Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 sept 2012

IDA Y VUELTA Una plaza de Ámsterdam Por Antonio Muñoz Molina

No hay muchas cosas que sean de verdad imprescindibles en la vida, pero quizás una de ellas sea una buena plaza

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Imagen captada en 2010 en la plaza Spui de Ámsterdam. / Foto: Jean-Pierre Lescourret / Corbis
Llegué a Ámsterdam a mediodía y me senté en la terraza de un café a esperar a la persona con la que estaba citado. La sombra del toldo aliviaba el calor de agosto, mucho más respirable que el de Madrid, con un punto de humedad en el aire.
Pedí una cerveza y un sándwich de salmón ahumado viendo pasar junto a mí el río continuo y tranquilo de las bicicletas. En la plaza de forma irregular predominaban los toldos de varios cafés y los de una gran librería que se llama Athenaeum, que tiene al lado una de esas grandes tiendas de revistas y periódicos internacionales tan estimulantes para la mirada como puestos de fruta.
Los carriles espaciosos de las bicicletas discurren junto a las aceras y están muy bien marcados.
 Aparte de los carriles la plaza tiene un adoquinado en forma de abanico cruzado por los raíles relucientes de los tranvías. En su centro hay una escultura sobre un pedestal, pero es la escultura menos imponente del mundo: un niño de bronce de menos de un metro de altura. Como el pedestal tampoco es muy alto a lo largo de los días la gente se sube a la estatua a colgarle cosas.
 El fin de semana pasado unos juerguistas le pusieron un gorro de lana con orejas de gato. Hacia media mañana un camarero del café Luxembourg se acercó con una silla del café y se subió a ella para quitarle el gorro a la figura de bronce. Hace un par de días vinieron a ponerle una camiseta roja, con unos letreros en holandés de los que sólo pude deducir que anunciaban un teatro.
No hay muchas cosas que sean de verdad imprescindibles en la vida, pero quizás una de ellas sea una buena plaza. Una plaza que abarque el mundo y a la vez le ponga límites razonables.
 Una plaza que sea un paréntesis y también un cauce, porque uno quiere que las cosas estén ordenadas y sean familiares y al mismo que fluyan; uno quiere ver caras conocidas y caras desconocidas, confortarse con lo reconocido y estimularse con lo nuevo, sentirse en casa y también sentirse un poco o bastante extranjero. Yo me siento por la mañana a desayunar en el café donde me senté el primer día y al repasar con la mirada todos los elementos de la plaza a los que ya me he acostumbrado —los toldos, las bicis, los tranvías azules y blancos que se cruzan en dos direcciones, la librería, el muro de la iglesia cerrada, la gente que charla a mi alrededor en varias lenguas y la que pasa más bien perdida, mirando mapas, acercándose a la estatua— me acuerdo de algunas de las plazas en las que más he disfrutado en la vida, y me parece que ésta hubiera sido diseñada de acuerdo con mis indicaciones más precisas.
Es armoniosa, pero no es uniforme. En algunas plazas mayores españolas o francesas muy celebradas hay una monotonía algo cuartelaria
. En ésta la armonía proviene de las variaciones, no de la repetición; variaciones sobre temas muy definidos: los cafés, las alturas de tres o cuatro pisos, las tonalidades del ladrillo rojizo, los ángulos de las esquinas, ninguno de los cuales es un ángulo recto, los árboles. Grandes lámparas como de los años veinte o treinta cuelgan de cables tendidos de un lado a otro por encima de la trama de cables de los tranvías. Pasan coches, motos, camiones de reparto, pero pasan pocos y a poca velocidad y ninguno se queda aparcado. Hay en seguida algo fantasmal en las calles peatonales: si el tráfico se limita de manera estricta no creo que sea un inconveniente. Tampoco es una plaza que esté arquitectónicamente detenida en el tiempo: el tono visual lo dan las casas estrechas y altas del siglo XVII, las casas torcidas en diversas direcciones como en un cuadro de Chagall, pero hay también una que tiene la opulencia burguesa de principios del XX, y otra en una esquina con las líneas de sólido racionalismo de los años cincuenta.
 Sobre algunas fachadas hay letreros luminosos con nombres de cafés o de marcas de cerveza. Todas las casas tienen ventanas muy grandes, con marcos de madera blanca que establecen un ritmo visual binario con el rojo de los ladrillos. Los árboles llegan a la altura de los tejados puntiagudos.
 Cuando una nube oscurece el día y sopla el viento que anuncia un breve chaparrón las copas de los árboles adquieren una movilidad como de grandes organismos submarinos.
Hacia un lado en el que la plaza se estrecha aparecen mercados distintos casi cada día. Mercados de alimentos, de libros de segunda mano, de cerámica, de láminas de arte. También hay un kiosco en el que unas señoras maduras con mandilones impolutos venden comida rápida holandesa para tomar sobre la marcha, croquetas, patatas fritas, arenques ahumados.
 En la zona del mercado o al pie de la pequeña estatua se instalan a veces músicos callejeros.
 El otro día empezó a tocar un guitarrista de jazz y al rato se le había añadido otro guitarrista, y luego un contrabajista que suele andar por aquí, y por fin un saxo alto.
 Mientras seguía la música encontré un libro del que había tenido referencias aquí y allá, pero que nunca había visto: The Fatal Impact, de Alan Moorehead, una crónica del efecto devastador que tuvo sobre las sociedades de la Polinesia la llegada de las expediciones europeas, empezando por el viaje de Cook a Tahití en 1769. Terminaron de tocar y el contrabajista se echó su instrumento a cuestas, como una puerta o un armario, y se marchó haciendo equilibrios sobre su bicicleta.
En las terrazas de los cafés la gente se sienta mirando hacia la plaza, en varias filas de veladores y sillas, como el público en un teatro. En los bancos del centro se sientan los que no tienen dinero para sentarse en el café o no quieren gastarlo. Alguna mañana, muy pronto, se sienta en un banco una de esas parejas de almas perdidas que hay en todas las ciudades, yonquis de cierta edad con el pelo sucio y chaquetas vaqueras, hombre y mujer, liándose un porro con manos temblonas y expertas.
La rueda de las horas va trayendo gente distinta y nuevas tareas y sonidos a la plaza
. Según cae la tarde y se encienden los luminosos, al ruido intermitente de los tranvías se mezcla el de los bebedores que desbordan las mesas de los cafés y toman cerveza de pie en la acera.
 No molestan porque no hay música amplificada.
 El clamor de las voces es el sonido de fondo del que me olvido mientras escribo, junto a una ventana alta que da a los tejados de la plaza, una de esas obras maestras de la arquitectura urbana que se ha ido haciendo a lo largo de los siglos, sin que la planificara nadie, casi con la indeterminación reglada de un ecosistema saludable, según decisiones singulares que se van agregando en un vago propósito común, en un acuerdo implícito sobre la fisonomía de la ciudad y las maneras diversas de vivir y trabajar y moverse y no hacer nada que caben en ella. Una plaza es un acuerdo que ha salido bien y que lleva durando mucho tiempo.
antoniomuñozmolina.es/

