Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 nov 2013

La odisea de un amuleto


La modelo Poppy Delevingne viste camisa con cuello redondo en algodón blanco de Y-3. Pendientes y brazalete en cobre de Jennifer Fisher Jewelry. / Fotografía de GUY AROCH / Estilismo de ALMUDENA GUERRA

Si Jennifer Fisher hubiera vivido en la Europa medieval, probablemente habría encargado un anillo sello de los que llevaban algunos caballeros con las iniciales grabadas en caligrafía historiada.
 Pero cuando esta californiana de nacimiento (y neoyorquina de adopción) trataba de perpetuar un recuerdo en forma de joya, en 2005, no encontró nada a su medida.
Licenciada en Empresariales y estilista de series televisivas, esta decidida rubia no pensó en rendirse. Su espíritu de lucha estaba fuera de duda.
 A los 30 años, al poco tiempo de haber conocido al hombre que acabaría por convertirse en su esposo, Fisher fue diagnosticada con un sarcoma, había peleado contra el cáncer sin dejar de trabajar ni un día y cuando su oncólogo le desaconsejó que pasara por un embarazo (el estrógeno podía reactivar la enfermedad) buscó con ahínco un vientre de alquiler.
 Hubo dos intentos fallidos, parecía que sus óvulos habían quedado afectados por la intensa quimioterapia. Mientras buscaba una mujer parecida a ella que pudiera ser donante se quedó embarazada, y nueve meses después nació Shane.
 Pero la chapa-amuleto con la que quería celebrar a su hijo no existía ahí fuera, así que decidió diseñarla y hacerla. “Llevaba ese amuleto en una cadena muy larga, y aquello se convirtió en el centro de todas las conversaciones. Una y otra vez me preguntaban por mi colgante, que dónde lo había comprado y si podía conseguirles uno, así que empecé a hacerlos y venderlos”, cuenta sentada en su estudio del Soho una tarde de septiembre.
Han pasado siete años, y Fisher sigue fabricando sus piezas de oro en el distrito joyero de Manhattan. Una segunda línea en latón pulido se hace en Rhode Island. Las chapas grabadas y personalizadas forman parte de los cerca de 4.000 artículos con los que cuenta su marca, desplegados en las vitrinas de terciopelo negro que rodean su estudio neoyorquino. “Son alhajas que representan algo para quien las lleva”, dice. Una metáfora, alusión o resumen personal e intransferible.
Todos se pueden poner una gran pieza, pero eso no expresa tu personalidad”
Fisher lleva una coleta y poco maquillaje, pantalones de aire motorista, botas, una camiseta escotada de tirantes y una chaqueta verde guateada
. A este conjunto sobrio, práctico y urbano ha añadido más de dos decenas de piezas de joyería. 
De la cadena dorada cuelgan 15 amuletos, varias chapas de oro y círculos, con distintas leyendas y fechas, colgantes con forma de ramas y siluetas de formas geométricas con pequeños diamantes, lleva brazaletes en distintos tonos de oro, uno de los cuales está unido a uno de los anillos que decoran sus manos
. Por difícil que parezca, el caso es que el estilismo resulta armonioso, y nada estridente ni opulento.
 “Es cuestión de crear capas, como con la ropa, pero con joyas.
 Mi idea siempre es que haya múltiples anillos, pulseras o amuletos y que puedas ponerte uno o diez, combinarlos como quieras y ponértelos sin parar”, explica. “Todo el mundo se puede poner una sola gran pieza, pero eso no te permite expresar tu personalidad, aportar algo tuyo”
. Cuenta que esa misma mañana vio en la cola del supermercado a una mujer que llevaba sus diseños y, aunque feliz al verlo, no se atrevió a decir nada.
 A veces no acaban de convencerle las combinaciones que sus clientas hacen, pero a esta estilista retirada le gusta que su marca ofrezca la libertad necesaria para que cada cual se exprese como quiera.
Es precisamente esa combinación o mezcla de piezas, ese arte casi mágico, el principio que rige el trabajo de Fisher. Sus joyas se venden en los almacenes Bar­­neys New York, en su estudio y en su página web. “Cerca del 95% de nuestro negocio es comercio electrónico”, dice antes de añadir que en el nuevo portal que lanzará a mediados de octubre, los clientes podrán experimentar, probar y crear combinaciones virtuales. También anda buscando un local en el barrio neoyorquino de Meatpacking, porque piensa que una tienda es un paso definitivo para legitimarse
