Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 mar 2012

De la pasarela al West End


Agyness Deyn y Ed Stoppard (el hijo de Tom Stoppard).
Desde las pasarelas internacionales, la portada del Vogue o los ateliers de los grandes diseñadores hasta las tablas de un pequeño teatro del West End. Agyness Deyn acaba de protagonizar ese salto sorprendente, aparcando por el momento el mundillo de la moda que ha propulsado su palmito –y su cotización- en el último lustro. O quizá de forma definitiva, porque la supermodelo británica se ha declarado dispuesta a dedicarse de pleno a la interpretación. Viene a confirmarlo con su debut, esta semana y en el corazón teatral de Londres, de la mano de la obra The leisure society (La sociedad del ocio), una elección inteligente al tratarse de una comedia que siempre suele contentar al público y que arropa su actuación con un elenco de actores tan jóvenes como a la vez experimentados en la escena londinense.
Dotada de un físico andrógino y un punto aniñado, la otrora percha de Armani, Vivianne Westwood o Paul Smith asume el papel de una joven de 21 años (en la realidad tiene ocho más) en una pieza hilarante, aunque al tiempo de oscuro trasfondo, que firma el canadiense François Archambault.
La obra se desarrolla a lo largo de una cena compartida por dos parejas radicalmente opuestas, un matrimonio aparentemente perfecto de profesionales urbanos, triunfadores y muy pagados de sí mismos, que recibe en su casa a dos invitados, la encarnación de los amantes postmodernos (se autodefinen como “amigos especiales”)
. El personaje de Deyn integra la mitad de este último dúo, un espíritu libre, sexualmente explosivo y a la postre detonante en una velada que acabará degenerando en excesos etílicos, confesiones de secretos oscuros y de frustraciones por parte de los anfitriones.
El reducido aforo (98 plazas) de la sala 2 del Trafalgar Studios, un teatro que combina en sus dos escenarios las propuestas comerciales y el riesgo, es desde el pasado martes el foco de proyección de la nueva faceta de la modelo. Junto al gancho de la fama de Deyn, por motivos ajenos a la profesión actoral, destaca en el reparto a cuatro bandas el ilustre apellido de Ed Stoppard.
 El muy atractivo hijo del dramaturgo Tom Stoppard es un personaje popular entre las audiencias gracias a la serie Arriba, Abajo, que la televisión británica emite esta temporada, a la par que un intérprete respetado en el gremio por sus constantes incursiones teatrales (desde Hamlet o El Zoo de Cristal hasta la obra de su padre Arcadia).
Completan el elenco, y con mucha solvencia, los actores Melanie Gray y John Schwab, pero todos los ojos mediáticos están puestos en Deyn y su recién descubierta vocación. “Meryl Streep es mi reina”, declaraba la supermodelo en vísperas de su estreno teatral y por supuesto consciente de los años luz que le separan de la estrella estadounidense, reciente receptora de su tercer premio Oscar.
 La experiencia de Deyn en el mundo de la interpretación se resume en pequeños papeles en largometrajes como Furia de Titanes, donde encarnaba a la diosa Afrodita, o Pusher, experiencia que le convenció para dar un giro a su carrera: “Esto es a lo que tengo que dedicarme”, dijo entonces.
Reteniendo su alias profesional de Agyness Deyn, la mujer que en realidad se llama Laura Hollins luce hoy con orgullo esos 29 años que en su día falseó para labrarse un hueco en el universo de la moda (según la propia admisión, se quitó cinco años).
 Ha hecho sus pinitos con la música, participando en dos bandas inglesas (Five O’Clok Heroes y Lucky Knitwear) y cantando en un vídeo musical de Rihanna.
 Pero esas incursiones lejos de los desfiles de modistos se le antojaron insuficientes y, en 2009, contrataba a un agente para indagar sus posibilidades en el mundo de las películas y la escena. Con su participación en The leisure society acaba de poner una pica en Flandes.

