta creo que ya son 10 las veces que trabajo con Ken Branagh. Y el rodaje fue una reunión de colegas donde no tuve mucho más que hacer que estar sentada con un vestuario maravilloso y dos perritos encantadores en un vagón de tren lleno de amigos y sin apenas líneas de diálogo que aprenderme”. Después de conseguir un Oscar como mejor actriz de reparto por el papel más breve jamás galardonado en la historia de estos premios por su interpretación en Shakespeare enamorado y otras seis nominaciones a la misma estatuilla por títulos como Mrs. Brown, Iris o Notes of Scandal, su trabajo en Asesinato en el Orient Express no será el que quede en su obituario. Pero Dench no piensa en esas cosas. “Solo pienso en la suerte que tengo. En lo increíblemente agradecida que estoy de que me ofrezcan trabajo”, asegura.
Sergei Polunin, Olivia Colman, Derek Jacobi, Dame Judi Dench, Kenneth Branagh, Michelle Pfeiffer y Tom Bateman, en el estreno de Asesinato en Orient Express, en Reino Unido.
Sergei Polunin, Olivia Colman, Derek Jacobi, Dame Judi Dench, Kenneth Branagh, Michelle Pfeiffer y Tom Bateman, en el estreno de Asesinato en Orient Express, en Reino Unido. cordon press
Dench ha hecho famosos otros tatuajes más perecederos. El que decía 007 en su espalda trazado con cristales de Swarovski para uno de los estrenos de James Bond, saga en la que inmortalizó una nueva M.
 Y ese que se maquilló en el trasero como si fuera real para expresarle su agradecimiento a Harvey Weinstein, el hombre que apostó por su carrera. 
 Nada más conocerse las denuncias sexuales contra el magnate de Hollywood, la británica dejó claro su “horror” ante los abusos cometidos por el que un día llamó su amigo y no quiere hablar más de ello. 
“Hay veces en las que tienes que lidiar con bullies”, es lo único que añade con pesar
Su vida tiene otro tono. 
Para lo gamberra que aparenta ser, Dench lleva una vida muy organizada.
 Diez minutos de paseo todos los días. “A paso ligero, tengo poco de perezosa”, afirma.
 También a diario aprende una nueva palabra. La de hoy: “Anatidafobia o miedo irracional a que te mire un pato”, se ríe.
 Los martes pinta como lo hicieron su padre, su tío y sus hermanos. Le da igual estar perdiendo visión. “Lo hago por mí, no para que nadie lo vea. Es algo que me da placer”, admite. 
Y el placer es fundamental para alguien como ella, que no disfruta especialmente de su propia compañía.
 Casada durante tres décadas con el también actor Michael Williams hasta su muerte, la actriz no oculta la felicidad que ha vuelto a encontrar junto a David Mills, un naturalista ocho años más joven que ella. 
Dench no juzga, ni a sus personajes ni a ella misma.
 “No pienso en cuestión de edad”, apostilla riéndose de nuevo.
 “Un amigo —como prefiere describir a su compañero— no es más que alguien que está ahí. 
Y ya te digo, yo no soy mi mejor compañía. 
Si estuviera sola sin hacer nada me aburriría soberanamente”.

Risto Mejide mete miedo..................................... Borja Hermoso

De la vuelta de 'Chester' se concluye que Risto es de los entrevistadores buenos.

La entrevista de la madre de las Campos fue una sencilla tonteria, estoy harta que vivan a base de entrevistas , el sábado a su hija mayor que quiso quedar como una actriz erótica o de una chica que estuvo con varios hombres y ahora está sola pero que no paró mientras pudo, no sé si es bueno o malo ni me importa pero viven a todo tren con deudas millonarias. 

Risto y María Teresa Campos en 'Chester'.
 
Para cualquier entrevistador televisivo de por aquí debe de ser una faena tener sobre la cabeza el péndulo de Iñaki Gabilondo, más que una referencia un estigma en el muy difícil género periodístico del tú a tú, donde tantos hacen el ridículo día sí y día también. 
Pero quitando la irremediable evidencia de que en esas lides Gabilondo es Dios o se le parece cantidad, hay que concluir que Risto Mejide es de los buenos, incluso de los muy buenos.