Bueno, esto es un retrato desde el aburrimiento de una ciudad desarrollada del Norte de Europa. No se como bien, el pescado es gelatinoso, hablan como si se hubieran tragado una espina.

Alguien dijo de Luemburgo que era como un Valium gigante y se enfadaron mucho, pero es que a las 4 de la tarde es de noche, donde vas?.

Comer no se come bien esa austeridad es tacañería, no ponen postres, la fruta no abunda, La gente no viste bien en casi ninguna ciudad Europea. y son cursis.

La Plaza, de Amsterdam es una plaza para los yonkis que de tan colgados que están no saben salir de ella, yonquis que debieron empezar hace más de 40 años y ahí siguen.

Para comer bien vestir bien y pasarlo en grande mejor no ir muy al Norte. UFFF!!! aburrimiento terrible!!, y no hablas Antonio de los Diamantes rojos, por la sangre, en la famosa fábrica de Diamantes justo delante del museo de Van Gohc

El hechizo de las listas de cine

EL PAÍS invita a los lectores, a partir del lunes, a elegir la mejor película de la historia.

Como adelanto, un análisis sobre el eterno embrujo de las listas

La votación comenzará el lunes a las nueve de la mañana.

 

Es un ejercicio sencillo solo en apariencia. Meditar unos minutos, sacar papel y lápiz o, en su defecto, teclear un par de tuits, y aventurar la lista de las mejores películas de todos los tiempos.
 Sí, sí, conviene no ponerse nerviosos, las listas, ya se sabe, provocan un sentimiento muy acorde a nuestros tiempos: ansiedad. Ansiedad al elaborarlas, al conocerlas, al rebatirlas, al compararlas y, finalmente, al olvidarlas. Pasado el agobio, la elaboración de un ránking tan solo debería ser una vía más para hablar y discutir sobre una pasión común: el cine.
Así ha ocurrido este verano con la publicación de la conocida lista de las mejores películas de la historia del cine de la revista británica Sight & Sound, probablemente la más prestigiosa que existe en la actualidad y que se anuncia cada década desde 1962. Elaborada en esta ocasión con los votos de casi 900 especialistas de 73 países de todo el mundo, por primera vez la eterna nº 1 de todas las listas de cine, Ciudadano Kane, era apartada del pódium por Vértigo, obra cumbre de Alfred Hitchcock que llevaba tiempo pisándole los talones a la ópera prima de Orson Welles.
En un registro más humilde, EL PAÍS ha decidido confeccionar la suya propia con los votos de sus lectores y partiendo de la base de un catálogo que se efectuó en agosto de 2010 para El País Semanal a partir de una encuesta con 100 profesionales del cine hispanos.
 Entre las películas elegidas entonces estaban, además de Ciudadano Kane y Vértigo; otros clásicos incontestables que forman parte de algunos de los episodios de mayor esplendor de la historia del cine, como Amanecer, de Murnau; Luces de la ciudad, de Chaplin; Ocho ½ , de Fellini; El ladrón de bicicletas, de De Sica; Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen y Gene Kelly; El apartamento, de Billy Wilder; Ser o no ser, de Lubitsch; Los 400 golpes, de Truffaut; 2001: una odisea del espacio, de Kubrick; Annie Hall, de Woody Allen; El río, de Jean Renoir; Una mujer bajo la influencia, de Cassavettes; Centauros del desierto, de John Ford; Ordet, de Dreyer; Al final de la escapada; de Godard o El padrino, de Coppola. El cine español también estará representado por películas fundamentales como El verdugo, Plácido y ¡Bienvenido, míster Marshall!, de Berlanga; Viridiana, El ángel exterminador y El discreto encanto de la burguesía, de Luis Buñuel; ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y Átame, de Pedro Almodóvar; Los santos inocentes, de Mario Camus; El espíritu de la colmena, de Víctor Erice; El día de la bestia, de Alex de la Iglesia y El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez.