Una casa en llamas

Una casa en llamas

Por: | 20 de febrero de 2012
David, Sara y sus hijos Jacobo, Pablo y Arturo se instalaron en Nueva York en 1986 después de haber vivido tres años en Miami, donde llegaron procedentes de Bogotá. Los dos hijos mayores salen de viaje un tiempo después, se cuenta en La luz difícil (Alfaguara), de Tomás González (Medellín, Colombia, 1950). La idea es que vayan en coche hasta Chicago, para así poder ver el campo, y que luego tomen allí un avión que los dejé en Portland. La muerte de Jacobo se ha programado para las siete de la noche, hora local, las diez en Nueva York. En la casa de David y Sara están viviendo esos días en el salón sus amigos Debrah y James y está también con ellos Venus, la novia de Jacobo, y pasará también por ahí Ámbar, la chica con la que anda ligando Arturo. El narrador de la novela es David, que reconstruye esos momentos cuando ya ha pasado bastante tiempo. Tiene 78 años cuando decide ponerse a escribir sobre aquello, lleva ya una temporada sin pintar, se está quedando ciego. Vive en las afueras de un pueblo que se llama La Mesa, en el centro de Colombia, y su casa da "a un valle profundo y amplio sobre el que planean los gallinazos o buitres o zopilotes o como quiera llamarse a estas bellezas de aves". "Me asombra lo dúctiles que son las palabras", observa en un momento de la narración, "lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como casa en llamas, como zarza ardiendo".

Tomas gonzalez 1
También se acuerda que hace muy poco ha escrito que las palabras son un medio tosco. ¿En qué quedamos, dúctiles o toscas? "Las dos cosas son ciertas", contesta David. Al poco de instalarse en Nueva York una camioneta conducida por un junkie borracho arrolló al taxi en el que viajaba Jacobo. El accidente le jodió la vida: ya no iba a poder volver a caminar nunca más. Pero lo peor fueron los dolores, que empezaron tres años después de que saliera del hospital. La novela de Tomás González cuanta las terribles horas que vivieron en su apartamento neoyorkino mientras Pablo llevaba a su hermano mayor al lugar donde un médico iba a matarlo. "Deseé con toda el alma que Jacobo volviera a casa, así le esperaran muchos años de sufrimiento", cuenta David que pensó alguna vez mientras aquello sucedía. Y también recuerda lo que le explicaba Michael, un amigo de su hijo que se encontraba en una situación análoga, sobre cómo era aquel dolor: como si agarraran un serrucho para serrucharle la pelvis muy despacio o como si sus piernas "estuvieran congeladas y al mismo tiempo envueltas en tizones encendidos".

Es tan preciso Tomás González a la hora de contar lo que fue aquel infierno que hubo un rato en que tuve que hacerme un ovillo para romper a llorar, pero no se lo digan a nadie.

Al mismo tiempo que el libro va contando aquel dolor insoportable, el de Jacobo, y luego el de su familia cuando este decide marcharse, refiere los desafíos en los que David andaba metido entonces como artista. Estaba pintando un cuadro sobre la espuma que forma la hélice del ferry que va de Nueva York a Staten Island y su obsesión era atrapar la luz.
 "Y la que había en el agua junto a los borbollones de la hélice del barco, no lograba yo encontrar la manera de plasmarla completa, es decir, la luz que contiene a las tinieblas, a la muerte, y también es contenida por ellas".
 Luego explica en algún momento: "La lucha no es tanto con el pincel sino con la mirada, con las puertas de la percepción, que se resisten a abrirse o entreabrirse siquiera". Sí, de eso va La luz difícil.
  De la mirada o, por decirlo de otra forma, de la manera de habitar el mundo, de vivirlo, de padecerlo, de reinventarlo.
 Dice David que en su casa de Nueva York, durante aquellas horas en las que esperaban que ocurriera lo que iba a ocurrir se instaló un silencio "insidioso, subterráneo, que se mantenía aunque habláramos o hiciéramos algún ruido". E inmediatamente después observa:
 "Dos años después percibiría yo ese mismo silencio, pero a gran escala, cuando cayeron las Torres Gemelas". La luz difícil es una perturbadora narración que reconstruye con extrema finura lo que es una casa en llamas, esa en la que habitaba David cuando pasó lo de Jacobo, pero también su propia alma, su interior devastado, maltrecho, desahuciado.
 También es una rotunda celebración de la vida. Es una obra maestra y resulta incomprensible que Tomás González sea todavía tan desconocido en España.