. Dentro del estilo Fisher –sobrio, urbano, geo­­mé­­trico, con un muy tami­­zado aire femenino y sin apenas colores– hay espacio pa­­ra apropiarse de las piezas, no solo mediante la compra, sino por medio de la combinación y del grabado, dos viejas costumbres en el arte de la joyería a las que ella ha sabido darles un giro particular.
La nominación en 2012 de su marca como una de las 10 finalistas al programa de ayuda a firmas emergentes del Council of Fashion Designers of America (CFDA) fue un paso definitivo para reafirmar su empeño. Este otoño viajará a París amparada por la organización. Aunque sus joyas se venden por todo el mundo gracias a Internet, la californiana siente que ha entrado en una nueva liga.
Camisa vaquera de Levi’s. En la mano derecha, anillos de bronce con doble calavera, con forma de escudo y doble calavera con ojos de circonitas negras.
 En la mano izquierda, anillo con forma de tabla, con doble calavera y con forma de serpiente. Todos de Jennifer Fisher Jewelry. / Fotografía de GUY AROCH / Estilismo de ALMUDENA GUERRA
Habladora, cálida y expresiva, Fisher cuenta que hasta que empezó a diseñar nunca había usado joyas. “Lo que veía por ahí me parecía muy comercial. Crecí en California y no conectaba con los grandes nombres”, explica.
 “Es algo muy personal. Nadie las lleva de la misma manera, para determinada gente tiene que ver con la marca, como símbolo de estatus, se trata más de demostrar riqueza que de otra cosa”. 
La sensibilidad de Fisher está en las antípodas de esto. 
Dice que diseña pensando en lo que a ella le gustaría ponerse, encuentra inspiración en las formas geométricas, en los edificios, tanques de agua y aceras de Nueva York
. No se fija tanto en lo que llevan las chicas, pero esta ciudad y sus mujeres son el contexto indiscutible y el público de sus creaciones: “Hay un halo de poder en torno a ellas, las mujeres aquí son duras y se merecen todo mi respeto
. Las joyas, muchas veces sirven como una armadura”, reflexiona.
Alicia Keys, Beyoncé y Rihanna forman parte de las extensa lista de clientas famosas de Fisher, en la que también se encuentran Liv Tyler o Naomi Watts.
 Dice que encuentra interesante el carácter algo provocador y arriesgado que las cantantes negras han infundido a su marca, curiosamente más asociada a las estrellas de la música que a las del cine. “Las estilistas juegan un papel fundamental en todo esto, porque son quienes llevan tus piezas a sus clientas.
A Rihanna, yo no la conocía, y un buen día me llamó por teléfono una dependienta de una de mis tiendas favoritas del Soho.
 Era amiga de Rihanna del colegio y me dijo que si podían subir a verme a mi estudio”.
Las joyas, según Fisher, deben reflejar tu personalidad, y ella no tiene miedo de expresar su fuerza, sin atisbo de cursilería.
 Franca, abierta, decidida, entre su selección de colgantes no hay animalitos, ni flores. Rechaza de plano las piedras preciosas: “Para mí, representan el mundo de las tendencias en joyería, y por eso no trabajo con ellas. Yo quiero hacer algo que sea un clásico y que quien lo compre no acabe metiéndolo en un cajón porque se ha pasado esa moda. Estas piezas son caras y deben durar más allá de la tendencia”. Las calaveras son uno de sus símbolos favoritos
. Las emplea en pulseras, colgantes y anillos, pero rechaza la etiqueta de gótica o punki. “Crecí en una zona con fuerte presencia mexicana. Una de las caligrafías que empleo se llama letra mexicana”, dice. “Siento que las calaveras dan buena suerte, y son un recordatorio de que al final todos somos iguales, tenemos los mismos huesos bajo la cara”
. Antes de despedirse, Fisher elabora un poco más: “Las joyas han estado ahí siempre.
 Hay un deseo universal por ellas que se remonta a la antigüedad y abarca todas las culturas, pero los adornos expresan tu individualidad”.