Ha vuelto Chester en Cuatro, y sin filtro, lo que es de agradecer. 
El feroz verdugo de triunfitos reconvertido en sacacorchos de confesiones, lágrimas y revelaciones más o menos exclusivas colocó la palabra Miedo como leit motiv de su regreso en la noche del domingo en Cuatro.
 Miedo era lo que él metía a aquellos pobres diablos que intentaban hacer gorgoritos en busca de una carrera musical, así que de esto sabe bastante.
Era un ogro sin atisvo de espernza para unos chicos que querían empezar en el mundo de la música, pero se casó con una niña marisabidilla y los dos se aprovechan de ello.
Pero más sabe Antonio Pampliega, un tipo que llora ante la cámara como Nureyev volaba por los aires, con una mezcla desarmante de poesía y cojones.
 Al Qaeda lo secuestró en Siria y, de los 299 días que duró su cautiverio, este periodista se pasó 204 a solas en un cuartucho esperando a que lo degollaran. 
“Todos los días durante todos esos meses me estuve preparando para morir”. Eso es miedo. 
Y pensar en lo que estará pensando tu madre, me quedé sin hijo, por ejemplo.
 Eso también da miedo. 
Para más inri, estamos ante un hombre con sentimiento de culpa. “Lo siento”, le dice el héroe Pampliega a su hermana Alejandra, que visita el plató. 
Me interesó ese testimonio mucho un hombre al borde de ser ejecutado eso debe ser terror y ese chico a vuelto a hacer lo que casi le causa la muerte. Dice sin miedo , porque esos quieren que les tengas miedo y claro pasan cosas terribles en nombre de Alá o de Dios.

También ese señor sin rostro capaz de bloquear cuerpos y mentes debió de coger la mano de María Teresa Campos en el trayecto hacia la Jiménez Díaz cuando una isquemia cerebral entró sin llamar a la puerta. 
Se salvó y luce estupenda, pero no hay marcha atrás: “Ese miedo te deja ya tocada”.
 La Campos, también con lágrimas asomando, le revela a Risto cómo ella ya se había autodiagnosticado por adelantado: “Entonces había demasiadas cosas que me hacían daño y yo me decía: te va a dar algo en la cabeza”, y le dio.
Risto Mejide logra, no se sabe bien cómo, que una de las dos reinas de la mañana (la otra es Ana Rosa Quintana y, visto lo visto el domingo, bajo la educada carantoña mutua subyacen soterradas batallas entre las dos damas) hable del suicidio de su marido, José María Borrego, en 1984. 
 El hombre llevaba años con esa idea en la cabeza, “casi desde el principio”, confiesa la invitada. 

Pero también hay sitio para el cachondeo. 
María Teresa Campos cuenta aquella noche en que compartió un porrete con Joaquín Sabina durante una entrevista. “¿Me estás diciendo que estabais fumados durante la entrevista?”, inquiere el lobo feroz no tan feroz. “Pero era por trabajo”, ríe la invitada.
Risto Mejide se hace bastante el actor durante las entrevistas en su sillón Chester, esto va con el personaje, una marca en sí mismo, no se olvide que viene de la publicidad. 
Pero deja hablar con inteligencia y buen tino
. A Risto Mejide, que habla poco, la gente le cuenta cosas. Y eso es lo que cuenta.
 

26 nov 2017

¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de una novela de Agatha Christie? Publicado por Javier Bilbao

¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de una novela de Agatha Christie?

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Solo la Biblia y la obra de Shakespeare la superan como autora más leída de todos los tiempos.
 Se consideraba una artista cuyo trabajo consistía en crear lo que agrade al público, un planteamiento humilde y muy digno que contrasta con el de tantos otros que parecen preferir aleccionarlo y aburrirlo de mil maneras. 
Su propia vida fue también una historia bastante entretenida, pues pasó parte de su infancia en París, fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial (periodo que consideró especialmente gratificante y lleno de sentido), se volvió una entusiasta de la arqueología, se casó dos veces, tuvo una hija, protagonizó algún episodio público notablemente rocambolesco y recorrió de arriba a abajo el Imperio británico en innumerables viajes y estancias que influirían notablemente en sus novelas.
 Aprovechando que acaba de estrenarse con gran éxito una nueva adaptación en los cines, Asesinato en el Orient Express, recordaremos a continuación algunas de las más destacadas para que voten su favorita o añadan la que falta.