La complicada vida

La complicada vida

Por: | 24 de febrero de 2012
Un día Alejandro decide lanzarse y va a casa de Julia y le dice con torpeza que si ella aceptara ser su mujer, él se lo daría todo.
 La joven, una hermosa mujer de provincias, hija del médico del lugar y con su punto de beatería, se queda pálida y le contesta que imposible. "Dentro de su alma se operó una metamorfosis brusca, decisiva, como si súbitamente la luz se apagara en ella", escribe Antón Chéjov sobre la reacción que tiene ante la abrupta negativa Alejandro, un joven adinerado que está de visita allí por la enfermedad de su hermana. "Y salió de la casa sintiéndose avergonzado, humillado, despreciado. Se sentía un personaje desagradable y hasta repugnante". Chéjov lo va acompañando mientras camina por la calle y va contando lo que le pasa.
 Explica, por ejemplo, que luego le invadió "una indiferencia semejante a la de los criminales después de una condena severa, mientras piensan que, gracias a Dios, todo ha terminado".
 Y es verdad, se acabó la incertidumbre, el penar día tras día pensando en cómo iba a reaccionar Julia.
 Con ella no existe futuro alguno, lo sabe por fin, todo ha sido un desastre, no hay vuelta atrás.
 "Estaba bien claro que debería renunciar a cualquier esperanza de felicidad, que habría de vivir sin deseo, que no debía esperar más", escribe Chéjov y, tras dar noticia del desdén con que decide afrontar cuanto hay en el presente, apunta: "La cabeza era un peso enorme y tenía la impresión de que de un momento a otro se le saltarían las lágrimas".
 Llega Alejandro a casa de Julia preso de la excitación y llenó de energía, declara su amor a aquella bella mujer y ella lo rechaza; se siente entonces una piltrafa, luego respira aliviado por haber dejado atrás la incertidumbre, enseguida renuncia al deseo y la felicidad, se precipita en la indiferencia.
 Y, justo ahí, es cuando está a punto de ponerse a llorar. ¿Hay alguien que se aclare? ¿Cómo es posible que ande ese muchacho subiendo y bajando en esa disparatada montaña rusa de emociones por las cosas de una jovencita? ¿Será posible? Lo es, y uno de los que mejor ha sabido contarlo ha sido desde siempre el escritor ruso Antón Chéjov.
 El momento narrado pertenece a su nouvelle Tres años (Espasa, 2005; traducción de R. Galiart), pero los nombres de los personajes son los que ha elegido Juan Pastor en la particularísima versión que ha realizado de esta obra para su compañía de la Guindalera.
 La trama se ha trasladado a la España de los años treinta y los personajes vuelven de aquellos remotos días para dirigirse al espectador de hoy y preguntarle si también lo siguen embrollando la felicidad y el amor y los celos y el afán de triunfar y el miedo a la soledad y la pobreza: todo eso que atrapa a los mortales.
Anton chejov tres años alicia gonzalez
La Guindalera es un proyecto que desde ya unos años llevan adelante Teresa Valentín-Gamazo y Juan Pastor. Reivindican la proximidad, el formato pequeño, la idea de que debe crearse entre actor y espectador una atmósfera especial donde pueda surgir el verdadero teatro.
 Así que han montado una sala en Madrid, en la que tienen cuidado cada minúsculo detalle, y trabajan con una compañía en la que los actores se involucran al máximo.
 Tres años, por ejemplo, se sostiene sobre la novela breve de Chéjov pero, conservando su espíritu, la han adaptado a su gusto y en el proceso todos han incorporado experiencias propias para aproximarla a España y a su historia
. La representación dura una hora y cincuenta minutos y pasa en una exhalación.
 Juan Pastor sabe mover a los personajes, tiene sentido del ritmo, consigue subrayar aquello que le parece relevante. Los actores cumplen su cometido, destacando Raúl Fernández (Alejandro) y Alicia González (Paulina) (en la imagen, un momento de la obra; la fotografía es de Alicia González).
Buena parte de la responsabilidad, en cualquier caso, es de Chéjov.
Y de su manera de aproximarse a las criaturas de este mundo y a sus pequeños dramas.