Deneuve sigue riendo

Es una película de carretera de libro: trayecto físico y moral de una mujer a la que le cambiará el sentido de la existencia durante el viaje.

 

Catherine Deneuve, en 'El viaje de Bettie'.

Tras una interminable serie de papeles solemnes, la mítica Greta Garbo, rictus perdonavidas, mirada de acero, soltaba de pronto una carcajada en su primera comedia, Ninotchka, y los medios de comunicación y mercadotecnia no tuvieron más remedio que coincidir: "¡Garbo ríe!".
 Acontecimiento. Algo que casi podría repetirse con otra actriz asentada en semejante tipo de gesto, esta vez el de hielo, y que, sin embargo, en una sorprendente última parte de su carrera, recién entrada en la setentena de edad, ha venido a soltarse el pelo de una forma tan inesperada como reivindicable.
 Así, El viaje de Bettie es Deneuve; la nueva Deneuve, payasa, desinhibida y auténticamente graciosa.
La película, cuarto largo de la también actriz y guionista Emmanuelle Bercot, de la que ya se estrenó el año pasado la olvidable Los infieles, es una película de carretera de libro: trayecto físico y moral de una mujer a la que le cambiará el sentido de la existencia durante el viaje; y retrato de la sociedad contemporánea a través de sucesivos encuentros con variopintos personajes que acaban conformando un estado de la cuestión, en este caso la Francia de la crisis económica, el cuestionamiento moral y la debacle política.
 Un trabajo que, a pesar de su puesta en escena, que no es ni clásica ni académica sino sencillamente pedestre (hay hasta un reencuadre con zoom que parece sacado de un vídeo de la primera comunión), y de que el encaje final de las historias resulta algo forzado, consigue atrapar por la naturalidad, la cercanía, la carnalidad y la ternura con las que se desenvuelve Deneuve.

Laurie Anderson escribe sobre los últimos días y la muerte de Lou Reed

La viuda del cantante cuenta sus últimos momentos en Long Island en un medio local

La artista publica una carta en el semanario 'East Hampton Star.

Laurie Anderson y Lou Reed. / Vicens Gimenez

La artista Laurie Anderson, viuda de Lou Reed, ha publicado este jueves 31 de octubre un obituario en un semanario estadounidense local, East Hampton Star:
A nuestros vecinos:
¡Qué otoño tan maravilloso! Todo reluciente y dorado y toda esa increíble luz suave. El agua nos rodea.
Durante los últimos años Lou y yo pasamos tiempo aquí, y aunque somos gente de ciudad este es nuestro hogar espiritual.
La semana pasada le prometí a Lou que lo sacaría del hospital y volveríamos a casa a Springs. ¡Y lo conseguimos!
Lou era un maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí feliz y deslumbrado por la belleza y el poder y dulzura de la naturaleza. Murió el sábado por la mañana mirando a los árboles y haciendo la famosa posición 21 del tai chi con tan solo sus manos de músico moviéndose en el aire.
Lou era un príncipe y un guerrero y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo llenarán a muchas personas con la extraordinaria alegría de vivir que él tenía. Larga vida a la belleza que desciende y perdura y que se adentra en todos nosotros.
Laurie Anderson
Su amante esposa y eterna amiga

 

Una leyenda que palidece............crítica de 'pacto de silencio'..............Carlos Boyero..