Testigo de cargo
Imagen de United Artists
El spoiler es una de las grandes lacras de la sociedad moderna, pisotea nuestras ilusiones arruinando el suspense con el que seguimos una historia y lo peor es que acecha en todas partes. Cualquier comentario en las redes sociales; un tráiler que empeñado en epatar incluya escenas cruciales; a veces la catástrofe puede sobrevenir incluso haciendo una cola y escuchando involuntariamente a los de atrás, pues así es como servidor se enteró del final de El sexto sentido días antes de verla en el cine. Pero este ardid del demonio no es un invento de ahora, la producción en conjunto de Agatha Christie se caracterizaba por plantear un misterio que era resuelto de forma sorprendente e ingeniosa. Un buen ejemplo lo tenemos en esta obra teatral que estrenó en 1953 y que cuatro años después tuvo su adaptación al cine, cuyo cartel precisamente solicitaba al espectador «¡No revele el final… por favor!»
. La cinta contó con Tyrone Power, Marlene Dietrich y Charles Laughton, mientras que la dirección corrió a cargo de un cineasta de trayectoria deslumbrante, que además con ella abría un periodo particularmente fecundo, porque la siguiente fue Con faldas y a lo loco, luego El apartamento y remató con Uno, dos, tres, Irma la dulce y Bésame, tonto. Casi nada.

Agatha
Imagen de First Artists
Esa febril imaginación para idear toda clase de crímenes y conspiraciones se ve que no siempre quedaba circunscrita a su obra literaria. Después de una agria discusión con su primer marido cuando este le pidió el divorcio en 1926, Christie simplemente desapareció de un día para otro. Según la versión oficial tuvo una crisis nerviosa, según otros quiso fingir su propia muerte o secuestro para vengarse de su pareja.
 El hecho adquirió una extraordinaria relevancia pública y movilizó en su busca un amplio despliegue con miles de personas que culminó con su aparición en un hotel once días después, afirmando que no recordaba nada de los días anteriores. 
Pues bien, en este episodio de su biografía que tiene algo de performance de sus novelas se centra Agatha, con Vanessa Redgrave encarnándola y Dustin Hoffman como un periodista americano que le sigue la pista.

Diez negritos
Imagen de 20th Century Fox
Sabemos bien gracias a autores como Christie que el asesino es el mayordomo, así que no es de extrañar que resultara el primer sospechoso a ojos del grupo de invitados en esta solitaria mansión. Todos tienen un pasado y uno a uno están siendo asesinados, así que recelan unos de otros y los espectadores de todos ellos. 
La novela, publicada en 1939, tuvo un éxito descomunal desde entonces y se estima que ha vendido más de cien millones de copias. Apenas seis años después tuvo la que es considerada la mejor adaptación, que ha pasado a ser de dominio público y pueden por tanto verla aquí.


Muerte en el Nilo
Imagen de Paramount Pictures

El citado Charles Laughton fue el primer actor en encarnar a Hércules Poirot, pero el que asoció su rostro en el imaginario colectivo al sagaz detective belga fue Peter Ustinov
Este director de cine, guionista, columnista, presentador de televisión, rector universitario y actor se repartió en mil actividades, pero siempre fue fiel a este personaje al que interpretó en seis ocasiones. Como en el universo de Christie todo parece estar conectado por hilos invisibles, Ustinov estuvo casado con la hermana de Angela Lansbury, que no solo aparecía en esta y otras adaptaciones, sino que unos años después se consolidó como la protagonista de Se ha escrito un crimen, inspirada en el personaje de Miss Marple.
 De esta película, Muerte en el Nilo, acaba de anunciarse una nueva versión aprovechando el éxito internacional que ha tenido Asesinato en el Orient Express, con la que comparte fórmula, siendo un barco en lugar de un tren el escenario del crimen y la posterior investigación.

Muerte bajo el sol
Imagen de EMI Films
Si en la anterior Ustinov estrenó el personaje, en esta cinta de 1982 lo interpretó por segunda vez. Ahora la acción se sitúa en un hotel de los Balcanes (aunque en realidad se rodó en Mallorca), donde se ha cometido un crimen y hay nueve sospechosos, cada uno con sus particulares motivos para haber estrangulado a la víctima.