En el prólogo que escribió para presentar la antología Cuentos imprescindibles del escritor ruso que él mismo seleccionó (Lumen, 2001), el novelista estadounidense Richard Ford comentaba que Chéjov le parecía, en realidad, un escritor para adultos, "un escritor cuya obra llega a ser provechosa, y también espléndida, cuando consigue dirigir la atención hacia sentimientos maduros, hacia complicadas reacciones humanas y casi imperceptibles alternativas morales circunscritas en dilemas mayores, cualquier parte de las cuales, si las encontráramos en nuestra compleja y precipitada vida con los demás, probablemente pasaría inadvertida incluso a la observación más sutil.
El deseo de Chéjov es complicar y poner en tela de juicio nuestra impresión sobre personajes que, erróneamente, uno se creería capaz de comprender a primera vista".

Viendo ahí en la Guindalera a los personajes de Chéjov, observando sus vaivenes emocionales y sus quiebras, sus rotos espirituales y su ineptitud a la hora de buscar la felicidad es como si al final nos encontráramos nosotros también ahí, como uno más de aquellos a los que, erróneamente, creímos haber comprendido alguna vez.

¿Por qué nunca dicen que Galdós era Canario? de Gran Canaria?

Así contó Pérez Galdós la voladura de La Mercedes

Por: Tereixa Constenla01/03/2012
Mucho antes de que Odyssey sacara a la luz el tesoro de La Mercedes, que voló por los aires tras un certero cañonazo sobre su santabárbara lanzado por un barco inglés frente a las costas del Algarve el 5 de octubre de 1804, el novelista Benito Pérez Galdós (1843-1920) recreó el suceso en la novela Trafalgar
. Los detalles citados por el escritor se ajustan a lo recogido en los documentos históricos conservados en los archivos de la Armada española, lo que resalta el gran rigor histórico con que Pérez Galdós abordó su creación literaria.
Una lección para algunos autores de novela histórica que pretenden apuntalar sus ficciones sobre hechos reales que han investigado superficialmente. Images
En este fragmento de Trafalgar, que se publica en 1873, se relata la explosión de la fragata de guerra Nuestra Señora de las Mercedes y el apresamiento de los tres barcos que componían la escuadra española, que viajaban de América a Cádiz.
Eran tiempos de paz (formal) con Inglaterra, pero en realidad fue el preludio de la gran batalla de Trafalgar, que estaba a la vuelta de la esquina y a la que Pérez Galdós dedica la obra. La novela fue la primera entrega de los Episodios Nacionales.
“-¿Pues y la captura de las cuatro fragatas que venían del Río de la Plata? -dijo D. Alonso animando a Marcial para que continuara sus narraciones.
-También en esa me encontré -contestó el marino-, y allí me dejaron sin pierna. También entonces nos cogieron desprevenidos, y como estábamos en tiempo de paz, navegábamos muy tranquilos, contando ya las horas que nos faltaban para llegar, cuando de pronto... 
Le diré a usted cómo fue, señora Doña Francisca, para que vea las mañas de esa gente.
 Después de lo del Estrecho, me embarqué en la Fama para Montevideo, y ya hacía mucho tiempo que estábamos allí, cuando el jefe de la escuadra recibió orden de traer a España los caudales de Lima y Buenos Aires. El viaje fue muy bueno, y no tuvimos más percance que unas calenturillas, que no mataron ni tanto así de hombre...