La invitación de EL PAÍS va más allá del mero juego y pretende brindar también una ocasión para que el lector se adentre en algunas joyas de la historia del cine
Sea cual sea el resultado final, la invitación de EL PAÍS va más allá del mero juego y pretende brindar también una ocasión para que el lector se adentre en algunas joyas de la historia del cine.
 Un arte que muchos aprendieron a conocer tachando una a una la lista de Las 100 mejores películas de John Kobal, elaborada a finales de los años ochenta a partir de una encuesta a 100 críticos y cinéfilos de 22 países y en la que se podía cotejar, por ejemplo, las películas favoritas de Susan Sontag frente a las de Bertrand Tavernier. Entre ambas, por cierto, una sola coincidencia: La regla del juego, de Jean Renoir.
Sontag advertía modestamente en un breve texto a pie de página que, por supuesto, ella hablaba de sus películas favoritas, las cuales, a su juicio, “no pertenecen a la lista de las 10 mejores".
 Tavernier, modestia aparte, extendía su lista hasta 15 y, en el mismo volumen, Guillermo Cabrera Infante se salía por la tangente con uno de sus felices malabarismos:
“¿Por que diez? ¿Por qué no 20, 100 o 100.000? Ahora en el invierno de nuestra satisfacción todos somos, como le gusta decir a Langlois, una cinemática de la mente”.
Pero todo esto fue mucho antes de la era del “me gusta” y “no me gusta”, aunque ya predijera Roland Barthes en 1975 esta manera de clasificar el mundo:
 "Me gusta, no me gusta: esto no tiene la más mínima importancia para nadie; aparentemente, no tiene sentido. Y, sin embargo, todo esto quiere decir: mi cuerpo no es igual que el tuyo
. Así, en esta espuma anárquica de los gustos y las repelencias, especie de plumeado distraído, se va dibujando poco a poco la figura de un enigma corporal, que invita a la complicidad o a la irritación"
La avidez de la relación nos empuja a menudo a leer también las listas prácticas como si fueran lista poéticas, en realidad, lo que distingue una lista poética de una lista práctica es solo la intención con que la contemplamos
Pero dejemos de lado fervores y enojos y volvamos a la lista de 2012 de Sight & Sound: son interesantes las diferencias que se establecen entre el criterio de los críticos y el de los directores, que también han sido consultados.
 Si para los primeros Vértigo (esa película dentro de otras tantas películas que según explicó Hitchcock a François Truffaut cuenta en realidad como un hombre se quiere ir a la cama con una mujer que está muerta y por ello se entrega a una peculiar forma de necrofilia) es la número uno, para los cineastas (han votado desde Martin Scorsese a Paul Schrader, Aki Kaurismäki o Woody Allen) la ganadora es Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu, ese melodrama japonés que cambió la hoja de ruta del lenguaje cinematográfico y con la que tantos grandes cineastas se sienten y sentirán en permanente deuda.
En cualquier caso, encerrar la historia del cine en un ránking no deja de ser un gesto excluyente y temerario del que quizá solo quepa librarse extrayendo esta reflexión de Umberto Eco en El vértigo de las listas (Lumen). Películas, libros o flores, en realidad, que sea algo más que la lista de la compra solo depende de nosotros:
 “La avidez de la relación nos empuja a menudo a leer también las listas prácticas como si fueran lista poéticas, en realidad, lo que distingue una lista poética de una lista práctica es solo la intención con que la contemplamos”.