Desde que la cirugía estética se ensañó brutalmente con su hermoso rostro, tengo un notable problema con Robert Redford.

Es triste no queer envejecer en sus películas con Paul Newman  que estás en los cielos, se veían dos guapos hombres, pero como Newman ninguno. Redford quedó estancado en su película el Gran Gastby, no en Memorias de Africa pero no ha sabido o no ha podido envejecer con "estilo".

 


Desde hace bastante y lamentable tiempo, desde que la cirugía estética se ensañó hasta extremos brutales con su hermoso rostro y con su expresividad, tengo un notable problema con el actor Robert Redford.
 Y es que sufro cuando le veo actuar en la pantalla, tengo la sensación de que estoy ante una máscara hierática intentando en vano reflejar sentimientos. Y fue durante muchas décadas un tipo al que daba gusto mirarle y escucharle, una estrella que justificaba el precio de la entrada, pero el comprensible pavor a la decrepitud por parte de este magnífico actor y duradero sex-symbol y los medios que ha empleado para disfrazar el envejecimiento no le han hecho ningún bien a su legendaria figura.
 Ignoro si hombres tan espectaculares como Cary Grant, Paul Newman, William Holden o Sean Connery recurrieron en su crepúsculo físico al rejuvenecimiento facial, pero si así fue no se notaba, les operaron muy bien.
Redford, que produce y dirige Pacto de silencio, se ha empeñado también en protagonizarla
. Imagino que convencido de que su presencia sigue manteniendo el antiguo e irresistible gancho comercial. Y ocurren cosas extrañas con su personaje.
 Tiene una hija de 11 años, hace footing, salta vallas, su vestuario abusa de vaqueros, sudaderas, zapatillas y gorras de béisbol. Todo muy natural, pero a mí me resulta forzado. Nunca logro olvidarme de que este señor tiene 77 años, una edad adecuada para ser el abuelo de la niña y no su padre
. El simplista esquema de creértelo o no creértelo, para mí sí es el principio fundamental en esa ficción llamada cine. Da igual que lo que me cuenten sea ensoñación o realismo, mentira o verdad.
PACTO DE SILENCIO
Dirección: Robert Redford.
Intérpretes: Robert Redford, Susan Sarandon, Shia LaBeouf, Julie Christie, Sam Elliot, Chris Cooper, Anna Kendrick, Brendan Gleeson.
Género: thriller político. EE UU, 2012.
Duración: 121 minutos.
Sin embargo, el director Redford, que sabe tanto del arte de interpretar, tiene un gusto exquisito al elegir a los mejores actores y actrices para que acompañen en papeles de reparto al actor Redford. Ver juntos a veteranos tan gloriosos como Susan Sarandon, Julie Christie, Nick Nolte, Richard Jenkins, Brendan Gleeson, Stanley Tucci, Sam Elliot y Chris Cooper supone algo más que un acierto de casting: es un lujo impagable.
Aclarada esta virtud, no encuentro muchas más en esta película discursiva y plana, carente de fuerza y de complejidad aunque el argumento diera para mucho
. Lo protagoniza gente que militó en la izquierda, el pacifismo, los movimientos radicales, o la subversión armada durante la década de los setenta y su situación en la actualidad. El FBI y la policía creen haber reconocido la nueva identidad de las personas que en aquella época asaltaron un banco, mataron a un guardia de seguridad y demolieron con bombas un edificio gubernamental. La vieja persecución vuelve a comenzar contra los presuntos culpables, gente que se ha integrado en el sistema que antes combatieron, o que sobreviven como pueden en él.
 Y piensas lo que podría haber logrado con esta temática un director como Sydney Pollack.
 Pero, como es habitual en el cine que dirige Redford, el planteamiento es muy superior a su desarrollo.