El espejo roto
Imagen de EMI Films
Esta vez es Angela Lansbury quien se pone en la piel de Miss Marple, acompañada de un plantel de estrellas considerable aunque ya en su ocaso, como Elizabeth Taylor, Rock Hudson o Tony Curtis. A un apacible pueblo inglés llega un equipo de Hollywood para rodar una película de época, uno de sus miembros muere envenenado y por ahí está Marple para investigar el asunto.

Asesinato en el Orient Express
Imagen de EMI Films
Concluimos con la versión de 1974 de la historia que ahora está en los cines. 
Entonces, igual que ahora, se logró reunir un reparto con grandes nombres de la historia del cine, como Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery o Anthony Perkins. Albert Finney fue quien dio vida a Poirot (cuatro años después rechazó el papel de Muerte en el Nilo, cediendo el sitio a Ustinov) y en la dirección estaba Sidney Lumet.
 Respecto al argumento, quién no lo conoce, probablemente la novela más celebrada de la autora tras Diez negritos. De nuevo un entorno claustrofóbico, un crimen, un grupo nada cohesionado en el que nadie inspira confianza y una ingeniosa solución que sabe trazar las conexiones entre pistas diseminadas.





Cuando tenías miedo de perder el billete de vuelta...... Iñigo Domínguez

Volar tenía antes algo de vivencia única.

 Hoy viajamos tanto que muchos ni miran por la ventanilla. Lo que era cutre ahora es normal, y lo normal es un lujo.

Vuelo de Transocean Airlines, pionera en los vuelos baratos entre  1946 y 1962.
Vuelo de Transocean Airlines, pionera en los vuelos baratos entre 1946 y 1962. Michael Ochs Archive (Getty)
Todo lo bueno que tenía antes viajar en avión hoy es pecado o engorda: hasta se podía fumar y te daban de comer.
 Ahora aquello forma parte de un mundo antiguo, borrado por la masificación o democratización del viaje, según se vea.
 Era algo romántico, maldita sea.
 Primero, porque era inalcanzable, una experiencia rara, algo que llegaba por supuesto con la mayoría de edad.
Se iba a la agencia, el único lugar donde tenían acceso privilegiado a un mundo oculto de compañías y destinos exóticos. 
Hasta tenías que conocer a alguien para que te buscara buenos precios. 
Aparecían anuncios de ofertas del último minuto en la primera página de este periódico.
 Ah, aquellos billetes de varias hojas con papel carbón.
 El pánico por perder el pasaje de vuelta, que se guardaba en lo más recóndito del doble fondo de la maleta.