El Derecho al mimetismo

Si no te fijas bien, cualquier chica en atuendo informal, pero que cuesta un pastón parece la misma novia, modelo, miss, niña pija, actriz, novia de algún famoso, mejor que sea futbolista, o modelo. . Nunca ves a una chica normal que estudie alguna carrera o trabaje en algo que no esté relacionado con su físico y el de su novio. Melenas al viento, mini shorts, botas o plataformas, camisa casual, un chaleco, un pañuelo al viento, y un Bolso de más de mil Euros, cargadas de pulseras y anillos, esas son las chicas que eligen nuestros queridos muchachos, eso si con una tarjeta sin control, pasan las mañanas de tienda en tienda.
La noche es crucial, siempre hay alguna fiesta y debes aparecer impecable después de esa agotadora mañana, vas a ser analizada con lupa y las revistas te sacarán todos los defectos, algunas tendran el foto schok oras no lo necesitan.
Es la moda que impuso Mister y Miss Beckam, y tener muchos niños a los que enseñaras desde pequeñitos ser modelos.
Todas son la misma? o es que todas son míméticas?, es una pena, estar todo el dia imitándose una a las otras. nunca sabremos si son guapas, llevan gafas de sol megagrandes, así no sabemos si no se ponen tanto abalario son sencillas o vulgares y alguna guapa, como Sara Carbonero, que vistiéndose así para su Iker es muy guapa por ella misma.
Las demás en continua rivalidad no creo que sean felices, después de todo las cogió muy jóvenes y a elos tb pero millonarios.

LA PARADOJA Y EL ESTILO » El derecho a equivocarse por Boris Izaguirre

"Al igual que Guillermo Collarte, diputado del PP por Ourense, Esperanza Aguirre ya declaró en 2006 que su salario de presidenta autonómica, de unos 8.400 euros al mes, tampoco le alcanzaba".

 