 Traíamos mucho dinero del Rey y de particulares, y también lo que llamamos la caja de soldadas, que son los ahorrillos de la tropa que sirve en las Américas. 
Por junto, si no me engaño, eran cosa de cinco millones de pesos, como quien no dice nada, y además traíamos pieles de lobo, lana de vicuña, cascarilla, barras de estaño y cobre y maderas finas... 
Pues, señor, después de cincuenta días de navegación, el 5 de Octubre, vimos tierra, y ya contábamos entrar en Cádiz al día siguiente, cuando cátate que hacia el Nordeste se nos presentan cuatro señoras fragatas. Anque era tiempo de paz, y nuestro capitán, D. Miguel de Zapiaín, parecía no tener maldito recelo, yo, que soy perro viejo en la mar, llamé a Débora y le dije que el tiempo me olía a pólvora... 
Bueno: cuando las fragatas inglesas estuvieron cerca, el general mandó hacer zafarrancho; la Fama iba delante, y al poco rato nos encontramos a tiro de pistola de una de las inglesas por barlovento.
Entonces el capitán inglés nos habló con su bocina y nos dijo... ¡pues mire usted que me gustó la franqueza!... nos dijo que nos pusiéramos en facha porque nos iba a atacar. Hizo mil preguntas; pero le dijimos que no nos daba la gana de contestar. A todo esto, las otras tres fragatas enemigas se habían acercado a las nuestras, de tal manera que cada una de las inglesas tenía otra española por el costado de sotavento.
-Su posición no podía ser mejor -apuntó mi amo.
Fgtanc2aasc2aa_delasmercedes_1804_libro_hc2aa_dela_mc2aaespac3b1ola-Eso digo yo -continuó Marcial-. El jefe de nuestra escuadra, D. José Bustamante, anduvo poco listo, que si hubiera sido yo... 
Pues, señor, el comodón (quería decir el comodoro) inglés envió a bordo de la Medea un oficialillo de estos de cola de abadejo, el cual, sin andarse en chiquitas, dijo que anque no estaba declarada la guerra, el comodón tenía orden de apresarnos. 
Esto sí que se llama ser inglés. 
El combate empezó al poco rato; nuestra fragata recibió la primera andanada por babor; se le contestó al saludo, y cañonazo va, cañonazo viene... lo cierto del caso es que no metimos en un puño a aquellos herejes por mor de que el demonio fue y pegó fuego a la Santa Bárbara de la Mercedes, que se voló en un suspiro, ¡y todos con este suceso, nos afligimos tanto, sintiéndonos tan apocados...!, no por falta de valor, sino por aquello que dicen... en la moral... pues... denque el mismo momento nos vimos perdidos. 
Nuestra fragata tenía las velas con más agujeros que capa vieja, los cabos rotos, cinco pies de agua en bodega, el palo de mesana tendido, tres balazos a flor de agua y bastantes muertos y heridos.
 A pesar de esto, seguíamos la cuchipanda con el inglés; pero cuando vimos que la Medea y la Clara, no pudiendo resistir la chamusquina, arriaban bandera, forzamos de vela y nos retiramos defendiéndonos como podíamos. 
La maldita fragata inglesa nos daba caza, y como era más velera que la nuestra, no pudimos zafarnos y tuvimos también que arriar el trapo a las tres de la tarde, cuando ya nos habían matado mucha gente, y yo estaba medio muerto sobre el sollao porque a una bala le dio la gana de quitarme la pierna.
 Aquellos condenados nos llevaron a Inglaterra, no como presos, sino como detenidos; pero carta va, carta viene entre Londres y Madrid, lo cierto es que se quedaron con el dinero, y me parece que cuando a mí me nazca otra pierna, entonces el Rey de España les verá la punta del pelo a los cinco millones de pesos”.