Un Blues

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23 mar 2010

Alatriste, capa y espada

Alatriste, capa y espada
LUIS ALBERTO DE CUENCA - 20/11/2007

Soy un fan irredento de Alatriste en cuanto saga y en cuanto que supone la resurrección de un subgénero narrativo, el folletín, que está en el centro de mis intereses como lector desde que comencé a serlo en serio, hace casi cincuenta años. Alatriste es un folletín.
¿Y qué demonios es un folletín? Veámoslo sin más demora, teniendo en cuenta que el ámbito en que nace, crece y se desarrolla el folletín es, fundamentalmente, francés, y que es en el seno de la literatura francesa del siglo XIX donde hemos de ir en busca de los principales modelos temáticos y estilísticos de la escritura alatristesca, por más que mi admirado Arturo Pérez-Reverte beba en fuentes plurales y diversas, pues para él, como para el personaje de Terencio, «nada de lo humano le es ajeno».
Las letras francesas decimonónicas constituyen, por lo demás, un territorio por donde siempre he discurrido con gusto e interés.

Ya en marzo de 1800, el diario francés Le Journal des Débats comenzó a dedicar la parte inferior de cada página, llamada rez-de-chaussée («planta baja») o feuilleton («folletín»), a temas de crítica literaria, teatral y musical. A partir del 1 de julio de 1836, las cosas iban a cambiar.
Fue entonces cuando los empresarios Émile de Girardin y Armand Dutacq lanzaron de manera simultánea Le Siècle y La Presse, ofreciendo suscripciones a mitad de precio y aumentando considerablemente el número de anunciantes.
Para granjearse aún más el favor de los lectores, a Girardin se le ocurrió publicar en la «planta baja» de su periódico, y a lo largo de varios números, una novela completa. Había nacido el folletín, tal y como lo entendemos hoy.
La primera novela que se publicó de este modo, entre el 23 de octubre y el 30 de noviembre de 1836, fue La vieille fille, de Balzac.

Poco a poco, la «planta baja» va especializándose en obras de ficción: de septiembre a diciembre de 1837, Le Siècle publica unos capítulos de Las memorias del diablo, de Frédéric Soulié (1800-1847), y, acto seguido, una novela completa de Alejandro Dumas, El capitán Paul.
El éxito es impresionante, las suscripciones se multiplican. Dumas perfecciona su técnica y publica en 1841, siempre en Le Siècle, su primer folletín histórico, El caballero d'Harmental.

El medio es nuevo y, por lo tanto, las técnicas literarias deberán adaptarse a él. Dumas y sus rivales -Soulié en Le Journal des Débats, Eugenio Sue en La Presse- transforman esa novela arbitrariamente fragmentada que era el folletín primitivo en una novela pensada ex profeso para la «planta baja» de los diarios.
Así aparecerán los grandes folletines del siglo: Los misterios de París, de Sue (1842-1843); Los misterios de Londres, de Paul Féval (1843-1844); Los tres mosqueteros, de Dumas (1844); El judío errante, de Sue (1844-1845), y El conde de Montecristo, de Dumas (1844-1846). Con razón escribía en 1845 un columnista anónimo en L'Époque: «El diario era una costumbre y la novela lo ha convertido en una necesidad.»

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