Esperanza Aguirre en el torneo de golf Madrid Masters / Carlos Rosillo
Los seres humanos tienen derecho a equivocarse, "al menos una vez”, ha declarado Guillermo Collarte, diputado del PP por Ourense.
 Él se ha equivocado dos veces, una al asegurar que las pasa “canutas” con su sueldo de 5.100 euros y otra al revelar que recibía mensajes de amigos diciéndole que en política no se puede decir la verdad. Lo que demuestra que lo humano es equivocarse varias veces.
En los errores, la memoria es corta. Collarte no ha sido el único miembro del partido gobernante en declarar problemas de sueldo a fin de mes.
 Antes de que la crisis nos dejara a todos con pocas esperanzas, Esperanza Aguirre declaró que su salario de presidenta autonómica, de unos 8.400 euros al mes, tampoco le alcanzaba; y aunque, en 2006, 8.400 euros para muchos eran un sobrecito extra, se levantó el suficiente revuelo para que la presidenta matizara sus propias palabras.
Reconocer un error contribuye a que se olvide. Particularmen­te en política, donde olvidar es tan fácil. No sucede lo mismo con Kristen Stewart, protagonista de Crepúsculo y del culebrón internacional del verano, que no ha conseguido que se disculpen sus errores
. Kristen se entregó a la muy comprensible atracción de la diferencia de edades y roles, el director fue infiel, y ella, una veinteañera vampiresilla. Su verdadero amor, Robert Pattinson, recibió la infidelidad como una estaca que lo dejó mudo.
Mientras la sierra de El Escorial ardía, los Urdangarin Borbón avanzaban un nuevo capítulo en su aristocrático crepúsculo
. Regresan a casa, pero con cambios. El duque ha pedido un cese temporal de su relación laboral con Telefónica para centrarse en la defensa frente a la imputación que le hace pasarlas canutas.
 Rápidamente se establecieron comparaciones con aquel cese temporal que empleó la Casa del Rey para definir el final del matrimonio Marichalar-Borbón.
Como un error siempre trae otro, en La Zarzuela se equivocaron informando de que la infanta Cristina nos representaría en la inauguración de los Juegos Paralímpicos.
Se referían a Elena, y el desfase dejó entrever la nostalgia acumulada por Cristina. Quienquiera que sea el responsable de las agendas reales, seguro que le gustaría volver a los días en que las infantas eran solteras.
Kristen Stewart y Robert Pattinson en una escena de 'Crepúsculo' / Andrew Cooper (AP)
Los duques han organizado su regreso a casa.
 Vamos comprendiendo que poco a poco todo volverá a su sitio después del gran entuerto. Su palacete de Pedralbes, que debe de estar cargado de un feng shui negativo, se alquilará. Coincide el alquiler con la petición de rescate de la Generalitat. ¿Azar o necesidad?
 A lo mejor los Urdangarin Borbón han convencido a su secretaria, señora Cucarella, para que enseñe el palacete a posibles inquilinos.
Un agente inmobiliario tampoco tiene que decir toda la verdad. Los clientes agradecerán un poco de misterio. Ojalá que los duques hagan bien su mudanza y no se dejen olvidada ninguna nota o e-mail comprometedor
. O algún nombre escrito en un papel doblado en el congelador.
La vida no es un acierto, sino más bien un sembradío de errores.
Y el no reconocer un error de gestión a tiempo acarrea más tragedias, como el incendio desata­do en la gigantesca planta petrolera de Amuay, en Venezuela. La oposición al Gobierno chavista alertaba sobre la incapacidad gestora de los nuevos dirigentes de la empresa petrolera estatal. El presidente Chávez, ante la tragedia, dijo: “El show debe continuar”.
 Se ha recriminado la desafortunada frase, pero el líder bolivariano no es pródigo en rectificaciones.
Una vez terminado el luto oficial por las víctimas, el show, en efecto, continuó con la elección de Miss Venezuela 2012, el “magno evento de la belleza nacional”, que en esta edición llevó el título de “más allá de la belleza”.
La novia de Cristiano Ronaldo, Irina ­Shayk / Dave M. Benett (Getty Images)
Polémico, tradicional, televisivo y parte de la identidad venezolana, Miss Venezuela es una mezcla petrolera de los Oscar, el carnaval de Río y la final de la Liga de fútbol.
Cristiano Ronaldo había encontrado la serenidad en el temperamento de su novia, Irina ­Shayk.
 Pero una célebre periodista de la televisión portuguesa le ha marcado un gol. Rita Pereira es una amalgama ibérica de Sara Carbonero con la princesa Letizia y ha cautivado al héroe de masas de la misma manera que Iker y don Felipe encontraron el amor: viéndola por televisión.
 Nunca agradecemos lo suficiente la capacidad democrática de la pequeña pantalla.
De tanto ver a una persona, crees que puede ser el amor de tu vida y, al tener influencia, te casas con ella, que también te ha visto a ti de la misma manera. Irina, que es rusa, como Tolstói, sabe mucho del alma humana y ha intentado pararle el juego a su novio frente a la portería. Rita tiene un peligrosísimo as en la manga: al contrario que Irina, cae muy bien al entrenador del equipo, la mamá de Ronaldo, y puede convertirse en pichichi.
 Además es buena jugando al toque como el FC Barcelona
. Es una situación difícil para el contraataque de Irina, que, mas allá de su belleza, tiene un sentido de la diplomacia bastante estepario, aunque es físicamente mejor, como el Real Madrid.
 Si la rusa se esfuerza en demostrar un afecto que escasea, Rita solo tiene que aparecer por la casa materna cargada de sonrisas para regatear con éxito a la supermodelo.
Realmente puede ser un error intentar gustar mucho a las madres. O a los entrenadores.