Volar tenía antes algo de vivencia única y placentera, desde ser tratado con deferencia por una especie de mayordomos de uniforme hasta ver las nubes como un espectáculo irrepetible. 
 Hoy viajamos tanto que la gente prefiere el pasillo y muchos ni miran por la ventanilla.
 En cuanto a la atención, digamos que se ha convertido en un simple servicio de venta cuando no en una banda de atracadores organizados.
Cuando anunciaron que cobrarían por comer a bordo sonó como una cosa increíble e incluso intolerable.
 Al menos yo pensé que nadie pasaría por el aro, aunque también creí que el palo-selfie estaba condenado al fracaso. 
Recuerdo el primer vuelo bajo esas normas: fue asombroso descubrir que la gente estaba dispuesta a pagar, y precios astronómicos, por algo de picar. 
 Pero es que el low cost llegó a España en otra época, cuando creíamos que éramos ricos. 
 El despegue y aterrizaje de las líneas baratas, en sus etapas de fascinación, saturación y normalidad, ha coincidido con el auge y caída de la economía española.
 Un ciclo del que hemos salido como en todo lo demás: lo que era cutre, ahora es normal, y lo que era normal, ahora es un lujo. Somos nosotros los low cost.
Sí, hubo un momento de efervescencia inicial muy comprensible, porque aquello era realmente increíble: tenías amigos que de repente se iban a Londres por 1 euro.
 O aparecían en Tallin, Estonia, por 15 euros, sin que en su vida se hubiera planteado ir a tal sitio, en el caso de que hubieran sabido de su existencia, y mucho menos por ese precio. 
Una vez alcanzado el destino, quizá se preguntaban qué demonios se les había perdido allí, un tipo de situación en la que se encontró mucha gente en aquella época.
En su mayoría eran jóvenes, y era divertido. 
España estaba en un momento de euforia económica y esto de viajar donde te diera la gana como un millonario formaba parte del pack.
 El dinero ya no era un problema.
 Aunque había un precio, claro: había que hacer carreras para coger sitio, eran vuelos ruidosos, te volvían loco con la megafonía y había mucha letra pequeña, tenías que saberte los trucos. 
Además, por ese mismo espíritu de los tiempos, rápidamente tomó forma la idea de que ibas en esos aviones solo si no podías pagarte otro, era una cosa de adolescentes.
Enseguida quedó claro que había un cierto tipo de gente, bien vestida, señores y señoras de toda la vida, que no se veía en esos vuelos mezclándose con la chavalería y fijándose en los detalles de la reserva. 
Se hablaba de estos vuelos con horror, como si fuera transporte de ganado, hasta que llegó la crisis y quedó claro que muchísima gente, en efecto, no podía pagarse otro vuelo.
Fue precisamente entonces cuando algunas de estas compañías se volvieron malas, de maldad, quiero decir.
 Cuando para mucha gente viajar así no fue una elección, sino que no tenían más remedio.
 Ahí estas líneas aéreas se frotaron las manos y se pusieron chulas. De repente ya no eran empresas de colorines enrolladas, no, llegaron a ser un pelín nazis.
Te llegaban historias terribles de azafatas bordes con las maletas, controles sádicos en la puerta de embarque, viajeros abriendo equipaje en el suelo, sacando calzoncillos y bragas a la vista de todos, porque superaban el peso admitido en algunos nanogramos. Se veía que lo hacían con mala leche, con voracidad recaudatoria, y sospechabas que tenían directrices claras de ir a pillar a los incautos. Sí, debo confesar que en algún momento yo mismo monté pollos e hice necesaria la presencia de la Guardia Civil.
 Porque, en cuanto protestabas, estos tipos llamaban a seguridad. También he visto cómo una mujer vomitaba porque se sentía mal, pedía un vaso de agua y se lo cobraban.
Prueba más de la perversidad humana, las compañías de toda la vida empezaron a copiar estas técnicas, porque vieron que colaban. 
Empezó a diluirse ese estatus de clase que les diferenciaba, esos aires que se daban de que ellos eran otra cosa.
 Como en muchos otros ámbitos, nunca sabremos si fue la crisis o se aprovecharon de ella.
 Así conocimos el síndrome de la clase turista, que te daba el telele por ir encogido con las rodillas en el esternón durante dos horas.
Como colofón, los atentados del 11-S cambiaron definitivamente lo que era viajar: empezamos a despelotarnos todos en los controles de seguridad y un día no nos dejaron ni el agua.
 Al ver esas montañas de botellas y botecitos confiscados, todos hemos pensado que en cada aeropuerto del mundo se han mantenido decenas de familias con un fructífero mercado negro de bebidas, cosméticos y colonias 

Entre todas estas mezquindades, mi favorita es la de reclamar, un camino a lo desconocido donde era posible no llegar a hablar nunca con un ser humano. Una vez me carteé durante semanas con un robot de Iberia —tenía nombres, apellidos y cargo, pero estoy seguro de que era un robot—. Fue inútil intentar razonar con este ser o entidad. IIntuyo que en algún momento en estas compañías se dieron cuenta de que se estaban pasando tres pueblos, ellos que habían acercado puntos del mapa tan extraños como Girona —­si bien haciéndola pasar por Barcelona— y Chisináu
 Y otra vez, de repente, cambió el trato. 
Fue hace unos años. Se dejaron de ver broncas en las filas. 
También debió de ser porque nos fuimos acostumbrando, obedeciendo, y ya no nos reñían: cualquiera se sabe ahora de memoria medidas y kilos autorizados de las maletas.
 Han logrado crear un tipo de viajero algo malhumorado que es capaz de reducir al máximo su número de camisas y hacer fila una hora antes.
 Ha costado, pero ya funciona todo como un reloj, y es verdad que podemos ir a cualquier sitio.
 También es verdad que ya todos los lugares se parecen, hacemos más o menos los mismos viajes y no te apetece nada ir a Tallin, Estonia.
 Quizá sea el momento de ir.